Lo siento, abuela
Tenías razón cuando decías que todo era una mentira. Ahora te lo digo a veces en voz baja, pero tu enfermedad -ictus, le llaman, en síntesis una paralización del lado izquierdo- ya no te deja entenderme bien; por eso le dirijo esta carta a un periódico, para pedirte perdón. Desde hace seis meses tu vida transcurre entre una cama articulada y una silla de ruedas alquilada; te alimentamos mediante una sonda en la nariz con un producto que huele a vainilla y te mantiene nutrida e hidratada. Hemos buscado ayuda, ya sabes que tu hijo y su mujer han decidido trasladarse a tu casa (intentamos respetar tu voluntad de no vivir en una residencia), pero no hay ninguna puerta a la que llamar, abuela, porque, como tú bien me decías, la vida es una mentira. Ni la Administración estatal, ni la local, ni la autonómica pueden enviarte un día a la semana un fisioterapeuta para que al menos te mantengas algo erguida; ni siquiera nadie que nos ayude a bajarte a la calle, a pesar de que estar tanto tiempo postrada y viendo sólo las paredes de tu habitación te desorienta cada vez más. Quizás pronto no sepas quién soy, quizás no pueda explicarte que nadie quiere ayudarnos a sacarte al sol, a trasladarte estos días a la playa, como antes, porque ese tipo de ayudas no están contempladas.Tu pensión de 80.000 pesetas no da para mucho, abuela, aunque seguro que hay personas incluso en peor situación que tú. Como no puedo ayudarte, he decidido pedirte perdón públicamente, a ti y a todas las personas que viven como tú, postradas, sin apenas auxilio. Por no haber sido capaz de construir un mundo diferente de éste, por no haber sido capaz de aliviar vuestro sufrimiento enfrentándome a una sociedad a la que no parece importarle lo indefensos que estáis en vuestras camas.
El progreso no ha servido de nada; tú creías que todos esos libros sobre mi cama me harían fuerte, pero ya ves: no puedo ayudarte. El Estado dejará que te apagues mientras mantiene presupuestos destinados a defendernos de hipotéticos enemigos o construye navíos nuevos para los reyes. Abres tus ojos inmensos, me miras... La sociedad del bienestar es una falacia, y aún me sonríes... Perdona, abuela.- Julia Navascués González, en nombre de Isabel Quevedo Oyonarte. Madrid.
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