La escuela poética de Barcelona FERNANDO VALLS
No sé si existe una promoción de los cincuenta, ni un grupo catalán y ni siquiera una específica Escuela de Barcelona. Eso son marbetes que usamos los profesores para engañarnos y movernos con algo más de agilidad por la historia literaria, aunque a veces se acaban convirtiendo en un pesado lastre que sólo produce confusión. José Ángel Valente ha repetido en más de una ocasión que escribir es una aventura solitaria y que sólo existen los grupos literarios cuandos los protagonistas están en el inicio, en la línea de salida, ya que en cuanto empieza la carrera cada uno realiza su trayecto en solitario para intentar alcanzar su propia meta.De lo que no me cabe duda, no obstante, y gracias en una parte importante a los trabajos de Carme Riera, es de que en aquellos años cincuenta tres escritores y amigos empezaron a componer una obra literaria que hoy, en distinta medida, es fundamental para comprender la historia de la poesía española de posguerra. Lo curioso (es un decir) es que esa obra no se impuso por ella misma, sino que necesitó una serie de maniobras de taller ("política de generación", la llamó Gil de Biedma) para llamar la atención en la capital y que -con el apoyo crítico de Josep Maria Castellet- su trabajo literario fuera tenido en cuenta.
La antología que acaba de publicar Carme Riera (Partidarios de la felicidad. Antología poética del grupo catalán de los 50, Círculo de Lectores), en cuidada edición de Pilar Beltrán e ilustrada con un interesante material gráfico, puede leerse como el complemento imprescindible de su ya clásico estudio sobre La Escuela de Barcelona. Barral, Gil de Biedma, Goytisolo: el núcleo poético de la generación de los 50 (Anagrama, 1988). En este nuevo trabajo no sólo presenta, en síntesis, la teoría y la práctica, la doctrina teórica del grupo, sus recuerdos de esos avatares y los textos literarios, sino que también, y aquí estriba su gran novedad, ese núcleo aparece ahora arropado por otros poetas con los que tantas cosas tuvieron en común. Me refiero a Jorge Folch, Alfonso Costafreda, Jaime Ferrán, Lorenzo Gomis y Enrique Badosa.
El gran ausente, y no por la voluntad de la autora, es Gabriel Ferrater. La recíproca influencia entre su obra y la de Gil de Biedma (su sparring perfecto, como lo llamó Barral), sus semejanzas y sus radicales diferencias, no son un capítulo más de esta compleja historia, sino uno de los más significativos. Creo que todo queda perfectamente resumido en un poema de Costafreda, G.F.: "Opongo / a toda la retórica y vacía / y humillante / poesía / hispánica actual, / la obra viva, aún más viva ahora, / de un gran poeta catalán destruído".
A la larga, las individualidades, como pasa siempre con los escritores de verdad, han acabado pesando más que el grupo y todos han seguido una trayectoria distinta. Pero en aquellos primeros momentos, cuando se acababa la década de los cincuenta, como en ninguna otra fecha de sus biografías, fueron amigos (con el consiguiente gasto de conversación, entre risas y copas), practicaron una poética común, se empeñaron en ser más machadianos (de Antonio) de lo que eran, y orquestaron esas maniobras que dieron como resultado práctico la antología de Castellet (compuesta por todo el núcleo), Veinte años de poesía española (1959), y la colección Colliure (1961-1965), consecuencia lógica del homenaje que en 1959 rindieron a Antonio Machado en la ciudad francesa en la que el poeta murió y está enterrado.
Pero si hay un dato biográfico que los unió, y que influyó tanto en su vida como en su obra, es que su infancia transcurrió durante la guerra civil y su juventud en aquella Barcelona hostil, gris, tediosa e intolerante. Todos eran de clase burguesa (la mala conciencia de clase será uno de los temas de su obra) y pasaron por la Universidad, y en mayor o menor medida se sintieron antifranquistas y cultivaron la poesía social, de la que acabaron renegando.
Cuando algunos de los miembros principales del grupo han muerto, quizá sea el momento de
hacer un balance sobre el valor de su obra. El más leído y el que más ha influido ha sido Gil de Biedma, autor de poemas memorables, como Pandémica y Celeste, De vita beata y Contra Jaime Gil de Biedma, por citar sólo unos pocos títulos.
No parece haber duda sobre el inmenso valor de las memorias de Barrral, ahora que se dice que el género está de moda, aunque mucho me temo que su rigurosa y a veces críptica poesía sigue permaneciendo casi secreta. Su gran libro, quizá contra la propia opinión del autor, creo que es Diecinueve figuras de mi historia civil, y algunos de sus poemas más logrados, Geografía o Historia, Baño de doméstica y La dame à la licorne.
Quizá la gran aportación de Goytisolo, el "poeta industrial", como lo llamó José Hierro, es la sabia utilización de la ironía y de la sátira, del tono elegíaco, y el uso moderno que hace de las formas clásicas y de la canción popular. Y el gran olvidado y semidesconocido sigue siendo Alfonso Costafreda, a pesar de la edición de su Poesía completa en una colección tan prestigiosa como la de Tusquets y de que al morir dejó un libro extraordinario: Suicidios y otras muertes.
Esta es una antología temática destinada a un público amplio, y no sólo académico, en la que Carme Riera muestra, con claridad y rigor, la historia, las ideas y algunas de las piezas principales de estos excelentes poetas. Y como guinda, entre los versos de Jorge Folch, Jaime Ferrán, Lorenzo Gomis y Enrique Badosa van a encontrarse con agradables sorpresas. No quiero concluir sin recordar -vale como póetica de todos ellos- lo que Gabriel Ferrater escribió en la nota final de Da nuces pueris: "Entenc la poesia com la descripció, passant de moment en moment, de la vida moral d'un home ordinari, com ho sóc jo".
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