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Tribuna:CUADERNO DE TEATRO
Tribuna
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Night waltz MARCOS ORDÓÑEZ

Marcos Ordóñez

1. Superopereta. A little night music, música y canciones de Stephen Sondheim sobre libro de Hugh Wheeler (el mismo tándem que luego daría Sweeney Todd), basada en Sonrisas de una noche de verano, de Bergman, es la opereta que acaba con todas las operetas, un crisol en el que se agita, se renueva y se recubre de chocolate amargo una tradición que comienza con Strauss y acaba en Rodgers & Hammerstein, los maestros directos del compositor. El libreto, que adapta y expande la trama de la película de Bergman, ambientada en la Suecia de principios de siglo, narra los afanes amorosos de Desirée Armfeldt (Vicky Peña), una actriz madura que busca deshacerse de su amante actual, el vanidoso Conde Carl-Magnus (Jordi Boixaderas), para volver con su primer marido, el abogado Fredrik Egerman (Constantino Romero). Los dos están casados: Carl Magnus con la pérfida y desesperada Condesa Charlotte (Mónica López) y Egerman con Ann (Alicia Ferrer), una virgen de 18 años. Para complicar aún más la trama, el hijo de Egerman, Fredrik (Ángel Llácer), un seminarista acosado por la culpa, está secretamente enamorado de su madrastra, pero calma sus ansias gracias a la criada Petra (Núria Canals), encarnación de la sensualidad libre y directa. En ambos extremos del arco, la hija de Desirée, Fredrika (Miranda Gas), testigo de tantos entreveros, y la abuela, Madame Armfeld (Montserrat Carulla), una vieja cortesana que lo sabe todo sobre la vida y las intermitencias del corazón.A little night music fue concebida, en principio, por Sondheim y el productor director Harold Prince como una forma más o menos rápida de recuperarse del batacazo económico de Follies (1971), su anterior trabajo, pero mientras que el libro de Wheeler podría tacharse de excesivamente educado y con algunas morosidades, la partitura se convirtió (no cabía esperar menos, tratándose de Sondheim) en un más difícil todavía, un envolvente oleaje de melancólicos valses sobre amores pasados y tiempos perdidos, arropando una pirotecnia de cánones, fugas y contrapuntos, con las más diversas figuras de la combinatoria vocal íntima: recitativos, dúos, tríos, cuartetos, quintetos y la filigrana de un doble cuarteto. De A little night music surgió la canción más popular de Sondheim, Send in the clowns, pero la partitura es pródiga en piezas memorables: el trío intercalado de Now, Later y Soon; las elegíacas y burlonas You must meet my wife y Liaisons; la contagiosísima A weekend in the country, uno de los mejores finales de primer acto en la historia de la comedia musical, y ese imperativo canto a la vida que es The Miller's son. La partitura de A little night music es de una riqueza extraordinaria; para mi gusto, la más compleja, sutil y melódica de todo el repertorio de su autor. Una partitura en la que Sondheim, como decía al principio, explora y reinventa, en un derroche de permutaciones, la tradición del compás valsístico europeo. Jonathan Tunick, su orquestador, señala que Sondheim concibió su opereta en clave de scherzo ("light, fast, playful, mysterious and in triple meter") jugando, escribe, "con los patrones de la mazurca (Remember, The glamorous life), la sarabande (Later, Liaisons), la polonesa (In praise of women), el étude (Every day a little death) o la giga (A weekend in the country)", todo un festín para cualquier oído que no sea una simple oreja. Strauss y Ravel y Lehar sonríen desde lo alto de los árboles, como el gato de Cheshire, pero también asoman la oreja Rodgers y Hammerstein en Perpetual anticipation y la ensoñadora The sun won't set.

Me tiraría horas hablando de esta partitura. Y de las sofisticadísimas letras, pura filigrana, con tres cimas indiscutibles: 1) Now, o cómo funciona la mente de un leguleyo aplicada a la seducción; 2) la desoladora evocación de Liaisons, un mosaico que se rompe en la mente vagabunda de la vieja Armfeld; 3) la múltiple narración de A weekend in the country.

2. Lo que ya ha subido. Música per a una nit d'estiu, la versión de Mario Gas (casi habría que decir de la familia Gas) que ha inaugurado el Grec, tiene un montón de cosas extraordinarias y dos o tres problemas. Paso a enumerar.

a) Nunca ha sonado mejor la orquesta, con 18 músicos, de Manuel Gas. Para mi gusto, todavía mejor que en Sweeney y Guys and dolls, donde ya estaban de aúpa. Y fantástico el cuarteto de liebesleader en funciones de coro (Albert Garcia Demestres, Teresa de la Torre, Ana Feu, Anna Argemí) a cuyo cargo corren las piezas más melancólicas: Night waltz, Remember, The sun won't set, Perpetual anticipation. Un 10.

b) La traducción y adaptación de las canciones por Roser Batalla y Roger Peña: muy fluida y muy fiel al espíritu. Un trabajo muy difícil, dado el material, y resuelto a gran altura.

c) Una muy buena producción (Grec/Bitó), elegante y con medios, incluidos los deliciosos cochecitos de época de la segunda parte. La preciosa escenografía de Jon Berrondo, muy similar en concepción (aunque en versión reducida) a los juegos de giratorios de Stephen Brimson Lewis para el montaje de Sean Mathias en el Olivier, hace tres años. (Con una pega: el camerino de Desirée, que convierte a los cómicos en muñequitos de vodevil de los años veinte). El suntuoso vestuario de Antonio Belart (otro 10). La iluminación de Quico Gutiérrez.

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d) La efervescente -y muy inquietante- coreografía de Marta Carrasco para la obertura, con la marionetización de todos los personajes.

e) Un quinteto de interpretaciones impecables. Para el personaje de Madame Armfeld, la vieja cortesana, se requiere a una actriz con historia (y con la suficiente voz para servir el endiablado Liaisons), y Montserrat Carulla tiene voz, historia y autoridad a puñados, y además está imponente, una verdadera reina. Mónica López de nuevo está que se sale: una soberbia Condesa Charlotte. Tiene, además, una tesitura cálida, una voz cien por cien nocturna, que sirve una conmovedora versión de Every day a little death. Jordi Boixaderas, que ya había sido un poderoso Miles Gloriosus en el Golfus de Gas, compone un conde casi de comedia italiana, muy seguro y muy divertido, bordando In praise of women: es uno de nuestros mejores actores cantantes, con una voz potente y trabajada, y aquí lo vuelve a demostrar. Y Ángel Llácer, que también borda Later, y el aplomadísimo debut, lleno de frescura, de Miranda Gas como Fredrika.

3. Lo que aún ha de subir. Y sin embargo... Y sin embargo, el montaje todavía no ha acabado de despegar. Faltó chispa. Parece una tradición que los espectáculos que abren el Grec lleguen siempre un poco faltos de engarce y de brillo. Hay una segunda parte redonda, especialmente la formidable y medidísima secuencia de la cena, pero Gas puede ir a más (pareado) en la primera, que tiene un aire convencionalote y unas cuantas escenas fláccidas, en el dormitorio conyugal y en el camerino. Hay dos espléndidas cantantes aún un poco verdes como actrices, con clichés e impostaciones: Alicia Ferrer (Anne Egerman) y Núria Canals, una atractivísima Petra que consigue que The Miller's son sea el verdadero showstopper del montaje.

He dejado para el final a los protagonistas, Vicky Peña y Constantino Romero. Mi petición a Vicky Peña es muy simple: quiero más. Es nuestra mayor estrella del teatro musical; le sobra técnica, malicia y magnetismo, pero a su Desirée le falta, para mi gusto, un poco de corazón, y su Send in the clowns es un buen ejemplo: es brillante, pero todavía no emociona. Creo que es un problema de dirección: en general, el montaje de Gas no acaba de apretar el pedal de la emoción, salvo en el gran trabajo de Montserrat Carulla y en el dolor que sabe mostrar, y cómo, Mónica López. Y llegamos al desagradable problema central: la falta de química entre Constantino Romero y Vicky Peña. Romero está correcto de voz, solventando hábilmente los escollos de Now y You must meet my wife, flojo en el mano a mano con Boixaderas (It would have been wonderful), pero, por encima de todo eso, alarmantemente rígido y falto de carisma. Con un bisoñé inverosímil y moviéndose como bajo el efecto de una poderosa dosis de sedantes, uno se pregunta cómo su personaje logra llevarse al catre a Desirée en su camerino. También me pregunto por qué en esta función todas las mujeres son estupendas y todos los hombres patéticos, con la excepción del criado Frid que interpreta Víctor Pi. (Y un saludo para el incombustible y veteranísimo Víctor Guillén, que sigue a pie de obra en el papel mudo del paje Bertrand). Volviendo a Constantino Romero, tiene que soltarse y pisar con autoridad. Y quitarse el bisoñé y seducir: venga, hombre, que se puede. Es sólo el comienzo de la gira. Vayan a ver la función, esta misma noche; hay mucho talento y muchas cosas buenas; la disfrutarán. Falta que el soufflé acabe de subir.

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