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Reportaje:ELECCIONES EN MÉXICO | ELECCIONES EN MÉXICO

México vota sobre la supervivencia del PRI

El partido gubernamental se enfrenta a su mayor desafío después de 70 años en el poder

Juan Jesús Aznárez

El cacique mexicano Gonzalo Santos contribuyó a la campaña presidencial de su compadre Manuel Ávila Camacho, en 1940, con aportaciones notables: persiguió a los opositores como a codornices y destrozó a balazos las urnas adversas. Santos acumuló hectáreas rindiendo a sus dueños, o a sus viudas de negarse aquéllos, e instruyó a sus pistoleros sobre el funcionamiento de la democracia revolucionaria, sobre los pasos a seguir en la captación de la voluntad popular.

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Cambio en la correlación de fuerzas

El cacique mexicano Gonzalo Santos contribuyó a la campaña presidencial de su compadre Manuel Ávila Camacho, en 1940, con aportaciones notables: persiguió a los opositores como a codornices y destrozó a balazos las urnas adversas. Santos acumuló hectáreas rindiendo a sus dueños, o a sus viudas de negarse aquéllos, e instruyó a sus pistoleros sobre el funcionamiento de la democracia revolucionaria, sobre los pasos a seguir en la captación de la voluntad popular. "A vaciar el padrón y rellenar el cajoncito a la hora de la votación; no me discriminen a los muertos, pues todos son ciudadanos y tienen derecho a votar", escribió en sus memorias.El gubernamental Partido Revolucionario Institucional (PRI), el más antiguo y sofisticado del planeta, pretende su supervivencia en las presidenciales de hoy, siete decenios después de su nacimiento en el México bronco de principios del siglo XX, un año antes de haberse inventado la penicilina. El movimiento agrupó en sus filas a patriotas comprometidos con la vertebración de México y a personajes como Santos o el negro Durazo, un patibulario jefe policial de los ochenta con licencia para robar y para cobrar en centenarios de oro a las patrullas asociadas en el delito. Acabó siendo investido doctor honoris causa en jurisprudencia.

Progresivamente, el PRI entró en la civilidad, se adaptó a las circunstancias, consolidó su implantación social, amarró el voto corporativo, recurrió al fraude o a la alquimia a conveniencia y mantiene el poder y una polémica estabilidad desde hace siete decenios. "Creo que el sistema, aunque con enormes costos políticos, sirvió al país entre 1930 y 1968. A partir de entonces entró en una irreversible crisis de legitimidad", piensa el historiador Enrique Krauze. El PRI asistió al desarrollo del cine hablado, a los ascensos del fascismo y el nazismo, presenció la revolución china, la guerra civil española, la II Guerra Mundial, la reorganización del África negra, la llegada del hombre a la Luna y el desmoronamiento del bloque soviético. Pero los años no perdonan.

Fatigado, aunque poderoso todavía, quiere obtener el mayor número de asientos en una Cámara de Diputados de 500 escaños y en un Senado de 128 miembros, y presenta como candidato a la jefatura del Estado al veterano funcionario Francisco Labastida, de 57 años, frente a Vicente Fox, de la misma edad, candidato del Partido de Acción Nacional (PAN).

Labastida busca una nueva presidencia en las elecciones más plurales, limpias y reñidas de la historia nacional. Las ha tenido todas desde su alumbramiento en 1929, como la alianza de 1.000 caudillos revolucionarios que puso fin a las cruentas pugnas internas desencadenadas en México después de la sublevación campesina de 1910 contra la dictadura de Porfirio Díaz (1877-1911).

¿Cómo se forjó la estabilidad, la dictadura perfecta? Fue posible mediante la conciliación de intereses y la conversión de los jefes revolucionarios en hombres de negocios, gratificando lealtades y castigando las deserciones, sofocando la discrepancia, acostumbrando a los de abajo a obedecer y a todos a ser genuflexos con las decisiones emanadas del vértice. Revestido de la legitimidad revolucionaria, este autoritarismo de laboratorio construyó un sistema de compadrazgos políticos, jurídicos y económicos, distribuyó escaños y cotas de poder e intimó y compró o chantajeó cuando no pudo seducir.

No ha habido tirano o déspota en el planeta Tierra, o incluso partido dominante, que no haya ambicionado las claves del PRI: desentrañar las trampas, aciertos y habilidades demostrados para ganar elecciones y mantenerse en el poder sin una represión continuada y compromedera internacionalmente, evitando que la disidencia partiera masivamente al exilio o se entregase al activismo desde una clandestinidad susceptible de ser desestabilizadora.

"La flexibilidad del PRI es todo un enigma, y su éxito", subraya el profesor universitario José Antonio Crespo, autor de varios libros sobre un partido que ocupó todos los espacios, un ornitorrinco de la política que cambió para no cambiar, es todavía capaz de desayunarse de izquierdas, almorzar de centro y cenar de derechas, y creó cultura y estilo de vida. Maquillado y con el rímel corrido, acude a su desafío más peliagudo un partido de mandíbulas ensanchadas que no puede compararse con una dictadura clásica, con los gorilatos castrenses latinoamericanos de los años setenta, los regímenes de partido único cubano, chino o soviético, y ni siquiera con los partidos dominantes de Japón o Suecia.

El PRI institucionalizó el populismo, el paternalismo y también la corrupción, estableció una pirámide de control político que se remonta a la tradición colonial española. Los tres poderes del Estado fueron uno y trino, apéndices obedientes del presidente de gobierno. El Revolucionario Institucional autorizó la existencia del Partido Comunista Mexicano, creó una oposición de pacotilla e insufló aire a la de verdad, al Partido de Acción Nacional (PAN), conservador, cuando éste se desmoronaba sin espacio en los sesenta, asfixiado por los fraudes y el avasallamiento. Si se morían los enanos se acababa el circo.

Todos dependen de todos en esa fraternidad de partido y gobierno, porque todos temen perder el control, el poder o las prebendas; y los campesinos pobres y los 10 millones de indígenas mexicanos, más que nadie, cayeron bajo la servidumbre y jurisdicción de los programas oficiales, del dinero en efectivo y las despensas oficiales. El paternalismo, más que programas de desarrollo, exigió a cambio votos. Guillermo Hernández es de San Luis Ayucan, tiene 85 años y siempre fue tendero. "Nosotros, antes, pues, la verdad, ni conocía uno nada, porque na más le decían a uno: 'Ve a votar', y ahí iba uno como borreguito, y que ponle ahí, y no sabía uno ni por quién votaba".

Guillermo Hernández votaba por el PRI, que hasta 1985 controló los Gobiernos de los 31 Estados de la República, 289 de las 300 diputaciones federales, 465 de las 470 diputaciones locales y 2.293 alcaldías de las 2.376 existentes. Pero los años y las frustraciones no perdonan: el 50% de los 100 millones de mexicanos es gobernado ahora por partidos de oposición. Aquella dominación absoluta no fue zafiamente diseñada o impuesta a punta de bayoneta. Siempre se guardaron las formas, evitando que corriera la sangre, y cuando corrió quedó impune o fue prácticamente imposible identificar a los victimarios, ocultos en las cloacas del singular régimen presidencialista.

Los diferentes sectores sociales, organizados en disciplinados sindicatos o patronales, desde telefonistas, electricistas, maestros, campesinos o empresarios, fueron siempre, y lo son aún, acarreadores de votos y correas de transmisión de decisiones políticas verticales. Todas proceden, en última instancia, del presidente del partido y del Ejecutivo, el auténtico soberano y árbitro de México que hizo y deshizo a su antojo y nombró a su sucesor a través de la práctica conocida como el dedazo. Ninguno pidió cuentas al anterior, excepto Ernesto Zedillo, que facilitó un proceso judicial que acabó sentenciando a 50 años de cárcel a Raúl Salinas, hermano de Carlos Salinas de Gortari, como autor intelectual del asesinato de José Francisco Ruiz Massieu, secretario del PRI en 1994.

El paternalismo fue clave en el control electoral de los más oprimidos, y a diferencia del heroísmo atribuido a los activistas contra las dictaduras clásicas, quien renegó del asistencialismo mexicano pasó a la categoría de traidor con quien le tendía la mano y un cheque mensual de 2.000 pesetas para alimentos, becas o medicinas. "Es un sistema que ha creado 40 millones de pobres, precaristas y marginados a los que condiciona el voto muy barato, los chantajea con los programas asistenciales para que voten por él, y basa su estadía en el poder en estos pobres que ellos mismos han creado", acusa Carlos Arce, diputado del PAN.

Es el círculo perverso, el voto cautivo. Los otros 40 o 50 millones de mexicanos, la parte más moderna y más dinámica del país, ya no quiere al PRI. No es de la misma opinión María Teresa Uriarte, hija de un navarro de Elizondo, esposa de Francisco Labastida, que promete liderar un nuevo y democrático partido. "Mi padre me enseñó a querer a México, a ser mexicana", comentó a este corresponsal en Puebla. "Sí, queremos más de lo mismo. El PRI ha permitido que el 88,1% tenga drenaje y agua potable, que el 94,5% tenga energía eléctrica, cuando en 1930 dos de cada 10 mexicanos tenían energía eléctrica. Y son 70 años de paz social gracias al partido".

Los mexicanos decidirán si prefieren la continuidad o les parece poco lo conseguido en 71 años, en unas elecciones con coacciones y sufragios comprometidos por la pobreza, pero mucho más libres que las desarrolladas pocos años atrás, durante el auge del México corporativo. "El partido oficial nunca se preocupó por ganar democráticamente el voto popular: lo arrebata, lo inventa, lo roba", remata el crítico José Eugenio Ortiz Gallegos. "Pero sus personeros siempre logran colocarse en los puestos del siguiente sexenio, lucrar, ascender en la carrera del poder aceptando la humillación de la obediencia ciega, defendiendo y venerando el sistema autoritario y corrupto".

El partido oficial fue pragmático y cínico cuando hubo de serlo. Las políticas económicas ejecutadas por los Gobiernos del PRI fueron diferentes según los tiempos y perfil de los presidentes, y nunca las protestas de los sindicatos, federaciones o confederaciones fueron a mayores, porque se apaciguaron puertas adentro en un partido que ha sido trabajador, patrón, Gobierno, Estado y juez: un pulpo invencible. El cacique sindical Fidel Velázquez, un tentáculo fundamental del cefalópodo americano, sólo torció el morro en los ochenta cuando se hizo un hueco la tecnocracia, una nueva generación de militantes, licenciados de universidades norteamericanas de prestigio y más dispuestos a la modernización de la economía y del partido.

"Llegamos a ser 120.000 ferrocarrileros. Pero después de la privatización ya sólo quedan 40.000 trabajadores en activo", señala Pedro Pérez, ex gerente de mantenimiento de Ferrocarriles Nacionales de México, admitiendo el ocaso de los viejos esquemas. Había pasado a mejor vida el nacionalismo del general Lázaro Cárdenas (1934-1940), que entregó 18 millones de hectáreas a los campesinos y abrió las puertas de México a 40.000 republicanos españoles. Agotados los diferentes populismos arribaron otras filosofías y llegó la apertura de 1982, el liberalismo de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994), que revertió la nacionalización bancaria de López Portillo, y Ernesto Zedillo (1994-diciembre 2000), que siguió abriendo el país a la inversión extranjera sin tocar el petróleo.

"El sistema político mexicano es la mayor empresa moderna del genio mexicano", definió el ensayista y poeta Gabriel Zaid, quien en su día encontró similitudes con el funcionamiento de multinacionales como General Motors. El PRI prefirió convertirse no en partido único, sino en hegemónico, y aceptar las corrientes internas, y la oposición, competir en comicios con más de un candidato, porque de otra manera la dictadura no era perfecta. "No podía echarse a la basura el formato democrático, que exige partidos de oposición y elecciones competidas", agrega Crespo. "Y por otro lado tenemos a los vecinos del Norte [Estados Unidos], que siempre han exigido al menos ese formato para reconocer a los Gobiernos mexicanos. Ello les permitió legitimar la ayuda y las relaciones". La hegemonía permitió la flexibilidad, la graciosa existencia de partidos de oposición que sirvieron de válvula de escape al malestar de la ciudadanía, a los berrinches de los nacionales más ansiosos de cambio.

Los mexicanos pudieron militar en ellos y votar por ellos, porque los triunfos oficialistas eran seguros y alcanzaban el 98%. El derecho al sufragio permitió al menos el desahogo, redujo presiones y retrasó la sublevación del subcomandante Marcos hasta enero de 1994. Para conjurar a la oposición, el poder presidencial dispuso siempre de una carta que jugó magistralmente: la carta de las reformas sociales. Cada periodo presidencial se caracterizaba por su desempeño en la continuación de diversas obras o programas sociales. El PRI avanzó en la promoción de la salud, la educación y la alimentación, y construyó carreteras, hospitales, escuelas e infraestructuras diversas. Pero el crecimiento demográfico, la delictiva sangría de recursos, la voracidad y avaricia de las oligarquías económicas y los fracasos económicos y gubernamentales condenaron a la pobreza a casi la mitad de los 100 millones de nacionales. Los saqueos en el ejercicio del cargo inspiraron a juglares y copleros, y la presidencia del empresario Miguel Alemán encajó en 1952 este dardo: "Alí Babá, con sus cuarenta ratas, / ha dejado a este pueblo en alpargatas. / Pero el sultán se siente muy feliz / gastando sus millones en París. / Si un nuevo sol en las alturas brilla, / ¡maldito el sultán y su pandilla!".

La libertad de prensa no correspondía a una democracia, pero era mayor que la cerrazón aplicada en los regímenes de partido único de otras latitudes. "Había libertad de prensa, pero no se ejercía", ironizaran varios periodistas. El equilibrio no era fácil, y con el tiempo y la rebelión estudiantil de 1968, ahogada en sangre por el Gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, fue inevitable un proceso de liberalización, que no de democratización. Fue una apertura gradual, controlada, con espacios más amplios a las protestas sociales, a la oposición, la entrega de algunas alcaldías. Pero habrían de pasar 60 años antes de que el PRI cediera un Estado, Baja California. Un año antes de las presidenciales de 1988 ocurrió la catarsis, el definitivo rompimiento del esquema de hegemonía priísta.

Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo abandonaron sus filas porque, entre otros factores, el control de la cúspide está reservado a otros, y fundaron el Partido de la Revolución Democrática (PRD), centro-izquierda. La oposición imprimió a sus acciones mayor ritmo. Paralelamente, el PAN venía creciendo y quedaron consolidados en México tres partidos. El PRI había sufrido rupturas en los años 1940, 1946 y 1952, pero ninguna como la padecida traumáticamente en 1987, ningún aldabonazo como el encajado por el partido en la cita del año siguiente, ganada por Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) y protestada como fraudulenta por la oposición, observadores internacionales y el derrotado Cárdenas, candidato presidencial por tercera vez.

La capacidad de adaptación y maniobra del PRI, su respuesta ante la masiva irrupción de un movimiento social hostil, a la baja y con victorias electorales cada vez más raspadas, fueron, sin embargo, sobresalientes en los comicios del 18 de agosto de 1991, en los que el PRI se recupera y obtiene el 64% de los votos. Casualidades de la historia, ese mismo día Rusia registra un intento de golpe de Estado y, de hecho, desaparece el partido comunista soviético. La progresiva decadencia del partido y de su maquinaria constituyen un salutífero acontecimiento democrático, aunque los coletazos del dinosaurio son todavía vigorosos.

El apoyo electoral aportado por las centrales obreras cayó arrastrado por la progresiva descomposición de un sistema que protegía a los gremios más poderosos, por las crisis económicas recurrentes, la entrada del neoliberalismo y la modificación de aspectos básicos de la Seguridad Social y los subsidios. No hay recursos suficientes públicos, sin incurrir en un aumento del déficit fiscal, para asegurar todas las lealtades y todos los privilegios, y los jefes sindicales perdieron trabajadores, representatividad y fuerza en el acarreo.

La peonada reclamó mayores salarios, y lo sigue haciendo porque durante 18 años consecutivos ha perdido capacidad adquisitiva. Los petroleros demostraron años atrás su descontento asistiendo a un mitin en silencio, y la organización del acto debió echar mano de un disco de aplausos para animar al candidato. Y en una elección de Yucatán el miedo a perder era tanto que un militante del PRI, provisto de una corneta y dos vacas, prometía sacrificarlas y repartir el mondongo entre los vecinos si ganaba el partido. Octavio Loyzaga, investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana, piensa que con la apertura económica y las privatizaciones los trabajadores comenzaron a movilizarse en la dirección contraria a la pretendida por el PRI. Nacieron nuevos sindicatos y nuevos peligros electorales, el partido perdió la mayoría en la Cámara de Diputados y en 11 de los 31 Estados; la crisis financiera de 1994, catastrófica, sumió en la necesidad a millones y el partido asistió a otro cisma, a la difícil convivencia de tecnócratas y dinosaurios.

Vicente Fox, el gerente de Coca-Cola en México y ex gobernador de Guanajuato, candidato presidencial del PAN en julio, aprovechó como nadie el descontento, el voto de castigo, las reformas electorales emprendidas en los años noventa, y disputa la presidencia a Francisco Labastida, que promete una nueva alborada priísta. El partido de Plutarco Elías Calles dista de haberse dado por vencido, porque la inercia histórica y sus resortes son muy fuertes, pero nunca como ahora sintió el soplo de la oposición en la nuca. Durante el aldabonazo de las encuestas desfavorables, uno de sus notables rechazaba en un sarao el inmovilismo, negaba que se hubieran opuesto a una transición democrática. "Ya la hemos hecho: hemos pasado del miedo al pánico".

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