Una obra hermosa y esencial
Ajax-PhiloctèteA partir de Sófocles. Adaptación: Daniel Loayza. Dirección: Georges Lavaudant. Intérpretes: Philippe Morier-Genoud y Patrick Pineau. Escenografía y vestuario: Jean-Pierre Vergier. Iluminación: Georges Lavaudant, Giles Chaudemanche. Convent de Sant Agustí. Barcelona, 27 de junio.
Ajax-Philoctète, qué espléndido espectáculo. Dos obras de Sófocles, aligeradas, resumidas, convertidas casi en esencia, que hablan de dos personajes de la guerra de Troya que tienen entre sí un nexo lejano, aunque el odio sea el mismo, en la figura de Ulises. Un trabajo dramatúrgico sencillo, eficaz, limpio, para dos actores estupendos y un director que no necesita demostrar ni demostrarse nada. Ajax-Philoctète es una pequeñísima joya, de una hora de duración, de las que te reconcilian con el oficio teatral: sin excesos, sin estridencias, sin nada más que la voluntad de mostrar un trabajo intelectualmente solvente, una bella reflexión escénica.
En Ayax y en Filoctetes Sófocles muestra a dos personajes desesperados. Ayax, furioso porque le han negado las armas de Aquiles, decide matar a todos los jefes aqueos porque se las han concedido a Ulises, pero cegado por Atenea acaba aniquilando al ganado en una escena dantesca. No le queda otra alternativa digna que el suicidio. Filoctetes, en cambio, abandonado años atrás por Ulises en una isla desierta, es requerido a retornar a Troya por su prodigioso arco, sin el cual nunca se ganará la guerra. Convencerlo será la misión de Neoptólemo, hijo de Aquiles, a quien Ulises envía indicándole que le diga que él también lo odia. Neopólemo cumple el plan, pero acaba confesando el ardid de Ulises, y Filoctetes se convence ante la pureza de corazón del joven.
Dos historias con finales distintos con las que Sófocles elabora un discurso profundamente humano y que Daniel Loayza y Georges Lavaudant simplemente yuxtaponen tras haberlas despojado de toda retórica. Es ese ejercicio de despojamiento lo más hermoso de la pieza. Eso, y el trabajo delicado, sutil de puesta en escena. Sólo dos actores en un espacio prácticamente neutro. Philippe Morier-Genoud y Patrick Pineau interpretan todos los personajes. Parece que se limiten a encarnar el texto, a declamarlo con dicción especial de los intérpretes franceses, pero en realidad el texto les recorre la espina dorsal como un escalofrío y sólo entonces se convierte en palabra.
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