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Cataluña, entre el proyecto y la imagen JORDI SÁNCHEZ

Las relaciones entre Cataluña y España no son fáciles ni discurren sobre alfombras de pétalos de rosas. El dato relevante es que desde la aparición del catalanismo político estas relaciones no han sido nunca fáciles, como lo indica el análisis de buena parte de los últimos 100 años. La historia de este siglo que nos disponemos a dejar está trufada de situaciones (por llamarlas de alguna manera) que ilustran mejor que cualquier discurso esa tensión, explícita unas veces y soslayada otras, que ha caracterizado las relaciones entre Cataluña y España. Desde el simbólico tancament de caixes hasta los hechos del 6 de octubre, llegando ya en épocas más cercanas a los intentos armonizadores de la LOAPA o a la reivindicación de un nuevo modelo de financiación autonómica, la dialéctica entre Cataluña y España ha estado presidida por la existencia de una cierta tensión. Tensión que se ha dado sobre todo, por no decir exclusivamente, en el ámbito político ya que el problema es precisamente de naturaleza política, mientras que en otros ámbitos (económicos, sociales...) las relaciones han sido en general correctas. La constatación de estas tensiones tampoco debería llevarnos a esconder la existencia de periodos en los que la tensión no sólo no afloraba abiertamente sino que incluso, como ocurrió durante la transición política, la sintonía era muy elevada entre el catalanismo y el resto de las fuerzas democráticas, muy posiblemente por los grandes retos que se debían superar como condición previa a cualquier desarrollo del autogobierno.En general, la tensión e incluso el conflicto institucional se presentan como un factor negativo que combatir y superar. No me creo fatalista, pero tengo la convicción de que esas tensiones proseguirán en el futuro y de que lo harán independientemente de las formaciones políticas que se encuentren al frente de los respectivos gobiernos. El federalismo se caracteriza por una cierta tensión que impide que el sistema se relaje a la vez que permite avanzar en la lógica de mantener fuertes los diversos poderes territoriales, buscando siempre un equilibrio entre ellos en función de las nuevas circunstancias que se van generando, y en cierta medida el Estado autonómico es un modelo de federalismo, aunque muy imperfecto. Hay que desechar la idea de que el conflicto político que genera esa tensión sea negativo por definición. Habrá que ver en cada caso para decidir si la tensión existente aporta más carga negativa que positiva. Pero suponiendo que el objetivo sea reducir la tensión, las soluciones tendrán que venir del lado político-institucional.

En cualquier caso, lo que es evidente es que una campaña de imagen exterior de Cataluña no conseguirá rebajar esa tensión política. Una iniciativa de estas características dirigida mayoritariamente a la opinión pública española puede, como mucho, aspirar a corregir alguna visión tópica que existe sobre nosotros los catalanes. Sin embargo, difícilmente puede crear las bases para solucionar los litigios que Cataluña tiene abiertos con España. Creer esto sería tanto como considerar que la opinión pública española, en primer lugar, está predispuesta contra Cataluña y, en segundo lugar, que es determinante a la hora de tomar decisiones políticas. Y creo que ni la primera cuestión ni la segunda son ciertas. En cualquier caso, me pregunto qué ha motivado al Gobierno catalán a plantear una campaña de largo alcance como la que la semana pasada se nos presentó y además a hacerlo con todo lujo de detalles, no sólo económicos. No sé si una iniciativa de esta naturaleza (la cual en principio no encuentro ni mal ni bien) merece una atención política tan importante como para convocar por primera vez en 20 años una reunión entre Pujol y los demás líderes políticos, sin tomar en consideración el encuentro producido después del atentado de Hipercor. Yo creía que los líderes políticos se debían reunir para analizar propuestas de futuro y de hondo calado político, no para convertirse en meros asesores de campañas de proyección exterior. No deja de ser una paradoja que nuestros dirigentes políticos sean convocados por la primera autoridad democrática de Cataluña para tomarles el pulso ante esa iniciativa y no para discutir abiertamente, por ejemplo, sobre el futuro de nuestro autogobierno o sobre los mecanismos que deben regir la financiación autonómica. Hay alguna cosa que falla.

Se tiene la sensación, exagerando un poco, de que, habiendo perdido la capacidad de iniciativa política, nuestros gobernantes se plantean disponer de iniciativa propagandística. Personalmente no me preocupa en exceso que en España tengan una visión distorsionada de nosotros, los catalanes. Probablemente nosotros también la tenemos de ellos. En verdad, todos nos acercamos y nos relacionamos con los demás con una gran carga de subjetividad, que en el caso de comunidades nacionales distintas suele ir acompañada de la existencia de tópicos. Tampoco creo que una campaña, por más millones que se inviertan, logre modificar sustancialmente la imagen y valoración que los españoles tienen de nosotros. A nosotros lo que nos falta es definir ese proyecto y explicarlo sin ambages donde se deba explicar. Precisamente lo que no se ha hecho en estos últimos años. La mejor manera de reducir tensión es proponer soluciones a medio plazo para los problemas planteados e históricamente no resueltos. Ése es el esfuerzo que los ciudadanos tenemos derecho a exigir a nuestros gobernantes, y ninguno de éstos puede hacernos creer -ni tan sólo insinuar- que una exposición y una campaña de imagen sustituirán este vacío existente. La ausencia de iniciativa política y la incapacidad de crear un horizonte político para Cataluña desde nuestras instituciones no se remediará sólo con una campaña de imagen. Como la realidad demuestra, crear un proyecto político es algo más difícil que diseñar una exposición. No por ello podemos desatender esa urgencia.

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