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El otro centro político.

Emilio Lamo de Espinosa

Hace años que recelo de todos aquellos que me dicen: "O estás conmigo o estás contra mí". En democracia no hay adhesiones incondicionales, y puesto en ese tipo de tesitura no tengo más alternativa que estar en contra. Por ello, me parece preocupante, no ya tanto consenso en el tema vasco, sino la violencia de ese consenso. Que Arzalluz asegure que, quien no está con él no es sino "grasa", lo comprendo; Arzalluz es un fascista y no le preocupa que, al eliminar las grasas acabe dejando al PNV en los huesos, como está. Me preocupa que mensajes parecidos de demonización de los tibios salgan de mi propio campo. Yo tampoco sé bien si estoy con los míos, sobre todo si no me dejan disentir o matizar. En resumen, si es bueno que Gobierno y oposición, y todos ellos con la mayoría de la opinión pública, estén (estemos) de acuerdo en política antiterrorista, no sé si es tan bueno que no haya algunas tensiones más a la hora de abordar el problema político del nacionalismo.No pretendo con ello negar ni un ápice de la razón que asiste al Gobierno en muchas cosas. Y diré cuales: la tiene al no ceder al chantaje de la violencia y negarse a negociar nada a cambio de la entrega de las armas, y cualquier duda sobre esta posición es muy negativa; la tiene también al acusar al PNV de deslealtad por pactar con asesinos, y mientras no salga de Lizarra no puede ser interlocutor válido por mucho que engole la voz a la hora de calificar a los aliados de sus aliados; la tiene de nuevo al exigir del PNV lealtad a la Constitución y el Estatuto, tanto más si se propone reformarlos; la tiene al exigir al PNV que opte entre dar prioridad al objetivo nacionalista o a la democracia, exigiendo la dimisión de quienes han impulsado esa política fascista; y la tiene, finalmente, al señalar que un partido engolfado en esa deriva no debe gobernar en Euskadi y ya es hora de que lo hagan los no nacionalistas. No son pocas ni tibias razones.

Pero el Gobierno tiene razón, sobre todo, porque no tiene alternativa legítima alguna a esas políticas que son, inevitablemente, políticas de Estado. El Gobierno hace lo que no puede dejar de hacer. Pero mi pregunta es otra y sólo puede ser la siguiente: ¿cómo puede resolverse el problema vasco? Y la respuesta es que, sin duda, y por encima de todo, se trata de ganar las elecciones de modo claro y terminante; sólo eso desmontará la deriva del nacionalismo aislando al fascismo vasco. Pues bien, para ganar en las urnas hay que convencer al electorado, y para eso hay que hablar a la ciudadanía. Y eso es justamente lo que echo de menos. Y para ilustrar el problema nada mejor que transcribir un e-mail que recibí a la mañana siguiente del último asesinato de ETA, y que representa muy bien otros muchos que he recibido los últimos meses.

"Hola buenas tardes. Soy uno de esos vascos que ayer sintió asco por los ETArras. También soy uno de esos vascos que no quiere seguir en España ni Francia. ¿Soy por eso terrorista?".

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"Yo no doy la solución, yo estoy definiendo el problema".

"Si un grupo de cientos de miles de personas de un pueblo reconocido no quieren seguir como hasta ahora, lo mínimo que se puede hacer es sentarse y hablar con ellos o sus representantes y negociar posibles salidas al conflicto que hay (que es lo que están proponiendo los partidos nacionalistas) y no olvidarse del conflicto (lo que hacen los partidos españoles). ¿No es un conflicto que cientos de miles de personas quieran ir por un camino y otros cientos de miles por otro? ¿Por qué una parte de la población se tiene que aguantar y resignar a seguir en el otro camino sin ni siquiera tener la opción democrática de decidir qué camino seguir?".

"¿Es ético que sólo haya un camino, el del Gobierno español y los que creen que se puede ir por otro seamos tildados como terroristas?".

No son, tampoco, argumentos triviales, por mucho que no los comparta.

Hace tiempo que defiendo que el único "hecho diferencial" o "derecho histórico" que debe tomarse en consideración es la voluntad diferencial democráticamente expresada en las urnas. La lengua, la historia, los fueros, todo sobra si no hay voluntad diferencial. Y si ésta existe, que haya o no hecho diferencial es irrelevante. Basta comparar a Valencia con Cataluña. Pues bien, es un hecho diferencial de primera magnitud que los ciudadanos vascos han votado a los partidos nacionalistas en cuantas ocasiones han tenido, obteniendo éstos aproximadamente la mitad de los votos. Y lo han hecho, por supuesto, libremente. Es más, todos los estudios de cultura política muestran una firme actitud nacionalista en Euskadi, sin comparación alguna con cualquier otra comunidad autónoma. De modo que, más allá de la violencia, hay una ciudadanía que está exigiendo un marco de reconocimiento político singular y que lo hace de modo democrático, en tiempo y manera.

En su discurso de investidura, Aznar aludió a España como nación plural. También el Rey, tras condenar el terrorismo, aludió a ese pluralismo. Por ello pienso que, sin ceder un ápice en la presión sobre la deriva fascista del nacionalismo, es urgente articular un discurso político positivo que, desarrollando ese pluralismo, diseñe el reconocimiento de la singularidad y sea atractivo para el electorado vasco, la mayoría del cual se siente vasco y español o español y vasco al tiempo, y no obligarle a optar, como está haciendo ETA y corremos el riesgo de hacer quienes militamos en el frente anti-ETA. Pues, si absurdo es el proyecto Lizarra-Arzalluz de separar Euskadi en dos mitades para eliminar a la no nacionalista, no menos rechazable sería pensar que el nacionalismo no existe. El pluralismo de Euskadi deriva de que la mitad de sus ciudadanos no son nacionalistas; pero también de que la mitad de sus ciudadanos sí lo son, y si olvidamos el reiterado mensaje de las urnas acabaremos fagocitados por la lógica de enfrentamiento del enemigo. El PP ganó el pasado 12 de marzo porque supo irse al centro en busca del electorado. Pues bien, sospecho que no otra cosa debe hacerse en el País Vasco: irse al otro centro político, el nacionalista, en busca del electorado. Y en este segundo frente el partido socialista y la oposición deben asumir el riesgo de la iniciativa.

Puede que ETA no tenga más solución que la policial. Puede, aunque es sensato abrigar serias dudas (y Le Monde nos lo recordaba hace poco). Pero incluso si fuera así, ETA y su entorno (incluido, hoy, el PNV) están lejos, por fortuna, de agotar el espectro político de la ciudadanía vasca. No basta con vencer a ETA; mucho más importante aún es ganar el apoyo de los ciudadanos vascos.

Emilio Lamo de Espinosa es catedrático de Sociología de la Universidad Complutense.

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