Capricho y desmán
Creado para el recreo y el reposo de la nobleza ociosa y culta, el caprichoso parque de la Alameda de Osuna fue hasta hace unos días morada de históricos fantasmas. El ilustre, ilustrado y castizo Cronista de la Villa don Federico Carlos Sainz de Robles señaló entre ellos la presencia ectoplasmática de un Goya enamorado que fue durante algún tiempo huésped "becado" de sus aristocráticos propietarios, paseante por los muchos rincones pintorescos de este parque temático del siglo XVIII, que conserva entre sus muros memorias de lances de honor, idilios cortesanos, bailes y fiestas, juegos y pantomimas, dramas y comedias.El parque de El Capricho, cien veces expoliado, incautado por las tropas napoleónicas y utilizado como sede del Estado Mayor del general Miaja durante nuestra última guerra civil, llegó hasta nuestros días entre la incuria y el olvido, visitado tan sólo por los vecinos de la zona y por algún turista inquieto, explorador de guías o amante de los jardines históricos.
Una rehabilitación costosa y esmerada, iniciada por el Ayuntamiento en los primeros años ochenta, ha recuperado por fin para goce y disfrute del pueblo de Madrid los jardines de la Alameda y sus singulares edificios, como el casino de baile, el templo de Baco, el abejero donde los ociosos nobles se ilustraban sobre la vida de las laboriosas abejas, el fortín cuyos cañones sólo disparaban honoríficas salvas o "la casa de la vieja", reconstrucción minuciosa y artística de una vivienda rústica habitada por autómatas, donde las duquesas tomaban el té en un fingido ambiente popular.
El último fin de semana, los madrileños tomaron por asalto esta Bastilla por fin liberada y algunos, en su entusiasmo, estuvieron a punto de arruinar una vez más este mágico y romántico entorno, que confundieron con la Casa de Campo, haciendo de él lugar de picnic y escenario de juegos infantiles con bicicletas, triciclos y pelotas.
Energúmenos hubo que trataron de llevarse como recuerdo a sus casas piedras y ladrillos del asediado fortín; con las primeras oleadas invasoras llegaron los vándalos y temblaron los conservadores y rehabilitadores de este entorno singular y único.
Para Santiago Romero, del Departamento de Parques y Jardines del Ayuntamiento, este tipo de problemas no es exclusivo de la Alameda. Por ejemplo, los cultos visitantes de la Feria del Libro, no por sus hábitos, sino por su número, calibrado en casi tres millones de paseantes-lectores, constituyen también una plaga de la que el Retiro tarda al menos dos largos meses en recuperarse del evento anual. Crudo dilema entre la democratización y la restricción, entre la libertad y el libertinaje; dramática opción, difícil de tomar sin herir los derechos ciudadanos ni devastar el patrimonio común de todos ellos.
Un problema y una paradoja que afecta también a los periodistas e informadores que, en cumplimiento de su misión, difunden los encantos y los secretos de bellos parajes campestres o ciudadanos, rutas olvidadas o monumentos desconocidos.
El éxito de su misión se traduce algunas veces en pequeñas o grandes catástrofes cuando el público lector, oyente o televidente, decide seguir sus recomendaciones y convierte los paraísos perdidos en frecuentados purgatorios, poniendo en fuga a la hasta entonces tranquila avifauna, pisoteando las especies autóctonas y decorando con sus detritus y sus pintadas el idílico paisaje, recoletos senderos o piedras venerables.
¿Qué hacer?
La respuesta es complicada, y la solución sólo puede plantearse a varias bandas, el civismo de los ciudadanos, la responsabilidad de los periodistas y la protección de los responsables de los respectivos entornos.
El que esto suscribe ha llorado más de una vez al ver cómo sus pistas y recomendaciones han sido tomadas al pie del camino por sus lectores. A la satisfacción de percibir cómo han seguido sus indicaciones se une la desesperación de contemplar cómo ese lugar secreto que un día quiso ver descubierto y compartido por todos se ha convertido en circuito de carreras para motoristas asilvestrados, conductores de flamantes todoterreno o vándalos pedestres.
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