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Tribuna:EUROCOPA 2000LA OTRA MIRADA
Tribuna
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El complejo de náufrago

¿Merece ya la pena ilusionarse por la selección? Campeonato tras campeonato la pugna ha sido la de una afición tensa y apasionada siguiendo la expectativa del equipo, y la de un equipo insulso y feo quitándose de encima nuestro amor. Nos encontramos pues en la situación de amantes despechados una y otra vez, hinchas deshinchados. ¿Merece la pena reunir ahora más fuerzas y recomenzar la pasión? Francamente, la reiteración de resultados adversos ha roto la ilusión sobre lo que ha existido y existe. Clemente era la causa sensible de aquellos males insoportables, pero ¿cómo esperar las mismas decepciones de Camacho? Algo, más allá de la caracterología del entrenador, decide, por lo que se ve, el destino de este equipo. No ya el destino de una u otra alineación, de la actual o la de hace años, sino del artículo concreto que es llamado "selección española".

Ni faltan buenos jugadores, ni experiencia internacional, ni falta táctica, técnica o logística. Se encuentran bien alimentados, entrenados, queridos, estimulados monetariamente. Lo que falla en este artilugio es, probablemente, la sustancia interior: una molécula que se relacionaría más con el mundo del Estado y la idea de nación que con la cosmología del fútbol. Cuando en el final de la Champions iban a enfrentarse el Valencia y el Real Madrid, medio país respiró tranquilo. De haberse disputado el partido entre el Real y el Barça nadie sabe lo que habría sido el cruce de banderas y signos con sus respectivas identidades nacionalistas. París habría reflejado en la algarabía la tabarra de nuestro conflicto doméstico, la falta de cohesión entre unas y otras partes de España.

Y casi lo mismo indica la selección. Falta cohesión, se juega a impulsos individuales, a golpes fragmentarios, al modo de tirones sectoriales y sin un clamor único. La unidad de Francia, de Alemania, de Inglaterra es una hermosa condición alejada de los aires de nuestra selección que incluso sólo tímidamente muestra, en un ribete, los colores de la insignia común. Ni el coraje de Camacho ni sus soflamas patrióticas han logrado fraguar un equipo unitario donde el deseo de vencer traspase su geografía de punta a cabo. Exactamente, cuando vemos a España manotear y hacer aguas sobre el campo la razón es ésta: el conjunto no ha taponado las fugas locales para evitar la amenaza y el complejo del naufragio.

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