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JOSU BILBAO FULLAONDO
Este pasadojueves se presentaba en Madrid la tercera edición de PhotoEspaña. Es el mayor acontecimiento de estas características que se celebra en nuestra geografía. Digo el más grande porque calidad también podemos encontrarla en la primavera de Barcelona o incluso en el festival de Salamanca. En cualquier caso, para hacernos una idea el evento, baraja la cifra de 77 exposiciones, 35 en la sección oficial y el resto en salas invitadas. La cifra no tendría mayor importancia si el plazo de exhibición fuera más allá del mes o si posteriormente una selección relevante se trasladase a otras ciudades, pero en cuatro largas semanas no se pone fácil abarcar toda la oferta y siempre queda la duda de haber perdido algo realmente interesante.
El concepto Fronteras se presenta, al igual que años anteriores, como eje central de todo el recorrido. No debe entenderse como denominador común de este acontecimiento. Es más una acepción simbólica que incorpora variantes estilísticas diversas y temáticas ocurrentes. Quiere marcar los límites entre unos y otros trabajos. Crear un nuevo mapa donde se confronten las ideas que llegan, donde se estimulen relaciones humanas, sin que nadie marque pautas estrictas, prevaleciendo el respeto por el otro. Pero estas buenas intenciones se ven frustradas por el enorme marco geográfico en el que se distribuye el evento. Convendría circunscribir los terrenos con más precisión, con cercados más reducidos, más visitables en la distancia y, lógicamente, en el tiempo. Esto permitiría confrontar en la cercanía diferencias entre autores que parecen desarrollar su actividad bajo un mismo paraguas. Desde las actividades paralelas se dan soluciones parciales a este problema, que dispersa los denodados esfuerzos del equipo directivo para llevar a buen término su proyecto. Se trata de recorridos fotográficos con un guía del festival para captar mejor las esencias de los contenidos, pero sobre todo para no perderse por las calles de Madrid.
Son cinco itinerarios temáticos de unas tres horas de duración. El primero de ellos, PHotoExpress, es una selección de lo que la organización considera de mayor relevancia. Autores consolidados internacionalmente y promesas nacionales. Un combinado de clásico y vanguardia, con la garantía de Yasuma Morimura, y las tomas subjetivas del maestro alemán Otto Steinert. La ruta Fotografía Española se dirige a una colección histórica en el Reina Sofía y tres galerías más, pero deja fuera otras notoriedades de indudable interés que, si la fatiga no lo impide, no debieran perderse. En el camino de Los clásicos se repiten algunos de la primera ruta, pero se incorpora A. L. Coburn, elemental para entender la fotografía como arte, y Joaquín Santamaría, el magnífico reportero que desde 1919 supo desvelar las entrañas humanas del Puerto de Veracruz (México). El trayecto dedicado especificamente a La Vanguardia recoge algún componente del cóctel inicial, pero añade pliegos innovadores. Aquí encontramos creadores de vídeo, los que no temen bucear en las nuevas tecnologías digitales o complejas instalaciones fotográficas a modo de esculturas. Son productos que indagan otras incógnitas hasta el momento desconocidas. Finalmente, bajo la cabecera Descubrimientos aparecen nombres que apuntan hacia el futuro de una disciplina cada vez con más adeptos. En todo este maremágnum de exposiciones se encuentran algunos fotógrafos vascos. Aitor Ortiz, en la galería Max Estrella, presenta Destructuras., una interpretación muy personal del lenguaje arquitectónico. Pilar Albajar y Antonio Altarriba, en BAT, abordan sus interesantes montajes en claves simbólica. La estación de Renfe Nuevos Ministerios se ocupa con una gran reportaje de Fernando Moleres sobre las peores formas de la explotación laboral infantil en el mundo.
En definitiva, es un conjunto con grandes piezas de interés para un chequeo general de la fotografía en España y en el mundo entero. Una ocasión para profundizar en los innumerables recovecos de la fotografía, que exige buen calzado y paciencia.
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