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Una guerra insensata

Si resulta complicado encontrar explicación a las guerras, más difícil resulta aún dar un sentido al conflicto fronterizo que desde mayo de 1998 desangra a Eritrea y Etiopía, dos Estados situados en una región conocida como el Cuerno de África donde la hambruna pone en peligro la vida de 16 millones de personas. Esta guerra, calificada por los observadores neutrales como una "de las más insensatas" que se conocen, ha venido a sumarse a los daños de esa plaga, cobrándose unas 100.000 víctimas, obligando a dos pobres países a cuadruplicar sus presupuestos militares para comprar armas y desplazando a miles de personas fuera de sus ciudades para huir de los combates.Parecía que Eritrea y Etiopía habían empezado a curar las heridas de una larga guerra -30 años de combates- que culminó en 1991 con la derrota militar de Etiopía y la independencia de hecho de su franja costera, Eritrea, que quedaría ratificada por referéndum dos años después. Así, Eritrea se convirtió en el primer país africano reconocido por la ONU surgido de una secesión. El principio sacrosanto que imponía las fronteras heredadas de la época colonial resultó quebrado. Y Etiopía se quedó sin su salida al mar.

Parecía que el nuevo Estado surgía en buena avenencia y vecindad con el ocupante derrotado porque el Frente Popular de Liberación de Eritrea (FPLE), conductor de la independencia e instalado en el poder en Asmara, había integrado la coalición con el Frente Popular de Liberación de Tigré -provincia etíope fronteriza con Eritrea-, que también en 1991 había permitido desalojar del poder en Addis Abeba a Mengistu Haile Mariam, el emperador rojo que, a su vez, había derrocado al negus Hailé Selasié. El líder del movimiento tigreño, Meles Zenaui, se convirtió en el nuevo hombre fuerte de Etiopía gracias a la ayuda eritrea. La coalición era bastante inestable porque los dos grupos secesionistas habían mantenido durante la guerra eritrea una relación más bien conflictiva plagada de disputas por motivos ideológicos relacionados con el cisma chino dentro del comunismo internacional, entre otras cuestiones.

Esa avenencia quedó rota hace dos años. Naturalmente, la responsabilidad de la nueva guerra se la adjudican el uno al otro. La realidad es que Asmara envió a sus soldados al llamado triángulo de Yirga, región fértil de Tigré donde se había instalado población eritrea desde tiempo atrás; decía que sus nacionales estaban siendo expulsados por los etíopes. El establecimiento de una moneda propia eritrea, la negativa de Addis Abeba a aceptar la paridad con su divisa y la exigencia del pago de sus intercambios comerciales en monedas convertibles fuertes supusieron un mazazo para la frágil economía del joven Estado, que, enfurecido, denegó las facilidades que había venido concediendo a Etiopía en los puertos eritreos de Asab y Misaua. Cerró nuevamente la salida al mar a Addis Abeba. A todo esto hay que añadir una frontera de cerca de mil kilómetros pendiente de trazar con claridad, cosa de la que no fueron capaces en los siete años de bonanza entre los dos vecinos.

La ocupación militar de Yirga removió en Etiopía las heridas abiertas por la derrota militar y la humillación infligidas por el FPLE, una guerrilla mal armada que había derrotado a uno de los Ejércitos más modernos de África y que contaba con el apoyo de tropas soviéticas y cubanas. Un Goliat (Etiopía) poblado por cerca de 60 millones de personas caía derribado por un David (Eritrea) de apenas cuatro millones de habitantes, un producto interior bruto doce veces y medio inferior y con un territorio 20 veces más pequeño. Meles Zenaui, de líder provincial secesionista se convirtió en un agitador del nacionalismo etíope que ha conseguido acallar los movimientos centrífugos de diferentes regiones como Ogadén o Wollo. Cada parte ha incrementado su ayuda a los movimientos de oposición del enemigo y de los aliados de éste, con lo que el riesgo de una desestabilización general en el Cuerno de África se ha incrementado peligrosamente. Durante los dos últimos años se lanzaron a un combate que recuerda a la guerra de trincheras de la I Guerra Mundial. Ataques en oleadas humanas con pérdidas que se cuentan por decenas de millares. Y a una carrera armamentística que ha llevado a ambos contendientes a cuadruplicar sus gastos militares. La comunidad internacional, que había acudido en ayuda de la región azotada por la hambruna, consideró que no era de recibo enviar alimentos cuando ambos países han tirado en dos años casi 100.000 millones de pesetas en nuevas armas. La Organización para la Unidad Africana (OUA) ha conseguido ahora apagar un fuego que ha tratado de sofocar durante los dos últimos años. De momento.

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