La difícil marcha atrás del PNV
"En política, dar marcha atrás es mucho más complicado que avanzar", apunta un destacado dirigente del PNV para ilustrar las dificultades y frenos existentes en su partido a la hora de separarse de la apuesta fallida de Lizarra. Estos impedimentos en el cambio de rumbo confirman que el paso dado por la formación de Xabier Arzalluz durante los dos últimos años fue bastante más que una concesión al mundo de ETA-HB para conseguir la paz. Por eso le resulta tan costoso retroceder de las posiciones avanzadas, pese a haber tenido que reconocer con pesar, a golpe de asesinato y agravio de ETA, que el camino de Estella no conducía a la paz.Hubo que esperar más de cinco meses desde el anuncio del fin de la tregua (el 28 de noviembre) y cuatro víctimas mortales para que el PNV, por boca del lehendakari Ibarretxe, sentenciara que la violencia había dejado "absolutamente invalidado" el esquema de Lizarra. Lo hizo el pasado 12 de mayo, pocos días después del asesinato de José Luis López de Lacalle y de la humillante difusión por la organización terrorista de las actas de las negociaciones mantenidas en los veranos de 1998 y 1999 con representantes del PNV y EA. Pero no fue hasta el asesinato en Durango del concejal popular Jesús María Pedrosa, el pasado día 4, cuando las voces críticas que se venían escuchando de forma individual tomaron cuerpo dentro del partido y se admitió la necesidad de variar el rumbo.
Los antecedentes muestran que la rectificación no va a ser lo rotunda y rápida que reclaman los hechos y las presiones políticas externas. "Quien exija eso no conoce a este partido", señala un cargo público peneuvista, que considera "contraindicados" pronunciamientos como los del presidente Aznar y el ministro Mayor Oreja. Va a ser, a su juicio, un giro lento y progresivo -"salvo que ETA lo acelere con alguna nueva barbaridad"-, y no sólo por las peculiaridades de una formación con características de iglesia, sino por la intensidad que ha tenido la deriva soberanista iniciada en Lizarra. Una profundización nacionalista más allá del Estatuto que ha calado en los sectores de poder del PNV y que quedó consagrada en la ponencia política que aprobó en enero su Asamblea General.
Siendo éste un obstáculo considerable para una corrección de rumbo, no es ni de lejos el esencial. "Nuestro partido siempre se ha movido dentro de una amplia indefinición ideológica y, según quién y cómo lo dirija, lo aprobado en enero vale tanto para avanzar con EH en la llamada construcción nacional como para seguir reivindicando el Estatuto de Gernika", sostiene un veterano militante que se sitúa cerca de las voces críticas. No obstante, admite que la experiencia de la unidad nacionalista alrededor de los conceptos de soberanía y territorialidad surgida durante la tregua ha calado "muy fuerte" en algunas capas del partido, que se resisten a que la acción terrorista de ETA y la persistencia de la kale borroka (violencia callejera) arruine los lazos y expectativas creados. El portavoz, Joseba Egibar, y los cuadros del partido en Guipúzcoa representan principalmente esta sensibilidad, que no renuncia a seguir explorando las mínimas posibilidades existentes de que Euskal Herritarrok cobre una cierta autonomía respecto de ETA y propicie, o bien una nueva tregua, o bien un desmarque nítido de la violencia.
La dificultad, por tanto, está en abordar un giro que involucre al conjunto del partido, sin que nadie quede fuera de la maniobra o pueda aparecer como responsable de una estrategia equivocada y que ha situado al PNV en un callejón de incierta salida. Aunque el papel de Egibar y Arzalluz ha sido notorio en el proceso, apenas nadie en el partido está dispuesto a reprochárselo y reclamarles responsabilidades. Y no sólo porque sería cuestionable desde el punto de vista orgánico, dado que todos los pasos desde antes de Lizarra se dieron con el consentimiento activo o (sobre todo) pasivo de la militancia, sino porque si algo coarta a la familia peneuvista es el fantasma de la división y la ruptura. Por ello, una de las cuestiones que se están debatiendo actualmente en los órganos de dirección del PNV se refiere a la forma de abordar el cambio de estrategia que imponen las circunstancias.
Está aceptado delegar en el lehendakari Ibarretxe la expresión pública de la etapa pos-Lizarra del partido, al tiempo que se busca reconstruir los puentes de diálogo con los socialistas, una vez que se da por imposible un mínimo entendimiento con un PP que juega a fondo la baza de desplazar al nacionalismo del poder. Pero ni siquiera el acercamiento del PNV al PSE de Redondo se presenta factible, por más que puedan compartir intereses y alguna necesidad. La experiencia de Lizarra -lo exigiera o no el discutido pacto con ETA de julio de 1998- supuso un corte absoluto en las relaciones personales entre los cargos peneuvistas y quienes hasta ese mismo mes fueron sus socios de años en el Gobierno vasco. No se diga ya con el PP de Iturgaiz.
Una eventual y dudosa colaboración con los socialistas va a requerir derribar el muro de incomunicación y desconfianza que se ha levantado entre ambos partidos durante los dos últimos años. El debate, el pasado viernes en el Parlamento de Vitoria, de la propuesta del PSE para crear una mesa de diálogo entre partidos fue reveladora tanto de la voluntad de ambos partidos para acercar posturas, como de los importantes obstáculos que lo impiden.
Al mismo tiempo, el PNV debe determinar cómo se enfoca internamente el giro anunciado. Un importante sector del partido en Vizcaya, que ha tomado las riendas de la situación tras haber secundado disciplinadamente la travesía soberanista anterior, es partidario de que la redefinición de la estrategia se realice en una asamblea general, de forma que quede claro que los errores, de haberlos, son responsabilidad del conjunto del partido, al igual que el nuevo rumbo. Pero, según fuentes de la dirección del PNV, las mayores resistencias a este procedimiento provendrían del propio Arzalluz, quizá por considerar que una asamblea haría más evidente la dimensión del error cometido y de su responsabilidad personal en él.
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