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El toque de Blair y Aznar

Soledad Gallego-Díaz

Las cosas no parecen ir muy bien en el Reino Unido. Es cierto que la economía está en un buen momento, pese a los problemas que plantea a la industria el precio de la libra, pero desde el punto de vista político empiezan a verse nubarrones en el horizonte. Lo que parecía imposible está ocurriendo: se cuestiona el "toque Blair", la extraordinaria y demostrada capacidad del primer ministro para conectar con sus electores y hacerles creer en su proyecto político. La más espectacular señal de esa repentina desconexión fue el humillante abucheo que sufrió el pasado día 7 en el Instituto de la Mujer. Lo peor fue que el primer ministro no tenía ni idea de por qué le abucheaban: "¿Qué demonios ha pasado hoy aquí?", gritó a sus asesores mientras abandonaba el local. Una de las asistentes explicó sus razones: "Las personas que estamos aquí sabemos todo lo que sigue funcionando mal. Antes pensábamos que Blair creía en lo que decía. Hoy no estamos seguros".Muchos comentaristas británicos creen, sin embargo, que la pérdida de fuerza de Tony Blair no es todavía significativa. Lo más preocupante, dicen, es la posibilidad de que cale entre los electores la duda entre lo que dice y lo que hace. Si ese análisis es cierto, Blair tiene serios problemas, sobre todo en su relación con los temas europeos, en los que cada día es más evidente su falta de liderazgo. Lo quieran o no los laboristas, la pertenencia del Reino Unido al euro será parte importante de la próxima campaña electoral (que puede adelantarse a la primavera de 2001). Prácticamente toda la prensa le demanda que abra ya el debate. Las encuestas muestran además una gran indefinición del electorado: cuando se llegue al referéndum la opción no será "euro sí, euro no". Ganará la propuesta del político que ofrezca mayor credibilidad y confianza.

Por eso son tan importantes las batallas internas en el Gabinete: todo el mundo sabe que el ministro de Exteriores, Cook, encabeza la lista de quienes tienen prisa por entrar en el euro. Y que el ministro de Hacienda, Brown, apoya a los escépticos. Lo que está causando más inquietud es la posición del propio Blair. Un día, aprovecha un texto firmado con el presidente del Gobierno español, José María Aznar, para declarar que el euro es un éxito y que Gran Bretaña está muy interesada, y otro, este mismo jueves, respalda a Brown y exige a Cook que suprima cuatro referencias favorables al euro en su intervención ante el Parlamento. "Ignore a pusilánimes, señor Blair, y haga de una vez campaña por el euro", reclamaba The Independent.

Quizá no sea mal momento para reclamar también a otros políticos que aclaren cuáles son sus intenciones respecto a Europa. El alemán Schröder y el francés Chirac parecen haber reanudado la tradición y se proponen hacer avanzar el proyecto europeísta. Italia nunca ha tenido grandes dudas: confía en la idea de una Europa con instituciones políticas comunes. Portugal y el Benelux le acompañan. ¿Y España? Hace algún tiempo se hubiera podido contestar sin esfuerzo. Hoy, después precisamente del manifiesto Blair-Aznar, es más arriesgado. La firma de un presidente del Gobierno español en un artículo tan poco europeísta resulta inquietante. Es casi lógico que Londres irrumpa en el debate sobre la reforma de la UE con un texto en el que ignora propuestas de integración, defiende por encima de todo el modelo estadounidense y apoya la rápida integración de nuevos miembros, la mayoría de los cuales tienen en estos momentos una visión más americana que europea. Pero ¿qué sentido tiene que España haga lo mismo? ¿Qué tenemos que ver con la tradición antieuropeísta británica? En el caso español, nuestra tradición nos llevaría más bien a pensar en las tres propuestas más integracionistas que están circulando: un cierto federalismo intergubernamental, la existencia de una segunda cámara europea, emanada de los parlamentos nacionales, y la famosa Carta Europea de Derechos Fundamentales. ¿Qué opina España de todo esto?

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