El idealista irreductible
Sentar a un anarquista a la mesa, sobre todo si es español y por lo tanto genuino, pudo ser en su momento un gesto de buen tono en los círculos de la progresía francesa. Pero no hay que dudar de la franqueza del alto magistrado Louis Joinet, número dos de la Judicatura francesa, cuando afirma que, en realidad, Lucio Urtubia representa "todo" lo que a él le "hubiera gustado ser".El asunto es bastante extraordinario porque a finales de los años 70 y principios de los 80, Lucio Urtubia estuvo reclamado simultáneamente por cinco juzgados. Lucio era en aquellos años el elemento en la sombra que ejecutaba a su manera pero, desde luego, al pie de la letra, el lema romántico de "robar a los ricos para darlo a los pobres", el Arsenio Lupin moderno que inundó medio mundo con falsos cheques de viaje de la American Express, el hombre que suministraba a las organizaciones antifranquistas todos los pasaportes y la documentación necesaria.
"Salvar a Lucio" fue la consigna de muy ilustres magistrados y abogados de la izquierda francesa fascinados por la autenticidad y honestidad de este personaje idealista, desprendido, inocente en su fe libertaria, una especie en extinción. También entonces, de la mano preferentemente de Roland Dumas, el dimitido presidente del Consejo Constitucional, asesor en la época del presidente Mitterrand, el anarquista español pisó discretamente los alfombrados salones del Elíseo y de Matignon.
A sus 69 años y pese a haberse convertido en una celebridad, el anarquista español que puso de rodillas al First National City Bank norteamericana con una gigantesca falsificación de cheques de viaje de la American Express sigue levantándose a las 6 de la mañana para acudir puntual a su trabajo en la pequeña empresa de albañilería que dirige. El "tesoro de Lucio" que los servicios policiales franceses persiguieron con tanto ahínco en las décadas de los 70 y 80 se desvaneció hace ya años al servicio de los grupos anarquistas y de las organizaciones antifranquistas e internacionalistas asentadas en suelo francés.
Después de haber dispuesto de la máquina de hacer dinero falso, Lucio Urtubia no ha guardado, por lo visto, nada para sí, como no sea una variopinta colección de amigos desde obreros de la construcción y de la imprenta hasta escritores intelectuales y juristas. Gracias al libro Lucio, el irreductible, publicado por Flammarion, de la mano del escritor y periodista Bernard Thomas, la policía ha sabido ahora, por ejemplo, que las planchas de las falsificaciones, el dinero y las armas encontraron un refugio seguro en una serie de tumbas abandonadas de los grandes cementerios de la capital francesa.
Acusado del secuestro del director de la sucursal parisiense del Banco de Bilbao, Baltasar Suárez, en 1974, y de estar relacionado con todos los grupos antifranquistas, ETA incluida, -"no estoy de acuerdo con esa violencia, estoy a favor de la independencia de los pueblos pero sobre todo a favor de la independencia de las personas", dice-, Lucio es un caso notable de supervivencia. Además de librarse de condenas de 20 años, este hombre, sin duda, afortunado, ha escapado a la deriva mafiosa o del dinero fácil y sigue proclamando el ideario anarquista. "He tenido la suerte de nacer muy pobre. Es el trabajo lo que me ha abierto las puertas y me ha dado el orgullo en la vida. No soy más inteligente que otros y en cuanto al coraje... otros también lo tenían".
El libro es un relato en vivo, fantástico, trufado de nombres conocidos -"me decepcionó el Che, la verdad"- y absolutamente verídico. Los atracos a mano armada ("las recuperaciones" que dice él), el intento de secuestro de Klaus Barbie en Bolivia, las negociaciones para la devolución del Guernica a España, la colaboración con las Panteras Negras, los contactos con Acción Directa, con ETA Político Militar, las estafas bancarias, la relación con Paco Rabanne, con Albert Boadella desfilan por las páginas a velocidad de vértigo.
El anarquista de Cascante (Navarra) perdió el "respeto a la sociedad" el día en que descubrió que en su casa no había dinero para comprar los fármacos que podían aliviar el sufrimiento terrible de su padre moribundo. No dejó nunca de trabajar y vivir de su salario, ni siquiera en los momentos más convulsos de su activismo antifranquista. Su nuevo proyecto es ocupar un gran edificio abandonado y rehabilitarlo enteramente como ejemplo de compromiso libertario. "Somos albañiles, electricistas, fontaneros... No necesitamos del Estado".
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