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Nuestro calzado se globaliza

El calzado doméstico no quiere ser menos que otras industrias migratorias e itinerantes. Siguiendo la pauta, el presidente de Industrias del Calzado Español (FICE), Rafael Calvo, afirma que "hay que proveerse fuera de mano de obra barata". Suena acongojante, pero al parecer, no lo es. El señor Calvo no quiere que lo sea. Cálmense en Elche y su entorno, cálmense quienes en toda España viven del zapato. "...en España se realizaría la imagen y la calidad del producto". Diantre. Un homenaje a Minerva. Habida cuenta que, según el presidente de la FICE, con la imagen y la calidad "basta para absorber la mano de obra nacional".Que la imagen y la calidad del trabajo a más de 45.000 operarios "declarados" (o sea, los no sumergidos), no se lo creen los sindicatos ni me lo creo yo y hay que preguntarse enjundiosamente si se lo cree el señor Calvo. Según Emilio Domenech, secretario de UGT en el Baix Vinalopó, las empresas ya emigradas "mantienen las fábricas nacionales sólo para la fabricación de muestras". El éxodo se dirige a Cuba, a México, a países africanos. En el Olimpo, Minerva irradia satisfacción.

A fines de los sesenta, un negociante norteamericano se mostró más tajante ante una comisión del Gobierno. "He comprado una fábrica de zapatos moderna, aquí en Estados Unidos, y la he trasladado toda. Hago los mismos zapatos, con la misma marca, me he llevado el equipo técnico y administrativo, vendo a los mismos clientes; pero ahora pago a los operarios 50 centavos hora, aquí pagaba 3 dólares. No me ha guiado otra razón".

La globalización viene de lejos; las petroleras globalizaban ya a principios de siglo, Ford tenía una factoría de ensamblaje en Europa en 1911. Hay ejemplos más antiguos. Pero en los sesenta, y por acumulación, se cumplió la ley de Engels: la cantidad se transmutó en cualidad. Ya entonces surgieron voces de protesta, muchas de ellas, de los propios políticos. En un mundo en el que los capitales campaban a sus anchas y en el que los centros de producción eran itinerantes, no había ya poder político que no pudiera ser anulado o reducido a su más mínima y simbólica expresión. Hoy la situación ha empeorado, pues los capitales se trasladan instantáneamente, se desarrollan o se suprimen tecnologías con mayor rapidez, se intensifican los cambios de hábitos para hacerlos más acordes con el mercado único, se han refinado los métodos de ingeniería financiera, se hacen mejores juegos malabares con los impuestos... Así, ningún Gobierno puede hacer, tranquilamente, proyecciones de desarrollo económico y social. Unos señores reunidos a miles de kilómetros pueden echar por tierra todos los cálculos, con una decisión tomada sin tenerlos para nada en cuenta.

Pero como hemos dicho, todos estos factores estaban ya presentes en la década de los sesenta. Fue entonces cuando se impuso la idea de la unidad global, a pesar de que los flujos de capitales estaban menos desarrollados que ahora y de que aún no había estallado Internet. Con lo que había, bastaba para poner el mundo patas arriba. Para sentar las bases de una "revolución" sin precedentes: la sustitución, a escala mundial, del poder político por el poder económico. Lo que sigue lo recojo de fuentes de la época, no es producto de mi imaginación. Datos que ponen de manifiesto la escasa eficacia del poder político por el poder económico. Lo que sigue lo recojo de fuentes de la época, no es producto de mi imaginación. Datos que ponen de manifiesto la escasa eficacia del poder político para cortar de raíz la mayor amenaza de nuestro tiempo: el largo brazo (de especuladores, fabricantes de bizcocho, zapatos, automóviles, cohetes, genes), que atenaza vidas, haciendas, medio ambiente y lo que salga de los laboratorios.

Hace casi cuarenta años las multinacionales movían entre 160 a 260 billones de dólares americanos. "Más que suficiente para producir una crisis financiera internacional de primer orden", decía un informe del Senate Finance Comittee de Estados Unidos. En comparación con las empresas nacionales, las multinacionales tenían un impacto mucho mayor en el sistema monetario internacional, gracias a su dominio del comercio del mundo, a su administración financiera globalmente coordinada y a la mayor rapidez con la que podían actuar. Dijeran lo que dijeran, "el hecho es que por primera vez en la historia pueden socavar de manera eficaz la capacidad de los bancos centrales para defender sus respectivas monedas". La retirada repentina de grandes depósitos en manos de los globalizadores, o quiebras importantes en un periodo de recesión, podían desatar el pánico a escala mundial.

Para los primeros globalizadores (en el sentido actual del término) sólo existía, y sigue existiendo, un enemigo serio: el Estado-nación. Anularlo o destruirlo era la consigna abiertamente expresada por los globalizadores de los años sesenta. Ni Estados Unidos, con todo su poder bélico y político escapaba a este propósito. Los gobiernos cumplirían tareas subsidiarias para mantener el orden previsto por los grandes mercaderes. Recojo unas citas entre muchas docenas. "Las fronteras políticas de los Estados-nación son demasiado estrechas y constriñen; no pueden definir el alcance de los negocios modernos". (William Spencer, presidente del First National City Corporation). Maisonrouge, de IBM, clamaba: "No hay conflicto más crítico que el generado por la existencia de las naciones por una parte; y por otra, la necesidad de aprovechar al máximo, y a escala global, los recursos naturales... El Estado-nación debe morir y con él todas las empresas que sean esencialmente nacionales". Según George Ball, "el Estado-nación está pasado de moda" (En 1967). ¿Por ser una artificial construcción política? No, no. Porque es incapaz de adaptarse al complejo mundo económico de las multinacionales.

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En este esbozo me es imposible presentar las políticas antiglobalizadoras que, sin menoscabo del pluriculturalismo, deben desarrollar los todavía vivos Estados-nación. Al unísono. La UE, EE UU, Japón y el resto. La acción conjunta puede imponerle a la globalización, incluso con cierta facilidad, un rumbo políticamente dirigido. Compitan globalmente los fabricantes de salchichas, pero háganlo respetando unos criterios políticos y sociales que defienden el medio ambiente, los derechos laborales y la dignidad de todos los seres humanos.

Que miles de operarios del calzado se vayan al paro en nuestro país para engrosar la lista del trabajo esclavo o semiesclavo, es algo que no obedece al poder político sino al económico. (Al primero sólo en la medida en que se subordina al segundo). Y el poder económico no tiene más "ideario" que el beneficio y después de mí, el diluvio.

Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.

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