La mitad de nada
Veinte años no es nada, dice un tango. Pues sólo diez es lo que ha durado el puente que soportaba la N-II a su paso por la población barcelonesa de Esparreguera. El máximo responsable catalán de Obras Públicas se ha apresurado a afirmar que es pronto para exigir responsabilidades. Pero alguna debe de haber, más acá de las que puedan atribuirse a la madre naturaleza. Alguien dibujó y calculó la resistencia del puente y de su base justo en el lugar donde se encontraba y no en otro. Alguien dirigió las obras y comprobó la idoneidad del proyecto, y se supone que se construyó de acuerdo con los planos. No se trata de prejuzgar responsabilidades, sino de averiguar dónde se produjo el error que ha causado, además de los daños materiales, dos víctimas mortales. A bote pronto, resulta difícil comprender que haya sido el viaducto recién construido el que no haya soportado los embates del aguacero mientras a su lado, sobre el mismo lecho del mismo torrente, un vetusto puente resistía sin inmutarse idénticas acometidas.La legislación española es todo menos clara en materia de responsabilidades de constructores. Los jueces se han mostrado reacios a las demandas por daños y perjuicios. Pero en este caso hay, obviamente, daños y perjudicados. Corresponde a los expertos establecer si la desgracia se produjo por negligencia y, en caso afirmativo, de quién, de forma que la justicia imponga las reparaciones que procedan. Es tarea del Gobierno exigir claridad y hacer que se conozcan los motivos del hundimiento, a lo que se comprometió ayer el Ministerio de Fomento. Porque se trata de una obra pública, es decir, de todos. Con demasiada frecuencia el dinero común es visto como si no fuera de nadie, lo que da alas a actitudes de avispados que no siempre han contado con la condena social oportuna. No se puede exigir imposibles, ni siquiera a los ingenieros de caminos; pero las obras públicas deberían tender a perpetuarse. ¿Es mucho pedir que la técnica actual iguale, cuando menos, la de los antiguos?
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