Dudas injustificadas
Camacho, Hierro, Guardiola y Raúl están obligados a apagar la desconfianza que se observa en la selección tras los últimos partidos
Por motivos que se antojan inexplicables, la selección transmite una cierta melancolía en las vísperas de su primer partido en la Eurocopa. Es lógica la ansiedad antes de comenzar un torneo tan prestigioso, y hasta se podría hablar de la responsabilidad que contraen los equipos que salen como favoritos. España ha obtenido esta condición no por su palmarés, sino por su trayectoria en la fase de clasificación, donde convenció en todos los aspectos. Quizá por primera vez en la historia se produjo la unanimidad necesaria. La selección quedó identificada por un estilo que remitía a las referencias más brillantes de nuestro fútbol: la quinta del Buitre y el Barça de Cruyff. Equipos generosos y queridos, que mostraron el camino a la actual generación de futbolistas y que trazaron una divisoria clarísima con el pasado. De ahí el desencuentro con la etapa de Clemente, apóstol de un modelo desagradable para el aficionado medio. Se produjo el cambio necesario, recibido con doble satisfacción. Por un lado, se acabó con un sectarismo ponzoñoso, y por otro se celebró el fútbol de un equipo con muchísimas cualidades: elegante pero sin excesos barrocos, optimista, con personalidad, fiable, atractivo. Por fin se había completado el círculo de resultados, buen juego y entusiasmo de los aficionados.La gente se ha sentido feliz durante estos dos años. Terminada la etapa del resultadismo sin resultados, se disfrutó del fútbol por el fútbol. Como punto de partida para afrontar la Eurocopa, España está en las mejores condiciones posibles. Los aficionados exigen menos la victoria en el torneo que la obligación de mantener los principios que han definido el estilo del equipo. Lo que menos se soportaría es la negación de todo lo que se ha conseguido hasta ahora, la renuncia a la singularidad de una selección que decidió apartarse del modelo hermético y gris que predomina en Europa. Nada garantiza la victoria, ni tan siquiera el buen juego, pero la decepción estará garantizada si España no es fiel a sí misma en la Eurocopa.
Sin embargo, en los últimos días parece que han surgido dudas en la selección y su entorno. Los partidos contra Suecia y Luxemburgo han provocado un efecto depresivo, o eso parece. De nuevo se ha observado el aspecto impresionable de nuestros jugadores, muy capaces de sentirse afectados -sin motivo alguno- por dos actuaciones discutibles y de olvidar toda la inversión de prestigio que habían conseguido en los últimos meses. Es típico de la selección sentir un horror al vacío antes de los Mundiales y de la Eurocopa. En los últimos 30 años, por establecer el margen generacional que corresponde a los jugadores actuales, España sólo ha vencido en un primer partido: frente a Dinamarca en 1988. Ha perdido con Brasil (Mundial 86), Nigeria (Mundial 98) y Austria (Mundial 78), y ha empatado con Italia (Eurocopa 80), Honduras (Mundial 82), Rumania (Eurocopa 84), Corea del Sur (Mundial 94) y Bulgaria (Eurocopa 96). Una victoria, cinco empates y tres derrotas. Es hora de que la selección quiebre esta historia. Pero no lo hará si la invade el pesimismo y el miedo, si observa a Noruega como el gigante futbolístico que no es. En la era Camacho, España ha tenido la oportunidad de medirse con Italia (dos veces), Brasil y Argentina. Ha ganado, ha empatado y ha perdido, pero siempre ha actuado con trazo firme, con unas señas de identidad que han llenado de orgullo a los aficionados y, se supone, que a los jugadores. ¿Por qué renunciar a ellas en este momento? La selección no puede ceder ni un milímetro en sus principios. De lo contrario estará condenada. No sólo no ganará, sino que provocará la frustración de la gente, que sólo pide buen fútbol. O la clase de fútbol que ha practicado la selección en los últimos 18 meses.
Es la hora de Camacho, de Raúl, de Guardiola y de Hierro. Ellos tienen que convencer al equipo de que no hay camino de retorno. Tienen experiencia y vigor. Han visto y han ganado mucho. Más que nunca tienen que ejercer el liderazgo en una selección de espléndidos futbolistas que no deben sentir complejo alguno ante nadie. Sólo tienen que hacer lo que les ha llevado hasta aquí: jugar, disfrutar, recordarnos que el fútbol también puede ser amable en estos tiempos. Abandonar esta extraña melancolía y salir a por la Eurocopa.
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