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Un viaje a Mallorca

Juan José Millás

Érase una pareja de hecho que vivía entre mondas de naranja y cáscaras de plátano, dentro de una vivienda sucia, llena de ratas y goteras. Ella estaba siempre desgreñada, sin asear, y un poco aturdida por los ansiolíticos que consumía para aplacar los remordimientos de no estar lo suficientemente comprometida con su cónyuge.En cuanto a él, iba de un lado a otro en camiseta de tirantes, sin afeitar, con la colilla pegada a la comisura de los labios y profiriendo toda clase de blasfemias o descargando su ira contra unos niños famélicos, que como producto de aquella unión de hecho, eran también sucios, haraganes y mentirosos. La pareja de hecho discutía continuamente por cosas nimias y a veces se golpeaban mutuamente la cabeza con sendas hachas que guardaban en el maletero del automóvil. Por la noche, para que los niños no les molestaran, los pasaban por el horno al objeto de que se atontaran con los vapores del gas y les dejaran emborracharse a gusto hasta el amanecer. El más pequeño sólo tenía una oreja, pues la otra se la había devorado una rata, y a la mayor, de tan solo 8 años, le faltaban todos los dedos del pie derecho que su madre, en un arrebato, le había recortado con las tijeras de podar.

Justo enfrente de ellos había una gran mansión donde vivía una pareja de cohecho que era todo lo contrario. Sus niños no sólo estaban enteros, sino que disponían de hermosas prótesis cromadas, conocidas como bicicletas, que multiplicaban la capacidad de sus ágiles piernas. Eran rubios y de ojos azules. En realidad, eran suecos, no porque hubieran nacido en aquel lejano país, sino porque su esencia era la suecieidad, si pudiera decirse este modo, de ahí que se acostaban a las diez sin que fuera preciso pasarlos por el horno. La pareja de cohecho amaba a sus hijos y los educaba en los valores propios de la tradición. Jamás discutían entre sí y se necesitaban tanto que eran incapaces de estar separados el uno del otro un solo instante. Él trabajaba en el Ayuntamiento y ella tenía el hogar como los chorros del oro, pese a acompañar a su marido a todos los viajes de trabajo para fortalecer el compromiso que les unía.

Un verano, la pareja de hecho y la de cohecho decidieron irse juntos de vacaciones a Mallorca. Al principio, parecía que todo iba a ir bien, pero ya en el barco se empezaron a notar las diferencias de clase. Los hijos de la pareja de cohecho compraban todo cuanto les venía en gana, mientras que los de la pareja de hecho se tenían que conformar con un helado al día.

-¿Cómo es que podéis dar a vuestros hijos todo lo que quieren? -preguntó la pareja de hecho a la de cohecho.

-Es que cargamos la cuenta al Ayuntamiento -respondieron al unísono, no sin cierto orgullo.

Por lo visto, la pareja de cohecho era pareja de cohecho las 24 horas del día, lo que les obligaba a vivir del presupuesto municipal. Aquel viaje en concreto les había salido gratis, pero no era la primera vez que viajaban a costa del contribuyente, ya que su compromiso conyugal era de tal calibre que ellos no habrían podido costeárselo individualmente.

-En realidad -dijo la mujer perteneciente a la pareja de cohecho-, nosotros somos muy partidarios del compromiso y para el compromiso no hay nada como una unión de cohecho. Mi marido y yo llevamos unidos 30 años y no nos cansamos.

Durante los días siguientes la pareja de hecho pudo comprobar que la pareja de cohecho tenía un patrimonio considerable gracias en parte al tipo de unión que habían elegido. Además, podían hacer innumerables obras de caridad, puesto que la caja municipal parecía no tener fondos.

-El año pasado regalamos un televisor al centro de ancianos del pueblo en el que tenemos el chalet de fin de semana -dijo él.

-Y entregamos un donativo a una cofradía de Málaga -dijo ella.

-Y pasamos una pensión a una costurera que ha estado en casa toda la vida -añadió él.

-Y cuando yo presido una mesa petitoria -presumió ella-, mi marido coge sesenta o setenta mil pesetas del Ayuntamiento y las pone en mi cesta, delante de todo el mundo.

La pareja de hecho se convirtió en aquel viaje a Mallorca a la verdadera religión y ahora van limpios y llevan a sus niños aseados y tienen un patrimonio y no discuten nunca y colorín colorado este cuento se ha acabado.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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