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Salir del atolladero

José María Aznar es presidente de un partido político cuyos concejales en el País Vasco son objeto de la ofensiva criminal más fríamente diseñada por ETA desde la instauración de la democracia. Xabier Arzalluz es presidente de un partido político que en agosto de 1998 selló un acuerdo con ETA del que se derivó un pacto con EH que permitió formar Gobierno a su partido. Ante la renovada ofensiva de ETA, Aznar ha mantenido una política de resistencia y fortaleza, sin ceder ni un ápice ante el terror y recrudeciendo las denuncias contra el PNV; Arzalluz, por su parte, ha mantenido el Pacto de Estella y ha intentado destruir al ministro del Interior haciéndole responsable de los asesinatos cometidos por ETA.Hasta aquí, los hechos. Por debajo, sosteniéndolos, las intenciones. El PNV selló su acuerdo con ETA porque, en vísperas electorales, creyó que presentándose ante los ciudadanos como gestor único de una tregua indefinida iba a conseguir un incremento sustancial de votos y un nuevo impulso a su política soberanista. El PP ha resistido en la firmeza ante ETA porque la respuesta ciudadana al asesinato de su concejal Miguel Ángel Blanco le reveló la existencia de un amplio sector de la sociedad vasca dispuesto a movilizarse no ya contra ETA, sino frente a los nacionalistas.

Hechos e intenciones componían dos apuestas políticas de incierto resultado. Las urnas se encargaron enseguida de aclararlo; en las elecciones autonómicas de octubre de 1998, el PNV retrocedió, el PP dio su gran salto adelante convirtiéndose en segundo partido de Euskadi y EH recuperó el electorado perdido. A partir de ese momento, el PNV quedó a merced de la izquierda abertzale, que le exigió embarcarse en aventuras euskalherriacas de soberanía nacional. Avanzando por la cuerda floja, el PNV optó por reafirmar en su última Asamblea la estrategia soberanista y por negarse a aceptar la posibilidad de que ETA volviera a matar. En caso contrario, decía Egibar en enero, "podrían caer nuestros dirigentes".

Sus dirigentes, a pesar de los cinco asesinatos cometidos por ETA, han hecho todo lo posible por no caer. Es su natural instinto de conservación, o mejor: un dirigente sólo cae cuando la falta de apoyos hace insostenible su posición en el partido. Es lo que comenzaba a ocurrir en el PNV: un sector hasta ahora conminado a callar ha levantado la voz para expresar su descontento por el fracaso global de la política emprendida en agosto de 1998: retroceso electoral, avance de EH, asesinatos de ETA y fortalecimiento del PP, que ha reafirmado en las elecciones generales su posición como segundo partido de Euskadi.

¿Tiene sentido, ante la debilidad de la actual dirección del PNV, empujar como lo ha hecho el jueves José María Aznar? Aun con el riesgo de favorecer el cierre de filas, lo tendría si los quebrantados dirigentes del PNV hubieran iniciado maniobras de aproximación al PSOE que les permitieran recomponer una mayoría política sin necesidad de admitir su fracaso ni renunciar a su estrategia soberanista. Pero eso es exactamente lo que se desprendía de un reciente comentario editorial del director de Deia, diario del PNV, cuando celebraba que "los socialistas se mueven y los nacionalistas también" y revelaba que Arzalluz había mantenido una "discreta entrevista" con González.

Esta maniobra es, quizá, lo que Aznar pretende cercenar. El PNV intenta acercarse a un PSOE en horas bajas por ver si le ayuda a encontrar algún atajo para escapar del atolladero en que ha embarrancado a la política vasca. En estas circunstancias, la intervención de Aznar, aun si sobrada de adjetivos, tiene una lógica aplastante: para salir del atasco hay que reconstruir una mayoría de Gobierno basada en una mayoría social, producto de nuevas elecciones o, mejor, de un acuerdo entre nacionalistas y constitucionalistas sin exclusión del PP. Éste es, en efecto, el único camino que queda por recorrer; el camino que, sumando votos, contaría con más amplio respaldo social.

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