Microsoft se muestra dispuesta a pactar con el Gobierno de EEUU para no ser dividida
"Nos encantaría alcanzar un acuerdo extrajudicial con el Gobierno", declaró ayer en Bruselas Steve Ballmer, primer ejecutivo de Microsoft. El día anterior, el juez Thomas Penfield Jackson, que ha decretado la partición en dos del gigante de la informática como castigo a sus prácticas monopolistas, expresó su deseo de que, antes de que llegue al Tribunal Supremo, el caso se cierre con un pacto entre Microsoft y el Gobierno. Joel Klein, el fiscal del Departamento de Justicia, se declaró dispuesto a negociar ese pacto, siempre que Microsoft confiese sus pecados y haga propósito de enmienda.
Pero es difícil que Microsoft cumpla la condición impuesta por Klein. La arrogancia del fabricante de Windows es, de hecho, tan culpable de su derrota como sus actitudes monopolistas. La insistencia de Bill Gates, Ballmer y los suyos en que, aunque "duras", sus prácticas comerciales son correctas, es lo que ha empujado a decretar la segregación a Jackson, un conservador de Washington que militó a favor de Richard Nixon, fue nombrado juez en 1982 por Ronald Reagan y siempre ha tomado partido por las empresas. Antes de ser nombrado juez, Jackson fue abogado especializado en defender a hospitales frente a las quejas de los pacientes. Como magistrado, desestimó en 1987 una demanda del Gobierno de EE UU contra General Motors por fabricación de frenos defectuosos. El pasado febrero, en la etapa final del caso Microsoft, Jackson todavía declaraba en público: "No me siento a gusto ante la idea de reestructurar esa empresa. No estoy seguro de estar capacitado para ello. Microsoft es una empresa grande, innovadora y admirable. Y es un motor para nuestra economía".
Mala imagen
En un reportaje publicado ayer, The New York Times contó cómo los tremendos errores de imagen y de política de defensa de Microsoft empujaron a Jackson a la decisión que adoptó el miércoles: darle la razón a la parte demandante, el departamento de Justicia, y decretar la división del gigante de la informática.
Tras fallar en abril que Microsoft había violado las leyes antimonopolio de EE UU, Jackson esperaba una actitud humilde de Gates y los suyos que no le obligara a optar por una medida considerada como el equivalente empresarial de la pena de muerte. Pero no fue así. En declaraciones efectuadas a fines de abril al diario neoyorquino y solo publicadas ayer, Jackson dijo: "Estoy asombrado por las declaraciones de Gates y Ballmer". Y añadió: "Ante la intransigencia de Microsoft, la partición es inevitable".
"Microsoft", dice Klein, "se ha ahorcado con su propia cuerda". Las principales pruebas en su contra esgrimidas en el juicio han sido una serie de mensajes internos de correo electrónico, en los que Gates y su equipo revelan una actitud implacable, depredadora, dispuesta a aplastar a cualquiera que pueda hacerles sombra. Esos mensajes electrónicos, de los que quedan huellas en los discos duros de los ordenadores, equivalen en la era digital a las conversaciones telefónicas de narcotraficantes, según Jackson.
También fue muy negativa la declaración grabada en vídeo por Gates en Seattle, a finales de agosto de 1988, en vísperas de la apertura de la vista oral. Los abogados del Departamento de Justicia que hicieron las preguntas no podían creer su buena suerte. En vez de mostrarse claro, inteligente y conocedor del caso, Gates estuvo confuso, torpe y mal informado. Dándole munición a sus rivales, contestó a numerosas preguntas con un "No lo sé".
Gates despreció una y otra vez la oportunidad de alcanzar un acuerdo extrajudicial con el Gobierno. Nunca creyó que pudiera perder el caso. Y éste comenzó con la faena gastada a Netscape al regalar el navegador Explorer, pero fue extendiéndose a un conjunto de prácticas rapaces. Desde la voluntad de aplastar con MSN al proveedor de acceso a Internet America Online hasta las amenazas de no servir Windows al fabricante de ordenadores Compaq si no renunciaba a utilizar Netscape.
Decenas de ejecutivos de la industria estadounidense de alta tecnología sirvieron de testigos a la acusación. Contaron cómo, en defensa de la posición monopolista de Windows y con la voluntad de extenderla a otras áreas, Microsoft chantajeó a firmas del peso de Intel, IBM, Compaq, America Online y Sun Mycroystems. "Si se comporta así con sus iguales, qué hará con los pequeños", arguyeron Klein y su equipo ante un cada vez más atónito juez. Jackson confesó que quiso evitar un juicio prolongado y dañino para la economía como lo fueron los de IBM y AT&T.
Fue enviando claros mensajes de alerta a Microsoft, con el deseo de que la empresa los entendiera y aceptara llegar a un acuerdo con el Gobierno. Pero Gates y sus abogados no se dieron por enterados. Sostenían que Microsoft sólo representa un 4% del mercado mundial de la programación informática cuando de lo que se trataba es de que domina más del 85% del mercado de sistemas operativos para ordenadores personales.
Cuando la parte principal de la vista oral terminó en febrero de 1999, Jackson invitó a Microsoft a negociar. Pero Gates seguía sin reconocer sus culpas y sin ofrecer ninguna concesión de peso. En noviembre de ese año el juez declaró probado que Microsoft es un monopolio. Antes de ir más lejos, nombró mediador especial para el caso al juez de Chicago Richard Posner. Cuatro meses de negociaciones concluyeron sin resultados. El Gobierno apostó entonces por pedir la partición, pero Jackson seguía dudando. En abril sentenció que el comportamiento de Microsoft supone una violación de la ley y le pidió a la empresa que ofreciera sus propios remedios. Estos fueron tan tibios que el miércoles llegó el mazazo.
La partición no se materializará hasta que concluya la fase de apelación. ¿Se le han abierto los oídos a Microsoft? ¿Son las declaraciones de ayer de Ballmer prueba de una nueva flexibilidad? No lo parece a tenor del tono desafiante de las otras declaraciones de Ballmer y su patrón Gates.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.