Chirac provoca la polémica con su proyecto sobre el mandato presidencial
Buena parte de los dirigentes políticos franceses han acogido con indisimulado malestar la advertencia del presidente, Jacques Chirac, de anular la instauración del quinquenato (la reducción del mandato presidencial de siete a cinco años) en el caso de que las Cámaras parlamentarias introduzcan enmiendas a la propuesta de revisión constitucional. Aunque la advertencia y su posible ejecución pertenecen formalmente a las potestades presidenciales, la actitud del jefe de Estado ha irritado tanto a la derecha como a la izquierda.
La clase política comparte con buena parte de los ciudadanos la perplejidad ante la actitud de nulo entusiasmo por la reforma de que hizo gala el presidente en su entrevista televisada del miércoles. En relación con el referéndum que, a instancias suyas, formalmente debe aprobar la instauración del quinquenato, Jacques Chirac llegó a decir que si los franceses responden sí, a él le parecerá "muy bien", y que si dicen no seguirá pareciéndole también "muy bien".El intento de minimizar un cambio que los expertos constitucionalistas juzgan trascendental llenó ayer de interrogantes los editoriales de los periódicos franceses. "Al someter esta reforma al voto de nuestros conciudadanos, Jacques Chirac ha abierto la caja de Pandora. Es irreal y un tanto hipócrita creer que el paso del septenato al quinquenato no modificará sensiblemente el equilibrio de la V República", indicaba ayer L'Éclarir des Pyrénées.
Conduzca o no a la VI República, es seguro que la versión chiraquiana del quinquenato, destinado a evitar la cohabitación entre un presidente y un primer ministro de signos políticos opuestos, amenaza con sumir a la ciudadanía francesa en la más completa confusión. Muy lejos de aclarar el panorama, las declaraciones del jefe de Estado han destapado todas las dudas sobre el alcance y las implicaciones de la iniciativa. Hay quien cree incluso que la balbuceante postura de Chirac no respondió tanto a una actitud defensiva, derivada de su pasado rechazo al quinquenato, sino a un propósito deliberado de torpedear la propia reforma que encabeza formalmente. Ciertamente, es difícil ver en su intervención algo que anime a la mayoría conservadora del Senado a aceptar para el presidente lo que no quiere para sí; esto es: la reducción del periodo de mandato, que en el caso de los senadores llega a los nueve años. El intento del primer ministro Lionel Jospin de reducir a cinco años todos los mandatos como requisito de una efectiva renovación de la clase política ha tropezado sistemáticamente con el alto muro senatorial.
El mensaje que la formación del presidente, el RPR, el partido gaullista, emite a sus parlamentarios es que la "conversión" al quinquenato es necesaria, dadas las circunstancias, para tratar de asegurarse la reelección de Jacques Chirac, el único valor seguro de que dispone la derecha. Las razones últimas que han llevado al jefe de Estado a aceptar, con condiciones, el quinquenato son de orden mucho más prosaico. Con 70 años en 2002, Chirac no puede pretender renovar un mandato por siete años más, frente a un adversario como Jospin, que se presenta como portador de la reforma institucional que apoyan las tres cuartas partes de los franceses.
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