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Tribuna:ETA VUELVE A MATAR
Tribuna
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Asesinados y asesinos

El asesinato de Jesús María Pedrosa, concejal elegido en la lista del Partido Popular, abatido el domingo de un tiro en la nuca junto a su casa en el centro de la villa de Durango, acaba con las bromas de la realidad virtual, pulveriza la lucha por las audiencias, deja los éxitos del Gran Hermano en su preciso lugar, nos recupera de otros despistes, hace que cada uno ocupe de nuevo su localidad en la representación cívica y nos devuelve a los periodistas nuestras obligaciones ineludibles con la Historia del presente, tal como la ha entendido Timothy Garton Ash en el libro que con ese título acaba de publicar en Ediciones Tusquets.Jesús María Pedrosa estaba afiliado al principio de la superioridad moral, la que se encierra en ese axioma del gran Arturo Soria y Espinosa, según el cual en último extremo, en última opción, más vale ser asesinado que asesino. Con Jesús María Pedrosa estamos ante un héroe civil, de ésos que lo son sin saberlo, sin molestar, sin dar espectáculo, sin ocupar espacio, ese espacio opaco superpoblado de los mitos ofrecidos para el cultivo exacerbado y próspero de la idiocia colectiva, atestado con biografías de los pícaros de la insustancialidad, con sucesos aberrantes o con granujas de los pelotazos financieros en cascada.

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Vayamos ahora por la otra vertiente, la criminal. El arma homicida no se disparó sóla o por error accidental, fue disparada con toda intención después de apuntar detenidamente a la cabeza de un ciudadano. Pero, además, el asesino no era un francotirador, un freelance, o un contratado de alguna empresa de trabajo temporal para algún oscuro ajuste de cuentas. El asesino que disparó estaba encuadrado en una banda criminal acreditada, ETA que reivindica el crimen para que sea puesto a su cuenta y produzca rentabilidades. Una banda que recluta, mentaliza, entrena, utiliza, sostiene, remunera, homenajea, jubila y subsidia a sus efectivos a partir de determinada edad y condición con un plan de pensiones ad hoc. Para ser objetivo de estos asesinos encuadrados, para estar en el punto de mira de sus armas, basta con desobedecer a la banda etarra.

Frente a estos asesinos la ciudadanía está escindida. Un sector mayoritario los detesta aunque en la forma de manifestarlo haya toda una graduación en busca instintiva de alguna indulgencia, de alguna prórroga, de algún aplazamiento en la lista de espera para ser eliminados de donde como es natural a todos les gustaría quedar excluidos. Son gentes del común ajenas a ese culto a la muerte que tanto difundió hace 70 años Millán Astray y que ahora ha resultado ser el signo distintivo elegido por los etarras, esos nuevos novios de la muerte, sobre todo de la de los demás. Por compromiso cívico algunos de esas gentes del común se presentan para ser elegidos concejales o diputados en Vitoria o en Madrid. Otros colaboran en los periódicos o salen de su casa para adquirirlos en el quiosco más próximo. Y así, se la juegan, porque cualquier cosa puede calificarles como objetivos de la banda, sobrada de exégetas para cargar de sentido después el asesinato de quien sea.

El otro sector es el sector afín, más o menos asimilable, con toda suerte de matices diferenciales en esa afinidad pero con el disfrute conocido de la garantía de haber dejado de ser objetivo de los disparos y de los explosivos que coloca la banda y que otros círculos concéntricos explotan de modo más o menos directo para extraer beneficios suculentos y contribuir a ese mecano de la pretendida construcción nacional de los unos a costa de los otros. Qué lejos se sitúan estos afines del reproche al crimen, qué lejos de esa ciudad mejor en que los ciudadanos temen más el reproche que la ley, como nos recuerda Ferlosio en su libro El alma y la vergüenza, a propósito de Cleóbulo de Lindos.

Dijo un día Joseba Egibar que si ellos, los del PNV, habían sido declarados por ETA culpables de la ruptura del cese indefinido de la violencia, es sobre ellos sobre quienes deberían disparar. No ha vuelto a repetirlo y, entre tanto, se ha retrocedido hasta el punto de que las víctimas han dejado de ser de todos. Admiremos, en todo caso, a Jesús María Pedrosa que prefirió morir de pie que vivir de rodillas. Con su vida y con su muerte nos ha impulsado a ser más libres. Rindámosle tributo agradecido y emocionado. No le olvidemos.

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