Sanidad en la picota
La mayoría absoluta más robusta puede resquebrajarse fatalmente si se abren en ella ciertas grietas. Días pasados un taxista descontento me dijo, en tono quejumbroso, que quien vota a un partido vota a ese partido así cometa una tropelía tras otra. Sólo en el caso de que prestaciones sociales tales como la sanidad y las pensiones sufran un serio traspié, la gente puede cambiar de bando. No va desencaminado este taxista.¿Quiere el gobierno del señor Aznar privatizar la sanidad? De eso le acusa la oposición, si bien, intencionadamente, tomando la parte por el todo. Las críticas, sin embargo, tienen fundamento y es el propio Gobierno quien les ha dado pie, si bien indicios de lo que ocurre en la actualidad ya se detectaban en los últimos y no tan últimos tiempos del PSOE. Fundaciones, conciertos, vainas. La privatización, es cierto, implica que el usuario contrata una póliza con una compañía privada, a la que el Estado, en muchos casos, le ha vendido activos del sector sanitario público. Esto no ha ocurrido ni es previsible que ocurra; en parte, por convicción del Gobierno o al menos de algunos de sus miembros más influyentes. En parte, acaso, porque equivaldría a jugarse la mayoría absoluta e incluso la simple.
Con todo, fundaciones y demás fórmulas que se barajan en las distintas autonomías, le están dando entrada al capital privado, con lo que se descapitaliza el sistema y se rompe la unidad del mismo. Con el tiempo se impone el criterio mercantilista y es el capital privado el que, de facto, dispone y manda. Esto conduce al olvido de que la Sanidad es un servicio social, con independencia de su coste. Y lo que es peor: conduce a una sanidad más cara. Y más ineficiente. Se pierde por todos los lados. Esto lo dice la OMS (Organización Mundial de la Salud) y lo dice el Observatorio Europeo de Sistemas Sanitarios: "... Las experiencias ensayadas en algunos países para introducir elementos de mercado, han sido muy negativas".
Lo ha sufrido el Reino Unido en sus carnes. Ya en 1997, la injerencia del sector privado fue denunciada como un fracaso en diversos medios, laboristas y no laboristas. The Independent decía: "Hay una lógica imperturbable tras la iniciativa privada. El empresario querrá tener más poder de decisión de los centros para proteger su inversión y ello acabará repercutiendo en el nombramiento de médicos y gerentes. Si su trabajo no es considerado adecuado, pueden ser despedidos. Al final sólo aumentará la privatización misma". En la actualidad, la Sanidad británica es una calamidad pública, contra la que lucha un Blair que se está pareciendo cada vez más a la promotora del desaguisado, Margaret Thatcher.
De pronto, y gracias a la denuncia de un médico catalán, el doctor Aris, se sabe que las listas de espera no son lo que se nos decía y que pacientes del corazón mueren esperando que les llamen para ser intervenidos quirúrgicamente. A mayor abundamiento, las listas tienen truco y aún trucos de índole varia. El cardiólogo Alejandro Aris se refería solamente al caso catalán, pero destapó la caja de Pandora. Málaga, Asturias... las denuncias van surgiendo de todas partes. En Valencia también.
La sanidad pública debe ser exclusivamente pública, excepto para casos como la adquisición a compañías privadas de equipos y medicamentos. Si hay listas de espera los quirófanos deben trabajar a pleno rendimiento. Contrariamente al Reino Unido, en España hay un excedente de personal cualificado. (En el Reino Unido se ha llegado al caso, grotesco, de que los oficinistas lleven a cabo análisis clínicos!). Si con la explotación de los quirófanos al máximo no bastara, adquiéranse más quirófanos. Éste es, en síntesis , el criterio, rígido, que debe seguir nuestra Sanidad pública. Recurrir al sector privado es hacer el remedio peor que la enfermedad. Los conciertos son, para el contribuyente, gravosos desconciertos.
¿El dinero? ¿Qué tal ponerle coto a la enorme deuda de una TV que compite en basura (y en publicidad) con las televisiones privadas? Pero es que, además, el dinero existe. España gasta por habitante 1.168 dólares en Sanidad, contra los 2.230 de Alemania o los 2.103 de Francia. Hechas todas las cuentas, es decir, comparado el poder adquisitivo de los respectivos salarios. Y las cuentas del Estado han arrojado un saldo positivo de un billón de pesetas en el primer cuatrienio. ¿No dicen que esta bonanza está asegurada, al menos hasta el 2020?
Por otra parte, una mejor gestión no es ni mucho menos imposible. Ahí tenemos el ejemplo del País Vasco. El número de intervenciones quirúrgicas está a la altura recomendada por la OMS, unos 600 casos por millón de habitantes. Informatización, coordinación entre hospitales, mayor autonomía de quienes deben tenerla, etcétera. El modelo tendría que ser único por más que la gestión esté en manos autonómicas. El ministerio de Sanidad no sabe ni el número de médicos que tiene. Las listas de espera no se comparan entre hospitales. La atención primaria está para expender recetas y poco más. De la calidad y eficiencia de los hospitales no hay registro. Y un largo etcétera. Lo dicho. No tienen más que copiar el sistema vasco, donde la mera gestión se traduce en listas de espera razonables, dentro de lo que cabe. Dentro de lo que cabe porque todo paciente que ha de esperar aunque sólo sean dos meses sufre de una ansiedad angustiosa. En ese tiempo, puede metastazisarse un tumor maligno.
Mejora de la gestión desde dentro y mayor capitalización. Esta última sufre de insuficiencia crónica, pues no se ha tenido en cuenta -o no debidamente- el envejecimiento de la población ni los progresos médicos, que no son gratis, pero sí socialmente bienvenidos. Y de eso se trata, -e insisto-, de considerar la sanidad como un servicio, alejando de ella todo criterio de mercado; que además, y me repito, ni siquiera es rentable más que para unos pocos.
No se nos objete, por favor, que la Sanidad tiene problemas en toda Europa, no sólo en las islas de Blair. Si los países de la UE redujeran las prestaciones hasta alcanzar el gasto español, desaparecerían los problemas y aún tendrían excedentes.
No valen parches ni salidas a lo Villalobos. La señal de alarma se ha disparado en un punto muy sensible y eso sólo se arregla... arreglándolo. Ir de componenda en componenda, tal como están las cosas, podría ser un error de los que se reflejan en las urnas.
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