¿De nuevo el viejo PRI?.
Si alguna duda nos quedaba a los mexicanos de la imposibilidad del PRI para renovarse, para convencernos de que abandonará sus viejas prácticas fraudulentas, tenemos como prueba el regreso de los dinosaurios a la campaña de Francisco Labastida. Él se defiende diciendo que sus "nuevos" compañeros sólo atenderán las campañas de senadores, pero el populacho cuenta que al día siguiente del debate entre los candidatos a la presidencia, tronaba de coraje y que sus asesores sólo atinaban a lambisconearlo al viejo estilo priísta. "Estuvo muy bien, licenciado"; "¡Qué bárbaro, qué manera de argumentar tiene usted!". Labastida, que no se chupa el dedo -eso dicen- los calló con un grito: "¡Hasta mi mujer dice que perdí! Váyanse mucho a moler su rechifosca mosca. Voy a llamar a quienes de veras saben ganar". Este comentario fue interpretado de dos formas: como una imitación de Vicente Fox, el candidato del PAN, a quien ha criticado por su lenguaje altisonante; pero sobre todo, como un regreso de la maquinaria fraudulenta del PRI, pues Labastida incorporó a su equipo a Manuel Barttlet, a quien se responsabiliza del fraude de 1988, y a Humberto Roque, viejo dirigente del partido, que al ganar una votación que empobrecía aún más a los mexicanos, hizo el típico gesto de estarnos copulando. Está enseñando el cobre, como diría mi madrina Maicho. ¿No se da cuenta que está perdiendo votos?, ¿que a muchos nos parece que el "nuevo PRI", que con tanta alharaca promovió, ya se fue al demonio? Sí, se da cuenta, pero le vale, pues es un priísta de hueso colorado, y a los priístas no les importa lo que pase con el país, sino lo que les pase a ellos, y quieren ganar a costa de lo que sea.
Frente a las elecciones del próximo 2 de julio, el panorama es el siguiente: si gana Vicente Fox, gana Fox; pero si gana Labastida, gana el PRI, y es lo peor que nos podría suceder. Setenta y dos años de gobiernos del PRI nos han sumido en la ignominia. Basta ya.
No es secreto que Plutarco Elías Calles fundó el PNR (Partido Nacional Revolucionario), antecedente directo del actual PRI, para que los caudillos emanados de la Revolución Mexicana encontraran una vía distinta a la asonada para acceder al poder, y que nunca pasó por su cabeza la idea de beneficiar a los gobernados. El PNR, el PRI, o como se le llame, es un arreglo para tener el poder, no para gobernar con equidad y justicia. Calles, para decirlo con una metáfora olímpica, organizó una suerte de carrera de relevos entre los caudillos, que se iban entregando los unos a los otros la estafeta del poder. Claro que había un solo elegido, un ungido mayor al que toda la corte debía rendirle obediencia, pero todos se hacían merecedores a un puesto en el aparato burocrático: desde una secretaría de Estado, hasta una dirección administrativa, pasando por diputaciones o sindicatos. Esta situación ha tenido su mejor expresión en dos eslóganes de los políticos priístas: "Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error", y "No quiero que me den, sino que me pongan donde hay".
El PRI ha tenido, obviamente, el consentimiento de la sociedad. El mexicano medio, hay que aceptarlo, admiraba al político que "ejercía su derecho de tanto" sobre el presupuesto estatal, no porque le pareciera bien, sino porque en algún momento futuro, gracias a los azares del destino (o a una amistad fortuita), podría estar colocado como él, "donde está la lana". Una de las revelaciones políticas de mi infancia sucedió el día que llegó a mi casa un gran arcón navideño. Un tío mío, homónimo de mi padre, acababa de ser nombrado subsecretario en algún ministerio, y un amigo le mandó un regalo a mi casa confundiendo a mi padre con mi importante tío. Cuando mamá sacó la tarjeta, leyó: "Espero que recuerdes los felices años que pasamos en la primaria, estudiando en el mismo pupitre". Papá soltó una carcajada y dijo: "Este baboso cree que mi primo le va a dar una chamba nomás porque se sentaron juntos en la escuela". La vida me ha enseñado que no solamente aquel señor desconocido tenía esa, llamémosle, fe en la amistad, sino que el 90% de los mexicanos han pensando alguna vez que si conocen, aunque sea de lejecitos, a un político priísta, tienen oportunidad de hincarle el diente al presupuesto.
No quiero ser maniqueo, pero la sociedad mexicana ha sido ingenua, consentidora y corruptible. Por las razones que se quieran -ignorancia o miedo-, pero lo ha sido. Los últimos 18 años, sin embargo, parecen habernos mostrado el lado oscuro que fuimos construyendo en nuestra historia reciente. El suculento pastel del PRI se ranció en un santiamén y una buena parte de la población se intoxicó con él: inflación, desempleo, corrupción incontrolable, proliferación del narcotráfico, inseguridad social, empobrecimiento de las clases medias, aumento de la migración a Estados Unidos, guerrilla en Chiapas, asesinatos políticos, violencia generalizada, han sido parte de los síntomas de una enfermedad que tal vez hoy tenga nombre: consentimiento de la impunidad política, esperanza de beneficiarse de la corrupción. Sus gestores fueron los gobiernos del PRI, pero su aval fue la sociedad entera.
El PRI -viejo o nuevo, de izquierda o derecha, de arriba o de abajo- representa un retroceso para el México que los ciudadanos queremos. Es el partido que solapa a delincuentes como el gobernador Villanueva, alías El Chueco; el que quiere trampearnos para que el ex regente del D.F., Espinosa Villarreal no comparezca ante los tribunales y demuestre si es o no culpable de corrupción; el partido de las componendas, que ante el fracaso de las privatizaciones protege el fraude de muchos inversionistas en lo que se conoce como la panza del FOBAPROA; el partido que dice que el conflicto en Chiapas es un mal menor, pero mantiene a una tercera parte del Ejército en esa entidad; el partido que es capaz de encarcelar al hermano del ex presidente Salinas por un crimen que no le han probado, y que, sin embargo, es incapaz de aceptar el robo descarado contra el erario público que este sujeto cometió porque muchos priístas saldrían salpicados. El PRI es el partido de la simulación, del chantaje, del miedo, de la ineficacia. Es probable que Francisco Labastida tenga buenas intenciones -no lo sé ni tengo pruebas, pero le concedo el beneficio de la duda-, pero estará imposibilitado para ponerlas en práctica. Como lo dije al principio, en caso de que gane, no gana él, gana el PRI, y en el PRI no hay buenas intenciones, sino reparto de poder y una inevitable corrupción.
Hoy, cuando las encuestas favorecen al candidato de la oposición, Vicente Fox, tengo la esperanza de que al fin saquemos al PRI del Gobierno. El Gobierno que venga, seguro, será mejor.Tengo también una ilusión: que en el futuro cada uno de los mexicanos nos demos cuenta de que la responsabilidad de tener un Gobierno es nuestra, no toleremos más imposiciones, engaños o corruptelas, y ejerzamos nuestro derecho a votar por un país que transite a la libertad, la justicia social, y la equidad económica.
Sealtiel Alatriste es editor y escritor mexicano.
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