Madrid
MIQUEL ALBEROLA
A principios de los años sesenta corría el rumor por el edificio de la Universidad de Valencia de la calle de la Nave de que el estudiante Lluís V. Aracil estaba inventando una máquina para hacer desaparecer Madrid. El asunto, aparte de excitar la líbido patriótica del restringido círculo nacionalista universitario, entre el que se contaban prohombres del porte de Eliseu Climent y Joan F. Mira, suponía el primer antecedente de I+D en el País Valenciano. Que Aracil era uno de los estudiantes más inteligentes de su promoción, era un hecho incontrovertible. Que fuera capaz de concebir esta idea y darle formato mecánico, aunque sólo se tratase de un chisme, lo dejaba a las puertas de la genialidad. En unos días en los que todavía se arreglaba casi todo a martillazos y Joan Fuster estaba persuadido de que la azada era el instrumento motor de la economía valenciana, una máquina para hacer desaparecer Madrid constituía una apuesta por la tecnología punta que se anticipaba en mucho al futuro. Claro que entonces el ahora sociolingüista Aracil todavía no se había colgado de un collar indio para promulgar el apocalipsis de su generación ni el Real Madrid había asumido los objetivos finales de ese artilugio intelectual y automático (quizá más próximo a los sofisticados recursos del agente 007 que a la deflagración anarquista) que él estaba tratando de concretar. Muchos años después, el Real Madrid ha demostrado que sólo tiene que ganarle una copa al Valencia o a cualquier otro equipo para que sus inflamados adeptos monten un pollo que, de no ser interrumpido por la policía, habría superado con creces el saldo de 250 heridos y 19 detenidos. Sólo un aperitivo de hasta dónde estarían dispuestos a llegar estos exaltados: destruir la fuente de la Cibeles y luego demoler Madrid hasta reducir sus escombros a harina y rebozar con ella su machada. Por eso algunos nacionalistas, deshinchado el rumor de Aracil, se consuelan celebrando en una intimidad casi gástrica el triunfo del Real Madrid sobre el Valencia, que asimismo produce más sentimiento anticentralista entre los valencianos que todas las campañas de Eliseu Climent. El fútbol sí que es un asunto transversal.
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