¿Interesante pero prescindible? JOSEP M. VALLÈS
La política despierta en general un interés bajo o prácticamente nulo. Según mediciones constantes de la opinión europea, sólo dos de cada 10 entrevistados la consideran muy o bastante interesante. Es cierto que en algunos países desarrollados hay signos de un leve aumento del interés por la política. Pero a este dato se ha añadido recientemente una nueva y no muy consoladora precisión. Entre quienes la consideran interesante -sectores socialmente más estables, mejor instruidos, más seguros de su influencia y sus posiciones-, abundan los que la consideran irrelevante. Puede despertar su interés y atención, pero no figura entre las prioridades vitales de tales sujetos. Ni la consideran demasiado influyente sobre sus propias existencias. Así pues, algo más interesante, pero cada vez menos importante.¿A qué razones cabe atribuir esta reacción? ¿A un superior equilibrio mental de quienes la experimentan, más confiados en sí mismos que en lo que puedan recibir de la comunidad? La afirmación de la propia personalidad y la conciencia del valor del individuo y de su esfuerzo difuminarían la dependencia del colectivo. ¿A un retroceso real de la capacidad de las instituciones, los partidos y los líderes para resolver problemas efectivos de las personas? Un mayor nivel de información y de instrucción haría caer en la cuenta de que gobiernos y partidos -los aparentes protagonistas de la vida política- son una pieza menor en un escenario globalizado, en que cada vez cuentan más las presiones de grupos privados, movimientos no gubernamentales, empresas transnacionales, etcétera.
La insistencia de tantos medios de comunicación y de tantos analistas en señalar que las grandes determinaciones económicas y sociales escapan a la influencia de los políticos y de sus órganos de decisión abonaría también la tesis de la irrelevancia de la política en el mundo actual. De tanto combatir sus innecesarias interferencias en la vida social, se habría llegado a negar a la política toda incidencia de importancia.
De ser cierta esta interpretación, no se trataría de una buena noticia para la democracia. Ni para los movimientos o iniciativas que se empeñan en alimentar la idea de que la política democrática se basa en el interés de los ciudadanos por la cosa pública y en la intervención de todos ellos en su conducción.
Entre nosotros, Ciutadans pel Canvi -al igual que otros movimientos del mismo estilo y de parecidos objetivos- ha convertido en bandera la lucha por una democracia radical, más participativa. La Convención 2000 de Ciutadans pel Canvi -hoy en el Palau Sant Jordi de Barcelona- parece, pues, un proyecto que se mueve a contracorriente de lo que sería una gran deriva general.
Pero -junto a lo que indican algunos expertos y sus encuestas- hay también indicios potentes de otras actitudes: la disposición de muchos ciudadanos y ciudadanas a renovar a fondo las formas de hacer política y a orientarla de manera más decidida en la lucha contra las injusticias provocadas por factores sociales, territoriales, educativos o de sexo.
La convención se propone justamente explorar tres grandes cuestiones de nuestra vida política actual: cómo luchar contra la exclusión social, cómo hacer más transparentes y permeables las decisiones políticas, cómo ensamblar productivamente las tres realidades vivas que son Cataluña, España y Europa. Se trata de un encuentro abierto, del que se espera la aportación de iniciativas por parte de los diversos ámbitos territoriales, profesionales y sociales. De estas iniciativas, deberá surgir dentro de unos meses el plan de actuación de Ciutadans pel Canvi para el bienio.
Este plan de actuación ha de incorporarse al proyecto compartido de transformación social y política que la mayoría social de Cataluña está esperando. En este proyecto compartido, Ciutadans pel Canvi no aspira a ningún protagonismo, pero tampoco se conforma con una posición dependiente. Entiende que puede complementar a su modo lo que ya aportan partidos y otras organizaciones, comprometidos también en la consecución de una democracia menos virtual y más efectiva, de una sociedad más equitativa y de un orden internacional más solidario y respetuoso con la diversidad.
¿Interesante pero prescindible? No es ésta la idea de la política democrática de Ciutadans pel Canvi. Siguen fieles a una apuesta que arrancó en la polis griega, en la que todo ciudadano debía hacer compatible el cuidado de su familia y de su oficio con la preocupación por la cosa pública. Era esta doble capacidad la que confería a cada sujeto una auténtica condición humana.
Para quienes se proponen hoy resistir la erosión de la democracia, la política sigue siendo interesante. Pero no como ejercicio intelectual o como deporte de riesgo. Es interesante justamente porque es imprescindible para asegurar que todos puedan decidir sobre los asuntos públicos y participar más equitativamente de los recursos de la comunidad. De estos dos derechos siempre amenazados y de los compromisos que comportan dependen la cohesión y el progreso de nuestras sociedades.
Josep M. Vallès es coordinador de Ciutadans pel Canvi.
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