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Una reciente visita de una delegación de UGT a los Estados Unidos nos ha permitido tener una visión directa de algunas de las cuestiones que preocupan a la sociedad de ese país. Dada la lentitud y los serios problemas que atraviesa la construcción política europea, y la falta de coordinación de las economías comunitarias, la triste realidad es que la UE no sólo va a la zaga en muchos aspectos cruciales, sino que tiende a imitar sistemáticamente a los EEUU porque carece de alternativas propias.Nuestra presencia en Washington coincidió con la Marcha del Millón de Madres para reivindicar leyes más estrictas sobre la venta y tenencia de armas -Freedom From Gun Trauma (liberarnos del trauma de las armas, decían las pancartas)-, ante la terrible situación actual donde, como promedio, mueren 12 niños a diario por heridas por armas de fuego. Espoleada por ese tremendo problema, se ha puesto de manifiesto una vez más la extraordinaria capacidad de movilización y de organización de los ciudadanos estadounidenses. Esto es algo que sin duda podemos tomar como ejemplo.
También el sindicalismo está en un buen momento. Bajo la conducción innovadora de John Sweeney, un ejemplo de que la capacidad de transformación no depende necesariamente de la edad, la AFL/CIO ha tenido un gran relanzamiento y la afiliación sube de manera sustancial. Otra impresión muy distinta es la que surge del contraste con la realidad de la nueva economía. Las voces provienen de centros de opinión y medios de comunicación muy vinculados a la economía de Internet, cuando no beneficiarios de su enorme burbuja especulativa.
Nueva economía es, en realidad, neoliberalismo puro y duro. Los avances que implican las nuevas tecnologías de la información suponen una de las transformaciones técnicas y económicas más importantes que el mundo ha conocido desde la Revolución Industrial. Pero sus consecuencias sociales por la forma en que se aplican suscitan una fuerte preocupación.
La pretensión de presentar la situación estadounidense como paradigma para Europa no se basa en un contraste con todos los elementos de la realidad, sino sólo en el uso preferente de aquéllos que lucen mejor en las pantallas de los televisores. Como señala un documentado análisis sobre la situación social eleborado por tres relevantes profesores, uno de los datos más aireados, el del pleno empleo, resulta ser discutible. En realidad, la tasa de paro es, en los EEUU, mucho mayor que el 4,5% expuesto oficialmente. Si a los desempleados directos se les suman (como debe hacerse) los "desalentados" y quienes trabajan involuntariamente a tiempo parcial, esa cifra se eleva a más del doble. Y si se tienen en cuenta los aproximadamente dos millones de personas, generalmente en edad activa, que están en prisión resulta que el paro no está muy lejos del de la UE.
Si la situación social y económica fuera tan brillante, los primeros encantados serían, por lógica, los trabajadores. Distan mucho de ello. La AFL/CIO, uno de los motores fundamentales en la lucha por la mundialización de la justicia social, según quedó demostrado en Seattle, es profundamente crítica. Es crítica porque se ha invertido la tendencia en la distribución de la renta que, favorable a las más bajas, imperó desde la postguerra y durante 30 años. En los últimos tiempos, el ingreso de las familias más pobres cada vez es menor. Son las familias que representan el 20% muy rico de la población, las que aumentan sus ingresos de forma espectacular. Como consecuencia, la distribución de la renta nacional es crecientemente inequitativa.
La nueva economía genera minorías privilegiadas. Pero a la mayoría, el recorte relativo de los salarios le obliga a trabajar más horas o buscar empleos adicionales. La brecha entre los salarios más altos y los más bajos se dispara. En 1997, la remuneración de los ejecutivos aumentó un 35%; la de los trabajadores, un 2,6%. Es decir, los asalariados (allí, como aquí, las capas medias) ganan menos y trabajan más horas (un 8% más) que en los ochenta. Éste es el paradigma del neoliberalismo de Internet: trabajar más para ganar menos.
En esto tienen mucho que ver las famosas stock options, que no son -como se dice- un mecanismo para lograr empresas más rentables, sino que llevan, como ha dicho la revista Business Week, a una "espiral inflacionaria sin precedentes en la compensación de los ejecutivos". Nuestros amigos de la AFL/CIO se muestran muy escandalizados por el hecho de que en las grandes empresas de su país se producen, simultáneamente, despidos masivos de trabajadores y aumentos nunca vistos en las retribuciones de los ejecutivos. Aquí también sabemos bastante sobre eso.
Nueva economía es, en la opinión de los sindicalistas estadounidenses, sinónimo de reducción de impuestos a las empresas y a los más pudientes, privatizaciones, reducción del tamaño de las empresas y externalización de la mano de obra (a través del uso masivo de subcontratas, entre otros procedimientos). Nueva economía es desregulación de las empresas y tratados de libre comercio a diestro y siniestro sin respetar unas mínimas reglas sociales. Nueva economía es una Reserva Federal que maneja la economía a su antojo, junto a ofensivas empresariales para debilitar a los sindicatos. En este paradigma, las explosivas cotizaciones bursátiles coexisten con 30 millones de trabajadores pobres y con 40 millones de personas sin derecho a asistencia sanitaria. En fin, incluso el fuerte incremento de la productividad que producen las nuevas tecnologías de la información, puede estar en entredicho si se tiene en cuenta (como hace Vicenç Navarro) el mayor crecimiento demográfico de EEUU respecto de Europa. Si se toma el incremento del PIB per capita, y no globalmente, resulta que el crecimiento anual de la productividad entre 1993 y 1998 ha sido casi igual en los EEUU y en la UE (2,4% y 2,3%, respectivamente).
Un análisis de la realidad más completo debería llevarnos a reconsiderar la idea de imitar acríticamente a una sociedad con tales contradicciones y tomar lo mejor de ella (su capacidad de innovación y su gran fuerza movilizadora, por ejemplo) para construir en Europa una alternativa que combine el avance tecnológico con el desarrollo social. Una propuesta alternativa distinta; que no la representan la tercera vía ni ocurrencias similares, nacidas más del agotamiento por el paso del tiempo (casi dos décadas) de prolongados gobiernos de derecha que de su capacidad para atraer a las capas medias de la sociedad con una oferta programática claramente progresista.
Ésta debe ser, sobre todo, una tarea para la izquierda, si no quiere quedar al margen de los acontecimientos. Pensar cómo impulsar el desarrollo de los valores sociales aprovechando el nuevo contexto tecnológico, debería ser un punto central de su agenda, en momentos en que algunos mitos empiezan a derrumbarse. No sería bueno seguir apostando ciegamente por la burbuja bursátil de Internet, cuando comienzan a producirse las primeras quiebras de estas innovadoras empresas. Algunos, que se reclaman progresistas, deberían recordar que el dios mercado ciega a quienes quiere perder.
Cándido Méndez es secretario general de UGT.
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