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LA RESACA DEL GRAN ÉXITO

Muere un piloto al chocar un 'charter' del Madrid con otro avión

150 seguidores madridistas volvieron a nacer ayer, a las tres de la madrugada, en el aeropuerto de Roissy-Charles de Gaulle, en París, a raíz de un accidente de avión que le costó la vida al copiloto de un pequeño avión de transporte británico. "La catástrofe se ha evitado por un pelo", admitió el responsable de seguridad de Air Liberté, la compañía que había fletado el vuelo charter.

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El olor a queroseno y el miedo estarán para siempre unidos en el cerebro de 150 personas, 150 felices aficionados madridistas que regresaban a Madrid con la alegría de haber visto con sus ojos y en directo la conquista de la octava Copa de Europa. Ocupaban un McDonell Douglas de Air Liberté. Allí se pasaron hora y media varados en medio de las pistas del aeropuerto de Charles de Gaulle. "Asustados como conejos", fueron capaces de decir luego, unas cuantas horas después, ya en la seguridad de Barajas. Y oliendo a queroseno.Eran las tres de la mañana de ayer. El MD89 en el que viajaban los madileños y un Short 360 con destino a Luton (Londres) chocaron en el suelo del aeropuerto de la capital francesa al irrumpir inesperadamente y, parece, sin autorización, el bimotor inglés en la pista de despegue. El aparato de Air Liberté, con los depósitos de combustible a tope, rodaba a 260 kilómetros por hora cuando vio asomar el morro del Short-360. El piloto tuvo tiempo de frenar y de modificar un poco la trayectoria, de manera que el McDonell Douglas golpeó la cabina del avión de carga de la compañía Streamline con su ala. El golpe fue muy fuerte y causó la muerte instantánea del copiloto y lesionó al piloto, que tuvo que ser hospitalizado gravemente herido.

Eso es lo que se vio desde fuera. Quizás un golpe anodino y ligeramente espectacular. Los viajeros, cinturones abrochados, excitados, lo sufrieron desde dentro. No olvidan el miedo, pero describen con extraña frialdad aquellos momentos de pavor. "Cuando íbamos a despegar hemos notado un golpe tremendo", contaba a la agencia Efe Fernando Martínez, uno de los pasajeros recién aterrizado en Barajas, bien entrada la mañana de ayer. "Pensamos al principio que era una rueda, o algo así. Lo que no sabíamos era que el ala izquierda de nuestro aparato se había llevado por delante la carlinga de la otra aeronave que había irrumpido en la pista en ese mismo momento y con ello segado la vida del copiloto".

No lo supieron entonces. Y no lo supieron hasta bastante después. Después del golpe, el silencio. Medio segundo. Luego, los gritos, la histeria, el nerviosismo. "El piloto dio un frenazo brusco que nos echó a todos hacia adelante", cuenta a Efe otro pasajero, Atanasio Carrasco. "Luego vimos que tuvo una reacción perfecta, que nos salvó la vida. Tuvo que decidir en milésimas de segundo entre dar un volantazo para echarse fuera de la pista de la derecha o llevarse por delante al otro avión, que apareció por la izquierda. Eligió lo segundo. Pensó antes en los 150 pasajeros que llevaba a bordo que en los daños que pudiera sufrir el carguero". El copiloto del mercancías inglés falleció en el acto. Ninguno de los hinchas madridistas sufrió el mínimo daño.

A oscuras. Luces de urgencia en el pasillo. Confusión. Fue entonces cuando los pasajeros vieron que todo el ceremonial, el rito de las instrucciones para el caso de emergencia ofrecido por las azafatas antes del despegue, se traduce en caos llegado el momento. "Después del accidente la situación fue demencial", explicaba otro pasajero. "No se siguió ninguno de los procesos normales de emergencia en lo que concierne a la salida del avión. Hemos estado dentro sin salir. La gente, claro, se puso nerviosa. Todos de pie, alborotando, chillando. La tripulación, que era francesa, también estaba nerviosa, no sabía qué hacer. No hacían más que repetirnos que nos sentáramos, que nos sentáramos. Como si fuéramos niños en una guardería. Que si no nos sentábamos no nos sacaban de allí".

El tiempo pasó. La impaciencia se disparó. Nadie salía del avión. Nadie decía nada. "No nos enterábamos de nada". Sólo sentían el olor a gasolina. El acre queroseno. Finalmente, pasado el peligro, arbitrada una solución, controlada la situación, el piloto habló. Relató lo que había pasado. les desveló a los pasajeros el peligro que habían esquivado por los pelos. "Nos dijo, ya en frío, que lo raro es que el avión no hubiera explotado con tanta gasolina. También dijo que si hubiera girado bruscamente a la derecha, lo más seguro es que el avión hubiera volcado".

La falta de información evitó, en cierta forma, el pánico incontrolable. Sólo habría faltado que el piloto hubiera anunciado por los altavoces que su aparato acababa de chocar con otro a más de 200 por hora cuando ya se disponía a despegar para que en la memoria de la gente empezaran a aflorar memoias de tragedias, imágenes de fuego, explosión y desolación. Aunque quizás muchos no se acordarían, pero en 1977 y en Los Rodeos, en Tenerife, una confusión idiomática acabó con la explosión de dos Boeings y la mayor catástrofe aérea conocida y cientos de muertos en la pista.

Pasada hora y media en la inopia, a los pasajeros les hicieron bajar del aparato por la puerta delantera. Otra vez, como antes de montar, se sintieron como borregos, una panda de hinchas sobre los que decidían las autoridades cómo debían portarse. "Fue penoso", decía otro pasajero. "Cuando llegamos al aeropuerto no hicieron ir en fila, todos juntos, al avión que ellos decidían y allí nos obligaban a embarcar. Como si por ir con nuestras camisetas de fútbol, con nuestro aire festivo, no tuviéramos dercho a ser tratados como personas".

Bajados del avión, a las 4.30 de la mañana, sí, pero no por ello la pesadilla había terminado. "Fuimos a la terminal y allí vimos que no sabían qué hacer con nosotros. Nadie nos dio ningún tipo de información. Parecía que querían ocultarlo todo. Tampoco apareció por allí ningún directivo del Real Madrid a preocuparse por nosotros. Y eso que les habíamos comunicado nuestra situación". La pista del choque quedó inutilizada durante más de cuatro horas.

A las 8.30 de la mañana, cuatro horas después de abandonar el aparato de Air Liberté, los 150 pasajeros encontraron acomodo en otro avión, un vuelo de la Transaer International Airlines con capacidad para 300 pasajeros, en el que también habían ubicado a gente con billete para otros vuelos y que habían tenido problemas. A las 10.30, por fin, cansados, somnolientos, cabreados y todavía asustados, aterrizaron en Madrid.

La fiscalía de Bobigny abrió de oficio una investigación sobre la colisión. Las cintas de las conversaciones de los pilotos con la torre de control y en cabina han sido requisadas. Las autoridades francesas habían celebrado pocas horas después de la final de Copa de Europa entre Valencia y Real Madrid que todo se hubiese desarrollado sin incidentes graves y que los 80 vuelos suplementarios que partieron de Roissy durante la madrugada y la mañana de ayer con unos 20.000 aficionados españoles no hubieran causado retrasos.

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