_
_
_
_
Tribuna:LA CRÓNICA
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

'Pijos' SERGI PÀMIES

Creo que la primera vez que vi un pijo fue en 1972. Llevaba un jersey de la Universidad de Boston, unos mocasines y unas gafas de sol. Si lo hubiera visto en cualquier otra ciudad, habría pensado que se trataba de un "señorito" o de un "niño de papá", pero, en Barcelona, a toda esa gente se la llamaba -y, con matices, se la sigue llamando- pijo. ¿De dónde viene la expresión? Hay varias teorías al respecto. El diccionario define pijo como, por un lado, "miembro viril" y, por otro, "cosa inútil, nadería". Podría tratarse de una mezcla de ambas acepciones, algo así como un miembro inútil ambulante, una nadería bípeda. Pero esta explicación no me convence, sobre todo teniendo en cuenta que, como demuestra el libro de fotografías de Colita, Maspons y Miserachs que acaba de publicar la editorial Lunwerg (Gauche divine, 135 páginas, 3.900 ptas), algunos pijos fueron -y son- tremendamente divertidos e inteligentes.Según fuentes bien informadas (un acreditado filólogo al que consulto telefónicamente), puede que el vocablo pijo proceda de Murcia, donde, por lo visto, solía utilizarse no sólo como exclamación similar a "coño" sino para describir a un imbécil, una teoría que también recoge el jugoso y latino The Alternative Spanish Dictionary editado por el Zombie's Language Center (www.geocities.com/SoHo/2937/lp1.htm). ¿Cómo saltó la expresión de Murcia a Pedralbes? Quizá a través de la inmigración, la misma que, según cuentan, inventó el uso del tomate para ablandar el pan de los trabajadores que construyeron el metropolitano de nuestra ciudad. Hay quien sostiene, sin embargo, que antes de escuchar la palabra pijo, recuerda haber oído la variante "pijirili" aplicada a niñatos ridículos de barrio residencial. Pero algunos de los implicados no recuerdan el momento determinado en el que, como una lluvia ácida, les cayó encima esta escueta denominación de origen. Recuerdan, eso sí, las compras en Gonzalo Comella y los amores y desamores entre tubos de escape de motocicletas Montesas y Bultacos que, cual Montescos y Capuletos, escenificaban una estruendosa guerra fría en la que la Lobito era un Romeo de color amarillo y Julieta una rojísima y virguera Cota. Mientras tanto, los hermanos más díscolos de la tribu y amantes de los viajes a Londres se amontonaban en Bocaccio. Lo cuenta Oriol Maspons, inventor del Tuset Street: "Éramos clasistas, como Dios manda". Tan clasistas como Tito. B. Diagonal del radiofónico Al mil por mil.

Además de llevar mocasines Sebago, polos Lacoste y gafas de sol Rayban, los pijos de entonces esquiaban en invierno y salían a navegar en verano, aunque, con el tiempo, estas actividades se han ido extendiendo a otras capas de la población, con lo cual el pijismo ha tenido que superarse a sí mismo subiendo el listón de sus exigencias ante el intrusismo de los que, sin serlo, pretendían engrosar las filas de este selecto y privilegiado ejército. Gozar de una buena situación económica era, entonces, condición indispensable para ser pijo. Luego, como siempre, algunos se apuntaron al carro y, sin contar con el presupuesto adecuado, intentaron hacerse pasar por lo que no eran. Pero siempre se les acababa notando. Sobre todo en la forma de hablar. Arrastrar las palabras, rebozarlas con esa gangosa dicción, acompañarlas con muecas y movimientos de melena y cuello requiere años de práctica, y saber hablar diferentes idiomas y que siempre suenen a pijo -a lo Ricardo Bofill júnior, vivo retrato de su padre- no se consigue de la noche a la mañana.

Del mismo modo que, en el mundo terrenal, los pijos gozan de centros neurálgicos propios -algunos torneos de tennis o de golf, ciertas regatas, determinados restaurantes, gimnasios, bares y discotecas-, en el mundo virtual empiezan a tener sus propios puertos. Hay uno que, por explícito, quizá no les guste pero que resulta obligatorio citar: www.Lomaspijo.com. Se trata de un portal de compra por Internet con una selección de artículos de calidad, al mejor precio, y difíciles de conseguir fuera de EE UU. En la página de acceso, puede leerse "pijos, pero no gilipollas", una declaración de principios que intenta reparar una interpretación histórica de los hechos que, amparada por la envidia, el rencor social o la venganza estética, pretendía que todos los pijos eran estúpidos. Una afirmación tan discutible como que por el simple hecho de ser pobre o de clase humilde y trabajadora uno es honrado y buena gente. Ojalá todo fuera así de simple.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_