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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Todos a casa

Al Ejército de Israel le sientan mal los repliegues; seguramente por falta de práctica. El primer ministro laborista, Ehud Barak, había ya prometido en la campaña electoral que en su primer año de gobierno procedería a la retirada militar de la franja sur de Líbano, territorio de unos 1.000 kilómetros cuadrados donde la fuerza armada israelí monta guardia desde 1978 para impedir la infiltración de la guerrilla árabe y su acción terrorista contra las poblaciones del norte de Israel.Más recientemente, Barak había fijado la fecha límite para el repliegue en el próximo 7 de julio. Y en estos últimos días, sobre la base de que tan prolongada permanencia ha sido un indudable mal negocio en hombres y hacienda, ha concluido que no había razón para retirarse con trompeta y bando, sino cuando pareciera conveniente y sin proclamas. Como consecuencia de ello, la vuelta a casa ha comenzado ya, y con ella, un caos de desbandada que es una de las secuencias menos gratificantes de la historia de Israel.

El Ejército israelí acampaba en Líbano, pero, como los grandes señores de la guerra, contaba con una milicia local, cristiana, que a cambio de soldada hacía de guardia forestal. Y esas guardias blancas del sionismo son las que ahora ponen pies en polvorosa porque la guerrilla libanesa de Hezbolá se apresura a ocupar todo lo que abandonan, y sus sentimientos acerca de los que consideran traidores a la patria libanesa y al mundo árabe no son precisamente tiernos.

Los problemas no hacen más que comenzar con el éxodo de esos 2.600 paramilitares y sus familias: algunos se han entregado a la guerrilla de Hezbolá y otros han sido acogidos, quizá a regañadientes, en Israel. Al mismo tiempo, esa milicia en fuga pide a la fuerza regular libanesa que ocupe el territorio que abandonan los israelíes por razones evidentes, pero tampoco parece que la tropa de Beirut esté por la labor, como espectador que ha sido habitualmente de las varias guerras civiles que el país ha sufrido en las últimas décadas. Y, finalmente, las fuerzas de separación de la ONU en el área, que nunca han separado gran cosa, se encuentran con una tarea suplementaria para la que no se sienten preparadas.

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Es probable que en unos días el repliegue esté concluido, y aunque parece indiscutible que la decisión de Barak es acertada, eso no impide que el espectáculo de retirada judía y desbandada cristiana, abandonando esperanzas y pertenencias, constituya una de las grandes derrotas políticas de Israel, en momentos en los que, por añadidura, el proceso de paz con la parte palestina se halla paralizado por propia decisión de Barak.

La desaparición de la fuerza militar israelí de Líbano es una buena noticia para la paz, aunque no por ello deje de plantear problemas, puesto que, aparte de Hezbolá, Siria también se siente llamada a llenar ese vacío estratégico. Pero un Barak que no tenga que ocuparse del absceso libanés debería ser un primer ministro más libre y decisivo, y, aun indirectamente, incluso los palestinos deberían beneficiarse de que una franja de tierra árabe haya recobrado la libertad, en cuanto todos los israelíes vuelvan a casa.

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