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Secretos a voces

Antiguos agentes piden la detención de la ex directora del espionaje británico por relatar su experiencia en un libro

Isabel Ferrer

Convertida entre 1992 y 1996 en la primera mujer que accedía a la dirección de los servicios secretos del interior británicos (MI5), Stella Rimington fue una jefa partidaria de abrir en lo posible las puertas de su trabajo al público. El golpe de efecto de su nombramiento, que sorprendió a los políticos más veteranos del Reino Unido, puede transformarse ahora en un golpe bajo por culpa de sus memorias. Remitidas al Gobierno para su estudio, no han podido llegar en peor momento. Según el dominical The Sunday Times, sus antiguos colegas del espionaje en el exterior (MI6) pidieron su arresto en cuanto supieron que estaba poniendo en orden sus recuerdos. Para David Shayler y Richard Tomlinson, antiguos espías, la obra de Rimington resulta también sorprendente. El primero sigue en el exilio y el segundo fue a la cárcel por haber revelado confidencias que el Ejecutivo laborista no desea discutir en público.Con su cabello muy corto, enormes anillos de ámbar y tímida sonrisa, Stella Rimington no encajaba con la imagen algo romántica que se suele tener de los agentes secretos. Consciente de ser la primera mujer al frente del espionaje británico, se dejaba fotografiar camino de la oficina y en su propio despacho. Dos lugares inexistentes hasta entonces en el mapa político del país. La publicación de sus memorias era sólo cuestión de tiempo, pero contrasta con el tono de la nota que remitió siendo directora general a un grupo de espías del MI5 ya jubilados. Firme y educada, les recordaba en la misma que se debían a la cláusula de confidencialidad firmada mientras estuvieron en activo.

"El caso de Rimington es especial porque se ha atenido a las reglas. Antes de publicar el libro lo ha presentado al Ministerio del Interior para evitar sorpresas desagradables", han señalado fuentes gubernamentales británicas, que admiten, sin embargo, lo embarazoso de la situación. En los pasillos del MI6 las espadas siguen en alto contra ella. Una vez desechada la idea de la detención por el revuelo que se hubiera armado, los mismos agentes que pedían a gritos la cabeza de Rimington filtraron a la prensa detalles de su supuesta traición. Citando "fuentes del Servicio Secreto de Inteligencia", The Sunday Times cifra en un millón de libras (270 millones de pesetas) el adelanto editorial que habría recibido la escritora por una obra dedicada a sus dos hijas. Ella ha apuntado que desea mostrarles la razón por la cual muchas veces no supieron dónde estaba su madre.

Una idílica imagen familiar que el MI6 preferiría borrar antes de que el libro -que está siendo leído por Stephen Lander, sucesor de Rimington al frente del MI5- reciba el visto bueno que temen. Al espionaje del exterior del Reino Unido le molesta sobre todo que su ex colega pueda desvelar detalles de la lucha contra el IRA, que atravesaba uno de sus peores momentos cuando ella tomó posesión de su cargo. Tampoco les gustaría demasiado que se supiera cómo se fichó a los líderes mineros de la dura huelga de 1984, labor encargada a la propia Rimington cuando todavía era una funcionaria con mucho que demostrar antes de pedir un ascenso en el escalafón más misterioso del Reino Unido.

Mientras Dama Stella, honrada con dicho título por la reina Isabel II, espera que le den luz verde para contar sus recuerdos, David Shayler, ex agente del propio MI5, sigue exiliado en París por haber acudido a la prensa con los suyos. Empeñado en regresar la próxima Navidad a Londres si se le garantiza un juicio justo, Shayler ha irritado profundamente al ministro de Exteriores, Robin Cook, por haber asegurado que su país participó en una conjura para asesinar al líder libio Gaddafi. El Gobierno lo ha desmentido y quiere demandarle por haber infringido la Ley de Secretos Oficiales. Richard Tomlinson, agente del MI6, fue a la cárcel un año en 1997 por haber intentado escribir su autobiografía. Tras la liberación, ha denunciado, entre otras cosas, la mano del MI6 en la muerte de Diana de Gales.

Considerados ambos una pareja de lunáticos por el Ejecutivo, su suerte contrasta con la atención dedicada al caso de Stella Rimington. Sus partidarios señalan que las memorias hablarán menos del espionaje ruso que de la presencia de una mujer en un mundo de estirados varones. De todos modos, nadie en Whitehall, sede del Gabinete británico, niega la paradoja que supondría permitirle a la antigua jefa de espías que haga revelaciones sobre su pasado mientras dos agentes caídos en desgracia luchan a brazo partido por limpiar sus nombres.

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