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Cerco al último paraíso libertario

Para unos no es más que un cámping ilegal que en verano se convierte en un cochambroso hervidero de campistas incapaces de respetar las mínimas normas higiénicas y del decoro. Otros ven en esta idílica cala el último reducto del hippismo de la Costa Brava, un paraíso libertario donde uno puede construirse una choza con vistas al mar bajo los árboles y bañarse desnudo como Robinsón Crusoe. Los ayuntamientos de Tossa de Mar y Santa Cristina d'Aro no comparten la visión idílica del campamento y han instado a la Delegación del Gobierno de la Generalitat y al Servicio de Costas del Estado a coger de una vez el toro por los cuernos y desalojar la cala antes de que la llegada del verano dispare un año más el censo de sus moradores.La comunidad del valle tiene a su favor un poderoso aliado que, a lo largo de unos 30 años, la ha salvaguardado de la marea urbanística y del creciente control del territorio: la naturaleza salvaje. La cala está situada en una profunda vaguada de vegetación agreste, por donde serpentea la riera de Vallpresona. Sólo puede accederse a ella a pie por estrechos y tortuosos senderos. En la línea costera, dos imponentes formaciones rocosas desaconsejan cualquier intento de aproximación por mar. La escasez de agua es el mayor contratiempo que deben vencer los ocupantes del valle.

En la cala Vallpresona, a caballo entre las comarcas de la Selva y el Baix Empordà, hay actualmente un centenar de tiendas y otros habitáculos diseminados por las terrazas naturales de la tupida arboleda. La mayoría de ellas permanecen desocupadas y sólo serán utilizadas con la llegada de las vacaciones estivales. Tres o cuatro personas viven permanentemente en el paraje desde hace años y otros tantos aparecen los fines de semana. Los veteranos aseguran que la comunidad no tiene otras normas que las que pueden leerse en los carteles colgados de los árboles. No debe encenderse fuego, hay que depositar las basuras en un contenedor que hay en lo alto del valle, junto a la carretera, y deben enterrarse las defecaciones. Más allá de estas indicaciones, lo que aconseje el sentido común y las normas de convivencia. En la cala impera un espíritu libertario en el que la prohibición de la acampada libre es vista como una imposición antinatural de un sistema represor. Muchos de sus veraneantes practican el nudismo. Los campistas niegan que se hayan apoderado del terreno y aseguran que cualquiera que aparezca con una tienda es libre de plantarla donde le plazca. "Buscas un sitio que te guste y si no hay nadie lo haces tuyo", asegura una mujer que vive todo el año en el valle. Advierte, además, que si acaban echándola no tiene a donde ir.

El tipo de habitáculo más extendido en Vallpresona es una estrafalaria fusión entre una tienda de campaña y una chabola. Los tendidos de lona han ido ampliándose con anexos fabricados con ramas y cañas, que muchos utilizan como cocina o comedor. Hornillos, neveras y cocinas de gas constituyen piezas indispensables del mobiliario. Bastantes de estas chozas de segunda residencia veraniega tienen modestos jardincillos delimitados con cercados, terrazas con vistas al mar e incluso algún pequeño huerto. La sensación es la de una especie de poblado levantado tras un cataclismo nuclear de película de ciencia ficción, donde se funden sorprendentemente lo arcaico y lo moderno. A menudo, una simple cortina colgada entre dos árboles constituye el único elemento para marcar un territorio privado ocupado por una mesa y unas sillas de cámping. Tampoco es extraño distinguir alguna antena parabólica entre las copas de los árboles.

En la playa, de cantos rodados, hay un chiringuito de cañas donde se forman animadas tertulias y una roca plana, Sa Galera, a escasos metros de la orilla en la que tumbarse a tomar el sol.

La comunidad es ciertamente variopinta. Entre sus habituales se encuentran viejos hyppies incombustibles procedentes de toda Europa, okupas de vacaciones alternativas, naturistas radicales, noctámbulos adictos al techno y familias modestas del extrarradio barcelonés. Los perros campan a sus anchas. Los defensores de la comunidad mantienen que han hecho más daño al paisaje las densas urbanizaciones de cemento que puntean gran parte de la costa cercana que la acción de los campistas ilegales, que han establecido sus propias normas de convivencia y salubridad en este bello paraje natural. "Si Vallpresona se ha salvado del hormigón no es por otro motivo que por su difícil acceso y ahora quieren acabar con nosotros, que no molestamos a nadie, por un absurdo empeño legalista", se lamenta uno de sus ocupantes.

La comunidad de Vallpresona teme ver aparecer cualquier día a la fuerza pública con una orden de desalojo, pero es escéptica sobre la capacidad real de las autoridades de vencer al aliado natural de los campistas. Les cuesta imaginarse un espectacular despliegue de Mossos d'Esquadra dispuestos a cargarse a la espalda sus tiendas y cachivaches por el empinado sendero, y todavía más inverosímil les parece un traicionero desembarco en su idílica playa. Las multas y las sanciones no les ahuyentan, son papel mojado en el paraíso libertario.

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