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Banderizos financieros

La economía (de la que uno sabe bien poco) está imponiendo a marchas forzadas procesos de unión, fusión y concertación impensables hace unas décadas. Durante al menos los dos últimos siglos, los atribulados habitantes del planeta vivíamos en las coordenadas relativamente seguras de un Estado. Más allá de aduanas y fronteras, existía un océano vasto e inseguro al que llamábamos "el extranjero". Por aquellos años, el prestigio de los diplomáticos traía su origen en la naturalidad con que hacían de saltamontes por todos los rincones del planeta. Ellos sí que eran gente de mundo y nosotros, irremediablemente, unos recalcitrantes pueblerinos.Pero ahora esa dimensión lejana y desconocida ha perdido toda su gracia. El dinero ha entendido de inmediato las nuevas coordenadas. Para las empresas de porte el planeta azul no es un prodigio de la naturaleza ni la humanidad una extraordinaria aventura por el conocimiento. Para las empresas se trata sólo de un mercado. Si el mercado se mundializa (lean los horteras "globaliza") las élites económicas obrarán en consecuencia.

A los que nada sabemos de estas cosas no nos sorprende que las empresas se devoren las unas a las otras mediante acuerdos y absorciones societarias, ni que se alíen bajo el estandarte de nuevos acrósticos y logotipos. Por cierto, la última demostración de esta nueva política la están protagonizando las bolsas. Las bolsas se unen: Francfort y Londres ha sido el primer ejemplo. Los inflexibles tudescos y la pérfida Albión han encontrado buenas razones para olvidar sus históricas diferencias.

A uno le marean las cifras de negocio que manejan esos grandes emporios, pero seguro que marean también a los síndicos de la modesta bolsa de Bilbao. Vivimos en una esquina del planeta y ello cada vez se hace más evidente. Si los bilbaínos siempre hemos presumido de dinero ha sido por una ridícula restricción comparativa: en los años cincuenta, boyante nuestra economía local, podíamos sentirnos sobrados en las parameras extremeñas. Manhattan estaba tan lejano que no alteraba en exceso nuestra estrecha visión del mundo.

Ahora, por cierto, las entidades financieras también se fusionan. Pero ahí lo tenemos más complicado. La primera alianza natural que a uno se le ocurre es la de las tres cajas de ahorro de nuestros inmarcesibles territorios históricos. Hace algunos años que se viene hablando de eso, sin ningún resultado práctico. Muchas otras entidades financieras (incluidas muchas antiguas cajas provinciales) han emprendido ese proceso, mientras que la BBK, la Kutxa y la Vital mantienen su ademán impertérrito, como si las nuevas tendencias del mercado no fueran con ellas.

Al margen de sesudas cuestiones técnicas (que tantas otras entidades, por cierto, no han tenido problema en solventar), la auténtica razón de ese apartheid financiero-provincial no es económico, ni siquiera político, sino que radica en los habituales lastres nuestra secular identidad. Sin duda la dirección de cada una de nuestras amables cajas (sí, esas que organizan en verano colonias para niños y regalan por Navidad calendarios para colgar en la cocina), es consciente del problema. Pero explicar un ambicioso proyecto de fusión en este país de banderizos sería todo un desafío. Nadie tiene el valor de hacerlo. Antes aceptarían alaveses, guipuzcoanos o vizcaínos (observen la imparcial prelación, según orden alfabético, para despejar todo tipo de susceptibilidades) la dependencia de bancos japoneses o coreanos que la de sus queridísimos hermanos de aquí al lado.

La temida, y cada vez más evidente, imposibilidad de fusionar las cajas de ahorro vascas es el verdadero símbolo de la naturaleza díscola, levantisca, centrífuga, de nuestra diminuta entidad territorial. Debe de resultar bastante difícil, se nos antoja, la construcción de toda una nación, cuando ni siquiera somos capaces de ahormar no ya una modesta autonomía, sino incluso una mera entidad financiera, una caja para los bolsillos más modestos, una kutxa que reparta todos los años un solo calendario para todas nuestras cocinas de Bilbao, de Donostia, de Gasteiz (siguiendo de nuevo un orden alfabético, para que nadie se ofenda).

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