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Vidas paralelas: Max Aub y Luis Buñuel

Siendo que uno, Luis Buñuel, nació un 22 de febrero de 1900 y el otro, Max Aub, un 2 de junio de 1903, tampoco estará de más que, en pleno centenario del cineasta y a tres años de celebrar idéntica efeméride para con el escritor, nos ocupemos en el clásico ejercicio de las vidas paralelas.No es necesario forzar el guión. El propio Max Aub barruntó algo al respecto. Testimonio de ello son esas cinco mil hojas (¡cinco mil hojas!) escritas a máquina que quedaron sobre su mesa de trabajo cierto día del año del Señor 1972, cuando la muerte le dio al fin un respiro. El monumental volumen, inacabado, se llamó después Conversaciones con Buñuel y ahí está todo, empezando por la transcripción de innumerables pláticas del uno con el otro, punto de partida de un ambicioso proyecto con el que Aub pretendía llegar a la verdad de/con su amigo Buñuel a través de los acreditados recursos de la mentira. Novela, creo que lo llamaba.

Y bien, no eran dos tipos tan distintos. Para empezar, está lo de su exilio, fundamentado no sólo en los avatares políticos del siglo, sino especialmente en su condición transnacional, eso que luego podría haberse llamado, a lo cursi, mestizaje. Buñuel, nacido en Calanda -en plena Edad Media-, se resumía al final de su vida como una trinidad hispano-franco-mexicana. Aub, que vio sus primeras luces en París -en pleno centro cultural de la modernidad-, fue también uno y trino: franco-valenciano-mexicano. Por cuna y cultura, por cuestiones hormonales ("Uno es de donde hace el bachillerato") y por patriotismo electivo y eliminatorio, respectivamente.

Luego vendrían las biografías, bien sabidas. También Buñuel conocería París, para descubrir muy temprano que eso del surrealismo parecía "cosa de maricones". Quién le iba a decir, vaya por Dios, que él sería considerado, con el tiempo, el único surrealista auténtico detrás de una cámara de cine. Porque Buñuel lo que realmente ansiaba era colocarse al otro lado del visor, y por eso sorprendido en primer plano siempre da la impresión de que mira hacia otra parte -quizá esperando al barbero-, bien sea retratado de perfil por Joan Miró, o bien oteando el objetivo fotográfico con tensa quietud para el bueno de Man Ray.

Aub lo tuvo más difícil, así en la vida como en el arte. Al fin y al cabo él, que era francés por nacimiento, tuvo que experimentar el ultraje de volver a su primera patria para ser internado en los campos de concentración en que se resolvió la derrota de la República española. Por otro lado, la tinta siempre le supo a poco. Escritor de ambiciones tantálicas (un auténtico Bartleby inverso), necesitó un amplio abánico de géneros, la compulsión de numerosos heterónimos y el concurso imprescindible de una titánica capacidad para rellenar hojas en blanco, que le permitió ajustar una mirada globalizadora semejante a la del objetivo cinematográfico.

Dos tipos del siglo, sí. Buenos amigos: más ortodoxo y fanático Buñuel que Aub en lo político, más acariciado por el éxito en lo profesional, más reconocido en vida. Pero se sabían unidos por una misma actitud ante lo humano -austera, huraña, provocadora y exigente-. Esa ligazón no se arredró ni siquiera ante el abismo de las pavorosas diferencias, entre las cuales hay que citar en primer lugar que el ateísmo de Buñuel era de "raíz católica" y el de Max Aub de estirpe "librepensadora" y, en segunda posición, que el primero guardó fidelidad al martini con campari mientras el segundo, tan campante, prefería el whisky con agua natural, mitad y mitad.

Esos elementos sagrados (Dios y el alcohol) bastarían para que estos dos monstruos se hubieran ignorado en vida, si no cosas peores. Sin embargo, como suele ocurrir con las personas verdaderamente inteligentes, sus diferencias construyeron los motivos para la amistad.

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En definitiva, "deshecha la rueda de la vanidad", ellos se creyeron, en palabras del escritor, "los últimos en saber las cosas del mundo". Pero ignoraban que cada generación se reescribe así de desvalida, no porque se presuma la última, sino porque es realmente la postrera en haber comprendido una cierta verdad, la verdad de la pérdida. Y es así porque, si se me permite un pequeño juego publicitario y un abuso de la sintaxis y del idioma de otros, generation next is generation lost. Lo cual quiere decir que también mi generación deberá sentirse ulterior epistemológicamente hablando (la darrera a saber, por rubricarlo en mi lengua con términos aubianos), aunque no lo sospeche(mos) todavía.

Cada hombre es un exiliado, cada cineasta ha de segar los ojos a sus espectadores para que aprendan (a ver), cada escritor necesita una máscara (otros nombres, otras voces) para revelar su verdad. Esa es la lección doble y única de Max Aub y de Luis Buñuel. Entenderlo no es fácil, lo concedo. Pero quién dice que la vida lo es.

Joan Garí es escritor.

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