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La explosión de Enschede destrozó un barrio entero de 400 casas y causó daños a otras 2.000

La empresa Fireworks era una bomba de tiempo con 100 toneladas de explosivos, situada en el corazón de un barrio pobre residencial de la ciudad holandesa de Enschede (este de Holanda). Un día después de una cadena de estallidos que causaron la muerte de al menos 20 personas y dejaron heridas a 562, diez de ellas graves, familiares de las víctimas y las 2.000 personas que quedaron sin hogar exigen respuestas. Desapareció el barrio completo; sólo quedan los esqueletos humeantes de 400 casas. Otros 2.000 hogares quedaron con daños parciales, techos destruidos y cristales rotos.

Personal de rescate, policías, bomberos y médicos vestidos con equipos especiales y con mascarillas sanitarias intentaban salvar, 24 horas después de la tragedia y en un ritual sin sentido entre las toneladas de escombros, a algún superviviente. "Si hay alguien aquí abajo, no está vivo", dijo un policía entrevistado por la televisión holandesa. El primer ministro holandés, Wim Kok, visitó el lugar de la tragedia acompañado de la reina Beatriz. Caminando en el interior de la zona acordonada y visiblemente afectado trató de calmar los ánimos de los holandeses modestos e inmigrantes que ahora se han convertido en refugiados. "Lo primero es ayudar a las víctimas, luego vendrá la investigación", que prometió será "exhaustiva e independiente", dijo mientras miraba con evidentes signos de impotencia las estructuras de los edificios a punto de derribarse, escombros, decenas de automóviles con carrocerías huecas y negras, sin cristales.

"Ésta es una tragedia abominable", gritó una mujer, cuya voz fue escuchada por Kok. "Es abominable que una fábrica de explosivos se encuentre en una zona residencial". Mientras las voces para exigir una investigación se multiplican se ha revelado que en Holanda hay otros 11 depósitos de fuegos artificiales, incluyendo uno en La Haya.

Una de las fábricas de Harderwijk tiene almacenadas 1.800 toneladas de juegos pirotécnicos, una verdadera pasión entre los holandeses, que en la noche de Año Nuevo los lanzan al cielo, creando un espectáculo de luz, color y sonido, y que producen decenas de mutilados cada año.

En Enschede, a unos 135 kilómetros de Amsterdam y muy cerca de la frontera con Alemania, el Ayuntamiento instaló un centro de acogida en el centro deportivo local, donde se colocaron 400 literas de emergencia. La reina Beatriz llegó a la sala y en un gesto poco común en la soberana se abrazó a una joven que lloraba. Beatriz, que sufre en los últimos meses una pérdida de popularidad, compartió el café en vasos de plástico con jóvenes y ancianos que perdieron todas sus posesiones, mientras decenas de cámaras retransmitían en directo a millones de holandeses las escenas de desolación.

Denice Vinke, una joven de 18 años, esperaba en una larga fila que un funcionario le diera un paquete de ayuda de emergencia y 50 dólares que el Ayuntamiento entregó a cada afectado para comprar alimentos y artículos de aseo. La joven, que vive en la casa más cercana a la fábrica, se salvó de milagro porque salió a visitar a una amiga. Al regresar encontró sólo los cimientos, de los que aún salía un espeso humo negro. "Hasta ahora no han encontrado a mi padre", dice, y teme que su cadáver sea hallado bajo los escombros.

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