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La prensa hace frente a la ley del miedo

La extensión de las amenazas de ETA convierte en una pesadilla el ejercicio de la libertad de información

El padre de Ainhoa entró en el bar, vio a todo el mundo pendiente de la televisión y preguntó: "¿Qué es lo que pasa?". Uno de los clientes pidió entonces la cuenta, pagó y salió a la calle. Ya cuando nadie podía oírlo, murmuró: "Pregúntale a tu hija, cabrón".La escena se desarrolló el domingo, a eso del mediodía, en un bar de San Sebastián, muy cerca de la playa de La Concha. El hombre que llegó y preguntó desafiante es el padre de Ainhoa Múgica, una de las terroristas más sanguinarias de ETA, todavía en busca y captura. Lo que la televisión estaba diciendo es que un terrorista, un compañero de Ainhoa, acababa de asesinar, muy cerca de allí y a sangre fría, a José Luis López de Lacalle, un viejo luchador antifranquista, ejecutado sin juicio por escribir en los periódicos. El tercer hombre, el que calló, pagó y salió a la calle con el corazón en un puño es familia de un periodista vasco, ahora más que nunca bajo la atenta mirada de ETA.

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La paz civil en Euskadi se parece a una casa en ruinas, apuntalada a duras penas por hombres y mujeres que prefieren callar, guardarse la rabia y esperar un milagro que se les antoja cada día más difícil. "Me callé y salí del bar para no enredarme con él en una trifulca", confió luego el familiar del periodista, "lo malo es que llegará el día en que no te puedas guardar las palabras. San Sebastián es una ciudad muy pequeña y aquí nos conocemos todos. Cada uno sabe de qué pie cojea el vecino, por eso no hablamos nunca de política, pero la muerte nos toca cada día más cerca y así no se puede vivir".

La muerte, tan cercana ya como una barra de pan y un paraguas rojo. Dos de las últimas víctimas de ETA no dejaron junto a su sangre una gorra de plato o los hierros retorcidos de un coche blindado. Manuel Zamarreño era un calderero en paro metido a concejal de su pueblo. Lo mataron cuando venía de comprar el pan. José Luis López de Lacalle, un antifranquista jubilado, escribía artículos de vez en cuando. Sus únicas armas, una bolsa de periódicos y el paraguas abierto. Ni militares ni policías, ni siquiera políticos profesionales. Eran gente de la calle, el vecino del cuarto de una casa sin ascensor o el marido de Mari Paz, profesora de euskera en Andoain cuando aún Franco lo tenía prohibido. ¿Cuánta gente se siente amenazada hoy en el País Vasco? A la vieja nómina de militares y policías se vienen sumando jueces, fiscales, profesores de Universidad, concejales de pueblo, diputados nacionales, dirigentes políticos de la izquierda y la derecha. ¿A cuántos se les para el corazón cuando oyen un simple petardo en la calle? ¿A cuánto ascendería la cifra si también contamos a las familias?

Ahora les toca a los periodistas. Lo apuntó ETA el domingo y el lunes lo confirmó Arnaldo Otegi, el jefe de Euskal Herritarrok (EH). "ETA", sentenció con su experiencia de antiguo terrorista, "acaba de poner sobre la mesa que los medios de comunicación están planteando una estrategia informativa de manipulación y de guerra". Lo dijo ante el Ayuntamiento de Andoain (Guipúzcoa), sin esperar siquiera a que López de Lacalle fuese enterrado. Detrás de él, dos decenas de militantes radicales portaban ikurriñas. Uno de ellos, al ver tantos micrófonos y cámaras acosando a su líder, gritó: "¡Buitres!". Nadie le respondió.

El silencio es demasiadas veces el único aliado. No hacer determinada pregunta. No responder a tal provocación. O como se decía antiguamente: no significarse. El lunes pasado, mientras la familia de López de Lacalle lo enterraba en la intimidad, abajo, por las calles del pueblo, unos miles de personas se manifestaron en silencio. De pronto, al doblar una esquina, apareció una gran pancarta azul colgada de un puente. Allí estaban el hacha y la serpiente de ETA. La cabeza de la manifestación se paró. Alguien debía quitar aquello. ¿Dónde estaba la Ertzaintza? ¿Dónde la policía local? ¿Algún voluntario? Nadie. Todo el mundo agachó la cabeza y siguió desfilando.

"El problema", dijo entonces Miguel López de Lacalle, el único hermano del columnista asesinado, "es que aquí no se habla porque hay miedo". Mucho miedo. Tanto que nadie fue capaz de impedir que la madrugada del lunes, con José Luis todavía de cuerpo presente, unos vecinos de Andoain ensuciaran las paredes: "De Lacalle, jódete. Asesino".Todo el mundo sabe qué le pasa a los que hablan. Lo que le pasó, por ejemplo, a José María Calleja, de CNN+, o a José Ignacio Iribar, de TVE, o a Carmen Gurruchaga, periodista de El Mundo, o a Gorka Landaburu, de Cambio 16, o a Mikel Muez, de EL PAÍS, o a Pedro Briongos, de El Correo, o a Carlos Herrera, de Radio Nacional. Unos desconocidos, amparados en la oscuridad de la noche o en el remite de un envío postal, intentaron amargarles la vida, quemar sus casas, asustar a sus familias, destrozarles las manos. No lo consiguieron. Otros muchos periodistas, también víctimas de los terroristas de ETA o de sus aprendices de Jarrai, sintieron el terror muy cerca. Pero prefirieron no decirlo, que no se supiera. Unos por pudor, otros por prudencia. Incluso por no provocar, porque aquí ser víctima suele ser sinónimo de sospechoso.

Hay estos días entre los periodistas de Euskadi la sensación amarga de que ETA está dejando de avisar y se dispone a pronunciar palabras mayores. Hay un ambiente raro. Es verdad que la historia no es nueva, pero también es verdad que es distinta. No es nueva porque sabido es que ya muchos debieron emigrar, vender sus casas, sacar a sus familias de aquí. Algunos, asustados por una botella incendiaria, por un artefacto explosivo en el portal. Otros, por algo más serio. "A mí", dice un periodista de mucho prestigio, objetivo continuo de la banda terrorista, "me vigilaron día y noche, me siguieron, me fotografiaron, incluso redactaron un documento -incautado después por la policía- en el que se exponía detalladamente por qué era conveniente eliminarme. Me tuve que ir, vender mi casa, vivir continuamente rodeado de escoltas; hace cinco años que no salgo solo a tomarme un café".

La historia no es nueva porque, desde principio de los noventa, ETA tiene en su agenda a los periodistas, o dicho en palabras de José María Olarra, dirigente de Herri Batasuna (HB), a los "terroristas de la pluma". Pero sí es distinta porque el asesinato de José Luis López de Lacalle viene a demostrar que ETA, después de la tregua que resultó ser falsa, sigue dispuesta a matar. Muchos de los periodistas consultados para este reportaje -la mayoría no quiso que aparecieran sus nombres- admiten que, a lo largo del domingo, sus teléfonos móviles recibieron una llamada que les puso el nudo en la garganta. De una madre, de una hermana, de la novia o del marido: "Me he asustado mucho esta mañana. Ándate con cuidado".

La organización terrorista ETA, golpeada con dureza por la acción policial conjunta de España y Francia, se reconoce impotente por el momento de realizar una acción de envergadura. "La banda", según repiten una y otra vez en Interior, "mata dónde y cuándo puede y por ahora se conforma con seguir extendiendo el terror asesinando a víctimas fáciles, exponiendo a sus comandos lo menos posible ". Un tiro a un concejal sin escolta -Miguel Ángel Blanco, José Luis Caso-, un coche bomba a un militar en Madrid o a un parlamentario en Vitoria -Pedro Antonio Blanco o Fernando Buesa-, cuatro tiros por la espalda a un veterano luchador antifranquista, miembro del Foro Ermua, articulista de El Mundo, un hombre que no quiso escolta porque se reconocía víctima de segunda o de tercera división. Contra mí, vino a decir José Luis en su última entrevista, ETA sólo malgastará botellas incendiarias y aprendices de asesinos. Se equivocó. La organización terrorista vasca siempre es capaz de sorprender, de darle dos vueltas a la tuerca de la locura: mantener 532 días encerrado en una jaula subterránea a un anónimo funcionario de prisiones, secuestrar para asesinar 48 horas después a un chaval de Ermua, dejar solos para siempre a tres niños de Sevilla asesinando a su padre y a su madre en medio de la madrugada.

-¿Te apetece tomar un café?

Es jueves por la mañana y Ángel Arnedo, el director de El Correo, el diario más leído en el País Vasco, acaba de responder a las preguntas del periodista llegado de Madrid. Ahora se dispone a invitarlo a café. Bajan juntos las escaleras del periódico y, ya en la puerta, le pregunta al vigilante jurado por su escolta. "No está, ha tenido que salir un momento". Arnedo, amenazado de muerte, sale a la calle a cuerpo gentil. Hacía mucho tiempo que no vivía esa experiencia. "La noche que siguió a la declaración de tregua", recuerda, "me fui de casa solo, paseé hasta un bar cercano y pedí una cerveza. Me supo a gloria. Ahora no puedo". Arnedo ya no sólo es director de periódico, desde hace unos días es también confesor, psicólogo, amigo. "Le estoy echando horas a la gente porque lo necesita. Después de lo de Pedro [los proetarras hicieron estallar un artefacto en la casa de los padres del redactor jefe] y del asesinato de José Luis los redactores están muy preocupados. No es para menos, pero hay que aguantar. Por dignidad, porque es esto lo único que sabemos hacer y porque al final vamos a ganar". El viernes a mediodía, en el Kursaal de San Sebastián, Arnedo asistió con gafas oscuras a la firma del manifiesto No nos callaran para decirle a ETA que no, que el crimen nunca doblegará su independencia. Allí estaban los directores de los principales periódicos, dejándose fotografiar, contraviniendo las órdenes de Interior, dando la cara.

Hay otra cuestión que preocupa mucho al director de El Correo. También a los de otros medios. Uno de ellos lo refleja así: "Nos acusan de ser muy duros con el PNV, nos preguntan que por qué los criticamos tanto, que ellos no son los de las pistolas, y es verdad. Pero también es cierto que el PNV siempre nos ha dejado muy solos, nunca una palabra de aliento, nunca hemos sentido su apoyo en los momentos difíciles". Más bien al contrario. La estrategia de HB de desprestigiar a la prensa y difamar a los periodistas ha tenido en los últimos tiempos un eficaz complemento en las declaraciones de algunos dirigentes del PNV. Xabier Arzalluz es el que más se prodiga en sus ataques. No muy lejos le siguen Iñaki Anasagasti o Javier Atutxa, presidente del Bizkai Buru Batxar y autor de una circular a los afiliados en la que pedía "no comprar El Correo ni insertar publicidad". Un rápido vistazo a la hemeroteca resulta muy elocuente. HB dice sufrir un linchamiento mediático. El PNV acusa a PRISA -editora de este periódico- de "caza de brujas contra el nacionalismo vasco". El PNV de Vizcaya pide a sus afiliados que boicoteen el periódico El Correo. Simpatizantes de ETA se encadenan en la sede de ese diario. HB acusa a EL PAÍS de "boicotear el diálogo ETA-Estado"...

El objetivo parece claro: desprestigiar a la prensa, hacerla responsable de los malos de Euskadi, allanarle el camino a ETA. "Me preocupó mucho", dice un periodista, "una conversación que escuché el otro día en la calle. Una señora le decía a otra que los terroristas eran los peores, pero que los periodistas también le estaban haciendo mucho daño a este país". El mensaje, por repetido, empieza a calar.

-¡Españolazo, que eres un españolazo¡

La escena tuvo lugar unos días después del asesinato del socialista Fernando Buesa. EL PAÍS, al igual que la mayoría de los medios, reflejó en sus páginas que la manifestación convocada por el PNV en Vitoria para honrar la memoria del político muerto se convirtió en realidad en un desagravio a Juan José Ibarretxe, el presidente del Gobierno vasco, abucheado unos días antes por unos cientos de personas. Xabier Bilbao, el jefe de prensa de Arzalluz, recriminó el contenido de la información a uno de los redactores de este periódico, al que rodeaban otros periodistas y militantes del PNV. "¡Españolazo, españolazo!". Era quizá el peor insulto que se le podía ocurrir.

La mancha se va extendiendo como si fuera de aceite. Cada vez más gente se siente amenazada. Ahora son los periodistas. ¿Mañana? No es un problema gremial. La situación es peor que nunca porque, lejos de unir, los disparos de los terroristas dividen cada vez más a los políticos. Ya ni se espera a que el muerto esté bajo tierra para seguir con la batalla. El lunes por la mañana, mientras la familia de José Luis velaba el cadáver, Arnaldo Otegi justificaba a los terroristas a sólo unos metros de allí. Y José María Aznar, desde Rabat, pedía elecciones anticipadas. Los ciudadanos que están contra ETA se ven obligados por sus representantes políticos a manifestarse por separado. Los nacionalistas junto al reloj del Ayuntamiento; el resto, en la puerta de la Catedral.

"Hemos asistido a muchos entierros", dice una periodista de San Sebastián, "pero ahora empezamos a escribir de gente como nosotros, de gente anónima que hace su trabajo y que vive en la calle de al lado. No creo que me vayan a matar a mí, pero sí a alguien que conozco, a alguien como yo".

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