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Tribuna:GENERACIÓN SIN NOMBRE
Tribuna
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Diabólico virus

"Semana de silencio, muertes, penitencia y caos informático, telefónico y bursátil". Al recibir este escueto mensaje, remitido por Conxa a través del prehistórico sistema del telegrama, me temí lo peor. Nuestra cita semanal resultó imposible hasta que ayer mismo, sábado por la mañana, un mensajero vestido como la hormiga atómica me entregó en mano una cinta magnetofónica dentro de un sobre. La cinta me devolvió, dramáticamente, la voz de Conxa. "Desesperación. He sido víctima del virus. Caí de cuatro patas en el T'estimo, mortífera versión catalana normalizada del I love you. Contaminé a todo el despacho y a sus clientes, perdí toda mi memoria, mis proyectos, mis dibujos, mi software, mi correspondencia, mi agenda de teléfonos. Me quedé sin amigos. ¡Me ilusionaba montar mi empresa en Internet, pero necesitaré una inversión monstruo en un ejército de antivirus en todos los idiomas! Mi historia es hoy un agujero negro. Vacío. Sobre mí cayeron improperios de mis jefes, de los japoneses que patrocinan mis comunicaciones como miembro del programa Joven Sociedad de la Información. En la pantalla de mi ordenador se instaló durante tres días un único mensaje: 'Out of order'. Quedé fuera de la circulación porque mis móviles se solidarizaron, claro, con el virus; aunque luego pensé que podía ser una reacción en cadena tras el efecto KPN y mis cuatro teléfonos móviles asumían la cuota correspondiente del revés de Villalonga. ¿Qué le habré hecho a este señor? Cuando el esforzado informático argentino, un señor de mediana edad que antes había sido afinador de pianos, acabó recuperando un parte anodina de mi vida cibernética, es decir, de mi verdadera historia, habían pasado tres días y yo tenía el trasero como un tambor. Mi penitencia consistió en seguir, segundo a segundo, sentada en una silla, la resurrección de las comunicaciones. Pero la alegría, como si el Gran Hermano hubiera escrito el guión, duró poco. Acababa de introducir un montón de datos reconstruidos pacientemente y los teléfonos imprescindibles, entre ellos el tuyo, sacados de ¡la guía telefónica!, cuando, no te lo vas a creer, ¡cayó el sistema! (El electrónico quiero decir, que todo el mundo sabe que España va bien con Aznar). La única ventaja es que esta vez la culpa no fue mía, y el amor, ¿qué cuerno de amor, por cierto?, no tuvo nada que ver. He estado aislada de Nasdaq y de todos mis amigos: me ha preocupado mucho qué podía haber sido de ellos, aunque luego alguien me explicó que los daños del incidente eran meramente virtuales. ¿Te das cuenta de que el virus era virtual, es decir, que no existía? Pero, ¿y el daño moral de la incomunicación? Estoy hecha unos zorros"."Como consecuencia de estas vicisitudes, todos los aparatos enloquecieron. Por ejemplo, marcaba tu número de teléfono y salía un camionero de Albacete. Si intentaba mandarte un mail se ponía en marcha la bicicleta estática que tengo en mi despacho o sonaba el portero automático. ¡Un caos! En las páginas amarillas vi un romántico servicio de palomas mensajeras (mitad de precio que la mensajería normal) y le mandé un SOS a Nasdaq en Madrid. Aún no me ha respondido. Sigo incomunicada, pero, instante a instante, pendiente de la recuperación de mi alma electrónica. Ahora han venido dos informáticos japoneses a desenredar el lío de mis virus y de mis cables. La contraseña Conxa y la contraseña Inma han dejado de funcionar. Los japoneses dicen que en mi ordenador sólo encuentran una referencia: Laponia. Lo cual es imposible. Con todo este jaleo casi he olvidado quién soy". La voz de Conxa se truncó en un gemido. Intenté, otra vez, comunicar con ella en vano. En aquel momento, la radio enumeraba las mutaciones globales del virus y las nuevas versiones autóctonas. Por primera vez pensé que la vida sin Conxa sería mucho más dura. (Continuará)

Resumen de lo publicado: Conxa P. Puig, llamada también Inma Páez en Madrid, es una treintañera barcelonesa, soltera e independiente pero enamoradiza, que trabaja como ejecutiva / creativa en una compañía publicitaria. Presta su diario y su experiencia a una ardua investigación sobre los nuevos modos del treintañerismo en la España de Aznar.

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