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El planeta Barcelona

Hace tres años, el estreno con escolares catalanes de la ópera Brundibár, que Hans Krasá escribió para los niños del campo de concentración nazi de Terezin, no pasaba de ser un tímido experimento. Hoy puede decirse que aquella iniciativa, impulsada por el Instituto de Educación del Ayuntamiento y el Gran Teatro del Liceo, es una realidad consolidada que ha ido bastante más allá de sus orígenes. Por lo pronto, ya no se trata de repetir todos los años aquella obra con nuevos alumnos, sino de buscar el camino de la creación contemporánea por la vía del concurso.El compositor y oboísta francés Philippe Valet con la ópera Eco fue el ganador de esta primera convocatoria. Ahora, tras un paciente trabajo que ha llevado a centenares de escolares -y a sus papás- a sacrificar muchos fines de semana, la partitura por fin ha cobrado vida en el Mercat de les Flors.

Un trabajo serio, sin duda, y con él la voluntad de acercarse a una realidad más próxima, por fortuna para todos, que la del campo de Terezin de 1944. La música de Valet, interpretada por una veintena de músicos de la Jove Orquestra Nacional de Catalunya a las órdenes de un atento Manel Valdivieso, no es nada obvia. A menudo se mueve lejos de los parámetros de la tonalidad. Por si no bastara, la pieza incluye una variada gama de ritmos alejados del banal chunda-chunda que de manera tan estúpida como automática se asocia a la música juvenil. Algo de Bartók y del musical norteamericano hay en esos papeles radicalmente originales de Valet.

En consecuencia, para los jóvenes intérpretes no se trataba sólo de imitar referentes conocidos, sino de aprender música. ¿Muchos de ellos no la leen? No importa. Hay mucha música por aprender sin conocer necesariamente los secretos del pentagrama, y es bueno que un proyecto pedagógico adopte este planteamiento. Ciertamente, los ensayos se complican, pero para eso están los buenos pedagogos.

¿De qué va Eco? Pues del mito de Eco y Narciso. Eco es una niña (Teresa Sesé) soñadora que viaja por el espacio en la nave capitaneada por el capitán Caznor (Enric Arquimbau), acompañada por un Pájaro Azul (Anna Bertran, canto; Rut Codina, danza). Como en 2001, las maniobras están gobernadas por una computadora, representada por un coro de niños a modo de bytes. Pues bien, la nave aterriza por tres veces en un lugar muy parecido a Barcelona, pero con ciudadanos que caminan hacia atrás, se mueven maquinalmente o bien se hallan completamente paralizados. Entre ellos está Narciso, un urbanita mudo, ensimismado en su Nintendo (papel danzado, a cargo de Jordi Fluvià). Se desliza por ahí una cierta crítica social, muy saludable. Por lo que se refiere a la puesta en escena, Joan-Anton Sánchez vuelve a hacer de la necesidad virtud y con cuatro trastos (una cama que es también nave espacial y una silla), un buen vestuario (Caznor va de capitán Haddock en Tintín en la luna) y una buena iluminación consigue resultados francamente vistosos.

Reparos pueden ponerse, ciertamente. Algunos en la propia obra: acaso se concede un papel de excesivo relieve al personaje de Eco, que hubiera podido compartir con otros muchachos en papeles protagonistas, aunque es cierto que las frecuentes intervenciones del coro (unas 300 voces) evita la monotonía. Al margen de ello, la escasez de presupuesto ha obligado a poner a un actor que canta en lugar de un cantante que actúa en el papel de Caznor. Tratándose de una ópera con tan pocos solistas, regatear en ese aspecto no parece muy pedagógico, a no ser que se quiera acostumbrar a la juventud a las estrecheces en materia de subvenciones que les aguardan en el futuro. Pero al margen de ello, el estreno se saldó con el mejor de los éxitos: durante 50 minutos, los escolares que llenaban el Mercat mantuvieron un respetuoso silencio, síntoma de que la cosa les interesaba.

Valdría la pena que las instituciones implicadas revisaran al alza para la temporada próxima sus muy ajustadas aportaciones (seis millones de pesetas). Escuchar una ópera con un argumento centrado en Barcelona no es frecuente y desde luego tiene su chispa. Además, Brundibár ha creado escuela: la comunidad canaria la estrenó en abril siguiendo la fórmula barcelonesa. Pero lo mejor de todo está en la curva ascendente de escolares que de una forma u otra -participación en esta ópera, ensayos generales en el teatro, sesiones escolares, etcétera- empiezan a entrar en el mundo de la ópera a través del Liceo. En la temporada 1998-1999 fueron 5.600; en 1999-2000, cuando concluya, habrán sido unos 23.000 y se calcula que podrán llegar a los 35.000 en 2000-2001.

Silvia T. Colmenero

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