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El BNV hizo bien

En contra de la opinión de no pocos amigos me parece coherente que el BNV no estuviera presente en los actos que, organizados por ACPV, se han celebrado en el cap i casal el pasado fin de semana. Hay buenas razones de coherencia organizativa: si ACPV no sólo no apoya las candidaturas nacionalistas, en las elecciones, sino que fleta y apoya candidaturas fantasiosas con la benéfica y obvia intención de restar algunos votos al Bloc, incluso cuando el BNV se juega su entrada o no en Cortes Valencianas, como sucedió en junio pasado ¿por qué extraña razón el BNV ha de apoyar con su presencia las actuaciones de quien le combate? Si ACPV y el señor Climent no han apoyado nunca ninguna actuación ni comparecencia electoral de las sucesivas opciones nacionalistas, desde el PNPV hasta la coalición entre el Bloc y los Verdes, ¿por qué el nacionalismo político organizado debe respaldarles? Es más, si actuaciones estelares del complejo organizativo que lidera el señor Climent han actuado en las tres últimas convocatorias electorales en el sentido de orientar el voto del nacionalismo cultural hacia opciones que no son el nacionalismo político, y que más bien son competidoras de éste, ¿no sería suicida que el BNV apoyara a quien apoya a su competencia, quien apoya a una competencia que ni siquiera es nacionalista? Entiéndaseme bien, nadie en su sano juicio discute la amplia, constante y muy meritoria labor realizada por ACPV, y por el señor Climent, antes, en y fuera de dicha entidad cívica, nadie discute que el trabajo del señor Climent y su complejo organizativo ha tenido un impacto sumamente positivo en la esfera cultural, baste realizar la operación mental de sustraer de nuestro paisaje cultural el trabajo de ese complejo, y su impacto, para comprender hasta qué punto su trabajo en el mundo de la cultura es importante a lo largo de los últimos treinta años. Pero aquí no se trata de eso, aquí se trata de otra cosa, aquí se trata de la orientación nacional del trabajo del señor Climent y de su impacto político.Vaya por delante que el denominado nacionalismo cultural no es nacionalismo de ninguna clase. El nacionalismo es político por definición, es un discurso ideológico que postula la construcción de una determinada entidad nacional y centra en esa tarea su proyecto y su trabajo, que es político naturalmente. El mal llamado nacionalismo cultural no hace ni persigue nada de eso, su trabajo puede ser importantísimo en términos de impacto cultural y en la forja y reproducción de una identidad colectiva, pero, en el mejor de los casos es un trabajo prepolítico que, además, es susceptible de ser encuadrado en proyectos político-nacionales diferentes. La propia ACPV proporciona un buen ejemplo de cómo un trabajo cultural puede colocarse bajo los auspicios de un proyecto nacional de Países Catalanes y, al tiempo, operar como mecanismo de refuerzo e integración en una determinada versión del proyecto nacional español: aquella de orientación federalista que postulan elementos significativos de la izquierda estatal. Por cierto, por eso es coherente que sí hicieran acto de presencia en los actos de ACPV los señores Ribó y Pérez Casado. Y es ese potencial de refuerzo e integración, y no las bobadas al uso, lo que en verdad preocupa en la calle de Caballeros.

Como no puede haber nacionalismo sin proyecto nacional, ni puede éste darse sin marco nacional de referencia resulta lógico que el nacionalismo cultural, un nacionalismo identitario y por tanto étnico, cuyo trabajo se centra en los proyectos de espíritu, y en el seno de este en los literarios, venga en postular un nacionalismo basado en la comunidad de lengua. El corolario lógico es la definición de la lengua como hecho nacional, y de la comunidad lingüística como marco nacional. La conclusión resulta obvia: la definición de un nacionalismo de Países Catalanes. Que, entre otras, tiene las inestimables ventajas de explotar las oportunidades que brinda la comunidad idiomática y las no menos estimables de su extremadamente improbable materialización. Como utopía impracticable sólo sostenida desde la franja lunática del espectro político permite dar una cobertura nacional a intereses tan legítimos como respetables, y a practicar, con buena conciencia, una política posibilista que sigue pautas pimargallianas. Desde luego, de nacionalismo valenciano ni rastro.

Porque hay que decirlo con claridad: el nacionalismo de Países Catalanes lo que nos ofrece como alternativa a un regionalismo de referente madrileño es un regionalismo de referente barceloní, y es claro que para ese viaje pocas alforjas se necesitan, especialmente si se considera que mientras el primero no pone en cuestión por sí mismo la identidad colectiva valenciana sí lo hace el segundo, como con coherencia lógica mostró en su día Fuster. Si el nacionalismo político postula un proyecto nacional, y su proyecto es un proyecto nacional valenciano es claro que el nacionalismo político no puede ser un nacionalismo etno-identitario, tiene que ser necesariamente un nacionalismo cívico, porque un nacionalismo etno-identitario es incompatible con la realidad valenciana y, por ello, con la aplicación a la misma de un proyecto de construcción nacional. Entre el proyecto de ACPV y el del nacionalismo político hay una diferencia básica esencial, una diferencia de ámbito y proyecto nacionales. Por eso hizo muy bien el BNV no asistiendo.

Manuel Martínez Sospedra es catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Valencia.

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