Primavera

"Que por mayo era, por mayo, cuando viene la calor...". Pero no ha venido la calor, el día tiene aún el fresco de marzo y la transparencia de enero, las hojas brotadas hace apenas una semana forman nubes verdigrises que tiemblan como gatos recién nacidos. Lo he visto ya 56 veces, de las cuales 50, a lo menos, están vivas en algún rincón de mi memoria como un acontecimiento temido e incomprensible. No se acumulan sino que forman un sólido de 50 facetas cuyos destellos giran en círculo por las paredes de mi cráneo en cuanto llega mayo.La física nos explica la trabazón de causas que con su armadura de poleas y engranajes va trayendo luz, savia fluyente, floración, estallido sexual y fruto entre los animales y las plantas. Pero la descripción de la máquina cósmica sólo sosiega lo más superficial de nuestra conciencia. Seguimos sin comprender qué es eso que renace y se pone en movimiento, ¿la tierra, el mundo, la vida, el tiempo, o es la inmortalidad misma lo que ahora vuelve? El pavor y la admiración cruzan sus aceros y nos preguntamos si acaso todo va a renacer, menos nosotros. ¿Voy a tener yo menos fortuna que el trigo y las cornejas? La espiga es cada año la misma espiga, la corneja es la misma corneja, pero nosotros, tan singulares, tan únicos, no podemos renacer del mismo modo, sólo tenemos una oportunidad. Otro nacerá pero será otro, nunca seré yo de nuevo.
A la admiración y al pavor se les añade entonces el aguijón del rencor. No renaceremos nunca porque, a pesar de las mentiras de la melancolía, cada uno de nosotros está preso en una identidad única, irrepetible y efímera. La identidad ni se hereda ni se comparte, sólo aparece, vive y muere sin repetición. Podemos heredar proyectos, trabajos y pasiones, no podemos heredar identidad. El trigo y las cornejas, en cambio, sólo comparten su identidad. Los benditos cereales y las benditas aves heredan una identidad colectiva, por eso son inmortales y cada año crece en la espiga el mismo grano y le nace a la corneja el mismo huevo. A nosotros, en cambio, ninguna identidad colectiva puede salvarnos de la desaparición. Nacemos obligadamente con una identidad impuesta y ella nos mata.
Nuestro misterio, de todos modos, aunque breve como una primavera, es de una considerable intensidad.
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