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Reportaje:RAÍCES

Mundo y trasmundo de las sevillanas

"El intrincado laberinto del folclor de Andalucía" tiene en las sevillanas una de sus más palmarias manifestaciones, y más perfectamente adecuada para la especulación y el despiste. El propio compositor sevillano Joaquín Turina -suyas son las palabras arriba entrecomilladas- se perdió en ese mismo dédalo, sin duda influenciado por la ideología de la época, en torno a un supuesto nacionalismo racial, con el que llegó a aventurar hipótesis y teorías sobre la música andaluza en verdad sorprendentes y a menudo contradictorias. (También tuvo aciertos extraordinarios, como en lo referente a las saetas).Unas veces defendiendo "un mismo tronco antiguo" para todo el folclor musical español, del que partirían tanto "la canción galaica como la melodía andaluza"; otras abogando por "los cantos genuinamente andaluces", cuyo origen sería "el canto litúrgico medieval, y más precisamente el llamado mozárabe". De las sevillanas, o seguidillas sevillanas, dará la siguiente definición: "Ejemplo particularísimo de danza indígena (subrayado nuestro) y casi único modelo de música andaluza sin apoyo en la dominante. Se le considera como baile de palillos (castañuelas), con varias coplas, en las que se efectúan cambios o pasadas. Las más típicas se denominan corraleras, sin duda por bailarse en corrales (...) Las seguidillas mollares difieren de las corraleras en cierta diferencia de pasos".

La denominación sustantiva de seguidillas señala bien a las claras que aquí lo único "indígena" es el adjetivo, esto es, la aclimatación y desarrollo de la seguidilla manchega en buena parte de lo que fue el antiguo reino de Sevilla, y ya es bastante. Pues tan peculiar evolución ha alcanzado proporciones inimaginables hace apenas medio siglo y bien puede decirse que el singular atractivo de este canto popular bailable ha roto y desbordado todos los esquemas previsibles.

De modo que si hoy llega a producirse en las discotecas de Roma o de París, o en las academias de baile de Alemania o Nueva York, se debe a su propia fuerza centrífuga, que todo lo arrasa, incluidas las pretensiones coercitivas de alcaldes y alcaldesas, como fueron las de un Pedro Aparicio o una Celia Villalobos, en Málaga -la osadía no distingue de colores políticos-, a través de prédicas y amonestaciones tan pintorescas como inútiles. Hoy en Málaga, en Córdoba, en Cádiz, en Almería... lo que la gente baila en sus reales de feria, porque les viene a sus reales ganas, son sevillanas. El instinto popular es aquí -como de costumbre- mucho más fino que el de algunos políticos empeñados en peligrosos populismos, y sabe, o intuye, que las sugestivas maneras de esta danza van y vienen de mucho más allá que de los límites geográficos de la actual provincia de Sevilla.

Un reciente disco de sevillanas corraleras, de Lebrija, con arreglos y dirección de Juan Acuña, ha rescatado muchas letras antiguas que ya eran famosas, por ejemplo, en la sierra de Huelva a principios de siglo. Así ésta que dice: "En el campo se crían / garbanzos verdes. / Lagartijas sin rabos / son las mujeres. / Yo no me espanto, / que también son los hombres / buenos lagartos".

Enamorado de una monja

Incluso el nombre actual, sevillanas, es relativamente tardío, si a finales del siglo XIX todavía se les llamaba como lo que son en el fondo: seguidillas. Así lo rescatamos de una preciosa página de La hermana San Sulpicio (1889), donde la mirada del escritor asturiano Palacio Valdés se recreó en las delicias del contoneo que encendió al protagonista en amores irresistibles por la monjita: "De pronto, los cuatro pares de palillos chasquearon con brío, las bailadoras abrieron los brazos y avanzaron una hacia otra y se alejaron inmediatamente, levantando primero una pierna, después otra a compás y con extremado donaire (...) El cuerpo de las dos primas tan pronto se erguía como se doblaba, inclinándose a un lado y a otro con movimientos contrarios de cabeza y de brazos. Éstos, sobre todo, jugaban un papel principalísimo, unas veces para presentar el pecho con aire de desafío, otras recogiendo del suelo algo invisible, que debían ser flores". Casi se podría aprender a bailarlas con esta descripción, donde ya queda registrado lo fundamental, incluido aquello que nuestras abuelas enseñaban a sus nietas, mujeres hoy: "Niña: recoger, oler, y tirar", para adquirir ese abaniqueo de brazos tan característico.

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En lo puramente descriptivo, asistimos hoy a la supremacía de una modalidad bastante homogénea -demasiado tal vez-, de amplios y elevados braceos, con alguna peligrosa tendencia a la contorsión; dividida en cuatro partes, pues una quinta está prácticamente perdida; como también la modalidad de antiguas boleras -con saltos entremetidos en las evoluciones-, que años atrás quisieron recuperarse, sin éxito. Ahora sí asistimos a una recuperación de más brío, la señalada de las corraleras, que ojalá se difundan de nuevo, por lo que tienen de alborotado descaro y de esa estética chillona, ella sí verdaderamente popular, por lo transgresor y rebelde, frente a la expansión abusiva de las rocieras y sus cargantes idolatrías. Que todo esto poco tuvo que ver nunca con la religión, como no sea con la única verdadera, que es la del amor y el vino.

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