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Más toros

Manuel Vicent

Dice la Tauromaquia de Rafael Guerra, apodado Guerrita: "Al toro hay que darle leña desde que sale a la plaza". En cierta ocasión le recordé este principio tan sutil al torero Domingo Ortega y él me contestó, muy seco: "¿Leña? Según. A unos toros sí y a otros no". Puesto que la corrida es el espejo de sangre donde se mira la raza hispana, podría aplicarse también este mismo principio a la vida nacional: el español es un ser que recibe leña desde que nace, aunque unos reciben más, otros menos y algunos nada. Pero no negaré que hemos mejorado. Queda ya muy lejos aquella España de sabañones, suspensorios, orinales y forúnculos en el pescuezo. La violencia que durante siglos en este solar ha formado parte natural de la atmósfera junto con el sol de justicia que el dios de la ira nos enviaba, se ha ido disolviendo lentamente. Arriba, el rabo desollado, resplandeciente del anticiclón de las Azores; abajo, caciques, braceros, señoritos, sacristanes y leguleyos. Arriba, la esperanza de que caiga la lluvia después de sacar en procesión la mojama del patrón del pueblo; abajo, guardias civiles, toreros, perros ahorcados en alcornoques y la gracia del garrote vil que mandaba a los ajusticiados al infierno a estirar las piernas. Cuando el español ya bebe ahora en el agua clara de la ciencia y de la libertad, la fiesta taurina en versión siniestra de capea de carros como en el palco de Las Ventas, donde la aristocracia devora pastelillos de nata durante la matanza, es lo único que queda en pie todavía de aquel siniestro potaje ibérico. Muchos taurinos creen que en la plaza se da la democracia perfecta que consiste en vociferar a favor o en contra de un matarife mientras el toro es escarnecido hasta la muerte. El pulgar de Nerón hacia arriba en señal de perdón que podía volverse como cola de alacrán hacia abajo indicando sus genitales no es el mejor ejemplo. La fiesta de los toros es un espejo de tiranía que ya no se corresponde con la democracia política que hemos conquistado después de muchos siglos de incuria. Al español medio le ha costado mucho sacudirse de encima ese clima de tortura, ya no recibe leña sistemáticamente desde que sale al ruedo de la vida, pero de la antigua basura aún resta este ritual de plasma que la mayoría de los ciudadanos libres se traga a contrapelo. Esta bajada de sangre a las pezuñas es el último vestigio de una violencia ritual que nos impide ser modernos.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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