Inmersión en la pecera
Iceberg o trasatlántico, el centro comercial Alcalá Norte emergió hace unos meses, a todo trapo, como estandarte y emblema de la modernidad, en esta plaza marcada durante mucho tiempo, demasiado en cualquier caso, por la "Cruz de los Caídos", esperpéntico y granítico monumento funerario, desafinado y desafortunado canto fúnebre que en una de sus grises lápidas proclamaba que la muerte es un acto de servicio.El desangelado monolito fue reemplazado por dos fuentes presuntamente ornamentales y funcionales de esmirriado surtidor y hosco cemento, ejemplares seriados de un diseño de batalla muy difundido en plazas y rotondas secundarias de muchos municipios españoles que deben adquirir su mobiliario urbano y sus ornamentos públicos en la misma fábrica.
El Metro bautiza esta plaza como Ciudad Lineal en memoria del sueño arruinado de Arturo Soria, que cerca de aquí asiste en efigie al expolio de su genial y generoso proyecto urbanístico, del que sólo queda el nombre. Al otro lado empieza la populosa y popular barriada del Gran San Blas, negación de la bucólica y horizontal utopía de don Arturo: "Para cada cada familia, una casa, una huerta y un jardín".
De este a oeste cruza la calle de Alcalá, que tiene aquí su culmen, aunque su numeración se prolongue en la antigua carretera de Aragón. El nuevo centro comercial brotó sobre un solar desolado en la esquina sur de Hermanos García Noblejas, descampado agreste en cuyos márgenes acampaban efímeros tenderetes, provisionales y ambulantes, sucedáneo de zona verde que fuera campo de juegos infantiles, aliviadero de canes y refugio de jóvenes parejas sin techo que amparase sus encuentros.
La calle de Alcalá, a estas alturas, es la calle mayor de Pueblo Nuevo; el tramo de Ventas a Ciudad Lineal tiene poco que ver con las anteriores travesías de la emblemática arteria capital que irradia desde la Puerta del Sol. Aquí sus concurridas aceras se reflejan en una galería de escaparates de pequeños y medianos comercios de buen precio y surtido género, entre los que abundan bares, cervecerías, nuevos cafés de franquicia y viejas tiendas que resisten los embates del tiempo, con frugalidad y con el apoyo de su fiel parroquia.
El centro comercial Alcalá Norte irrumpe con su agresiva y orgullosa proa en este archipiélago superpoblado, escala en la modernidad, materialización del mercado único, burbuja global que pretende absorber, integrar en su órbita una buena cuota de la actividad comercial del barrio.
El mall de los norteamericanos es hipermercado y zona de ocio, plaza pública y centro virtual de poblaciones dispersas y desestructuradas, urbanizaciones y poblados de carretera y autopista, complejos residenciales huérfanos de comercios y lugares de esparcimiento.
En los nuevos barrios de la capital y en sus satélites, las grandes superficies de ocio y negocio cumplen la misma función y convocan sobre todo a la población adolescente; los jóvenes de hoy que serán los grandes consumidores de mañana, se mueven como peces en estos enormes acuarios que tantas veces han visto en el cine y en la televisión. En este barrio ya hecho, vivo y populoso, el mall es un exabrupto, un intruso con bastantes posibilidades de medrar y hacer su agosto agostando las pequeñas parcelas de alrededor.
Junto al flamante complejo de Alcalá se alzan torres y bloques de viviendas en venta que invitan a vivir en el futuro, vivero de futuros usuarios del boyante mercado que hoy abre sus puertas a los habitantes del pasado, pobladores de Pueblo Nuevo, San Blas o Canillejas.
Amplias avenidas cubiertas, cristales de invernadero, sumergidos en la gran pecera los vecinos del barrio, grandes y pequeños, atraídos por el novedoso cebo, pasean embebidos en el paisaje, bosque de maniquíes revestidos con sus galas de primavera, jungla de artesanías exóticas, comidas rápidas, telefonías móviles, artilugios electrónicos, artes decorativas, ornamentos y complementos.
En la planta inferior se despliega un voraz hipermercado, bajo precio, escasa atención y nulo contacto con el cliente. La relación se invierte en los pequeños o medianos cubículos de las plantas superiores, reino de lo efímero y lo superfluo, de la moda y el capricho. Los cachorros emparedados de la tienda de mascotas, caprichos vivos, objetos de regalo, dormitan resignados a su perra suerte entre virutas de papel, ajenos a los guiños del público.
Hay tráfico de carritos de bebé, carreras de niños, contoneos imperiosos de adolescentes y cansinos trancos de jubilados que bucean en los escaparates atraídos por las luminarias del nuevo milenio.
Los curiosos se agolpan en el interior de una tienda futurista instalada casi en los umbrales del edificio y surtida de inverosímiles gadgets electrónicos, útiles inventos o ingeniosos juegos, utensilios multiusos y curiosos mecanismos digitales que la joven encargada pone en funcionamiento para pasmo y regocijo de una audiencia entusiasta, pero remisa a la hora de la compra.
Los bares, cafetines y cantinas aparecen más concurridos que las tiendas; la oferta es variada y previsible, orientada hacia jóvenes comedores compulsivos y empleados con prisas, las tapas y los menús tradicionales compiten tímidamente con pizzas, hamburguesas y baguettes de nueva hornada.
El arca comercial de Alcalá Norte aún no ha completado su pasaje, se anuncian multicines y otras ofertas de ocio con gancho para encerrar entre sus brillantes paredes a los clientes del futuro.
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