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Tribuna:LA CRÓNICA
Tribuna
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Sant Cugat, de pueblo a ciudad XAVIER MORET

En 1970, Sant Cugat tenía 20.000 habitantes. El 1 de enero de 2000 alcanzó los 57.818. Conclusión: en sólo 30 años, Sant Cugat casi ha triplicado su población. Y sigue creciendo... La culpa la tienen en buena parte los túneles de Vallvidrera, la autopista que en 1991 salvó el muro que representaba la montaña del Tibidabo y supuso que Sant Cugat se convirtiera en un barrio más de Barcelona, con la sierra de Collserola asumiendo el nuevo papel de Central Park de la macrociudad. Desde entonces, un alud de desertores urbanos ha descubierto que Sant Cugat está a un tiro de piedra de Barcelona -previo peaje abusivo de 410 pesetas- y ha asentado sus reales en nuevos bloques de viviendas con piscina o en apareadas que son como la versión actualizada de "la caseta i l'hortet" que el presidente Macià soñó un día para todos los catalanes.En 1970, cuando los 20.000 habitantes, reinaba en Sant Cugat un agradable ambiente de pueblo y los hijos de la burguesía barcelonesa tenían en los alrededores del elegante club de golf su residencia de verano. El pueblo hibernaba en los meses de invierno, como está mandado, y en verano se llenaba de adolescentes que iban en bicicleta y de jóvenes que iban en motos de trial y vivían en casas con pérgola y pista de tenis, como escapados de un poema de Gil de Biedma. "La colonia", en resumen.

Cuando a principios de los setenta una parte de la Universidad Autónoma se instaló en Sant Cugat, la cosa empezó a cambiar. El pueblo se llenó de estudiantes, la librería Paideia acudió a ilustrar el ambiente y en el bar El Mesón -junto al monasterio, una joya del románico que por desgracia parece estar fuera de todos los circuitos turísticos- podían escucharse conversaciones de alta cultura mientras el gran poeta Gabriel Ferrater (suicidado en Sant Cugat en 1972) se destrozaba el hígado a base de ginebra. Al mismo tiempo, en los barrios alejados y todavía hoy marginales de Mirasol y La Floresta, una nueva generación tocada de hippismo empezó a redescubrir nuevos usos para las casas de verano de una burguesía que ahora prefería la costa y entronizó el viejo Casal de La Floresta como templo de la nueva cultura alternativa. Eran los años en que nacía la Orquesta Mirasol y en que Sisa, Pau Riba y Gato Pérez reinaban en las noches de La Floresta, mientras en la barra del bar Casablanca se juntaban progres y hippies escapados de las reservas de La Floresta y Mirasol. Eran, en definitiva, otros tiempos, como lo demuestran las ruinas del Casal de La Floresta, comprado hace años por un Ayuntamiento que en realidad nunca ha sabido qué hacer con él como no sea esperar a que se caiga literalmente a pedazos.

El lema de aquel tranquilo pueblo de los setenta -sin industrias, lejos de todo itinerario y de casi todas las especulaciones- era "Sant Cugat del Vallès, molts l'anomenen i no saben on és". Un lema que, dejando aparte la rima forzada entre una e abierta y una e cerrada (entonces lo del catalán se practicaba por aproximación), obviamente ya ha pasado a la historia. Ahora, previo pago de las 410 pesetas de los túneles de Vallvidrera, todo el mundo sabe dónde está Sant Cugat, un pueblo que todos los años ve nacer un nuevo barrio que, quizá por lo de la mala conciencia, suele conservar alguna vieja masía desastrada como muestra de un pasado agrícola no muy lejano. Es el caso de la de Torreblanca, por ejemplo, okupada ahora (con k de okupas) por un grupo de jóvenes que luchan por encontrar su espacio en una ciudad que en algunos momentos parece haberse olvidado del factor humano.

Hace pocos años le nació a Sant Cugat un centro comercial, una de esas grandes superficies a la americana en la que uno puede pasarse el día consumiendo sin parar. Ahora se anuncia para 2002 la inauguración de un centro lúdico llamado Diversia. Un grupo inglés invertirá en Sant Cugat 12.000 millones de pesetas en un centro en el que habrá entre 14 y 18 salas de cine, un número similar de restaurantes, una discoteca, ocho bares, un gimnasio, etcétera. Y es que Sant Cugat se ha convertido en los últimos años en paradigma de la ciudad pesentable, con un elevado nivel de consumidores potenciales, muchas casas apareadas, muchos adolescentes en motocicleta y mucha clase media que vota a Convergència o al Partido Popular, los dos partidos coligados en el Ayuntamiento. Con decir que hasta Esperanza Aguirre se pasó por esa población en las últimas elecciones autonómicas...

La contrapartida a ese crecimiento acelerado de los últimos años es que los servicios no están a la altura y que, como consecuencia de la dispersión de Sant Cugat, el parque automovilístico ha crecido muchísimo. La mayor parte de sus habitantes, además, trabaja en Barcelona y son muchos los que -a pesar de la tentación de los Ferrocarrils de la Generalitat, que funcionan perfectamente- utilizan el coche a diario, lo cual se traduce en frecuentes atascos y en problemas de aparcamiento. En fin, que si la cosa no se arregla en un futuro inmediato, dos de los motivos más citados para la deserción de Barcelona -el tráfico y el aparcamiento- acabarán instalándose en Sant Cugat para que al urbanita ya no eche nunca en falta la ciudad que dejó atrás.

En resumen, que Sant Cugat crece bien en algunos aspectos -la programación del auditorio, los cines (aunque se echen en falta películas en versión original), las zonas verdes...-, pero lo hace mal en otros. Están naciendo, por ejemplo, barrios ensimismados que lo fían todo a las grandes superficies. Mientras, los viejos comercios, los de toda la vida, sobreviven en un par de calles del centro, convertidas prácticamente en parques temáticos que representan cómo era antes el viejo Sant Cugat. Hace mucho, mucho tiempo...

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