Una flor dispuesta para el baile
El traje de flamenca no mantiene normas formales establecidas, sino que es objeto de una continua renovación
Dicen los poetas que el traje de flamenca confiere a la mujer el aspecto de una flor dispuesta para el baile. Quizás por eso, y porque se trata de un atuendo realmente favorecedor, su uso es multitudinario en la Feria de Sevilla. Pero al contrario de lo que ocurre con otros trajes tradicionales, cuyas características más destacadas son la inmutabilidad o estancamiento en una época determinada -la de su configuración, aproximadamente a lo largo del siglo XIX-, así como el origen campesino y la reducción de su uso en el presente a contextos muy concretos, generalmente conmemorativos de la comunidad de procedencia, el traje de flamenca parece contradecir todas las normas clasificatorias que se aplican en los estudios de vestimenta popular. Por un lado, su forma cambia constantemente: de hecho, es el único traje representativo que evoluciona con la moda. Por otra parte, descubrimos que surge en el seno de la comunidad urbana y no campesina. En cuanto a la restricción de su uso, no se limita a la ciudad de Sevilla, sino que se ha extendido al resto de Andalucía, conviviendo en determinadas festividades con otros trajes autóctonos. En la actualidad, cada vez es mayor el número de mujeres que se viste de flamenca, y no sólo en las ferias, fiestas y romerías andaluzas. Cualquier ocasión especial es buena para lucir un atuendo que confiere vitalidad gracias a su funcionalidad y belleza.Sin embargo, estas características no bastan para explicar el fenómeno de difusión que ha experimentado en los últimos tiempos. El traje de flamenca es un objeto cultural, y de ser un producto totalmente artesanal ha pasado en las dos últimas décadas a nutrir una creciente industria de confección en serie que exporta a toda España, Latinoamérica y Japón.
Sólo en Sevilla se han abierto más de 100 tiendas que ofrecen al público trajes y complementos durante todo el año, cuyo precio oscila entre las 35.000 y 75.000 pesetas. Un milagro que se debe, en parte, a José Romero (Roney), que junto a su amigo Juan iniciaron en los años 70 un negocio que entonces no resultó muy fructífero pero que fue la base para una de las empresas de confección industrial de trajes de sevillanas más saneadas de la actualidad.
En nuestros días, industria y artesanía coexisten. En Sevilla hay grandes modistas, como Lina o Esperanza Flores, recientemente fallecida, que no se limitan a confeccionar un traje a la medida: cada modelo es una creación individualizada. Estas artistas de la costura crean moda cada año y mantienen sus talleres artesanales con el mimo y la honestidad que da la alta valoración social que alcanzan sus trajes. Han vestido a la Reina Sofía, a la Duquesa de Alba y a artistas como Rocío Jurado o Isabel Pantoja.
En la evolución y difusión del traje de flamenca hay otros aspectos que lo convierten en una rareza antropológica. La mayoría de los atuendos tradicionales europeos se configuran alrededor de la primera mitad del XIX, cuando comienzan a cristalizar las ideas políticas de nación y región, conservando la misma forma, con ligeras variaciones, hasta el momento actual. Sin embargo, el traje de flamenca no mantiene normas formales establecidas; sino que es objeto de una continua renovación, lo que no quiere decir que sea un traje sin historia.
En cuanto al origen del traje de flamenca, hasta hace poco ha sido objeto de muy variadas y estravagantes conjeturas: algunos encuentran en los volantes influencias tartésicas, mientras que otros, con un sentido más prosaico de la historia, constatan su configuración actual en las primeras décadas del s. XX, no concediéndole más influencia mitológica que la que buenamente cada cual quiera atribuirle.
En realidad, debemos situarnos bastante más adelante en el tiempo. Si hemos de buscar un origen al actual traje de flamenca, debemos acudir sin remedio a la memoria colectiva que conserva un imaginario sobre Andalucía acuñado a lo largo del siglo XIX, en el cual se cruzan y entrecruzan lo popular andaluz y lo gitano, como atestiguan los grabados y cuadros costumbristas de la época, así como los relatos de los viajeros románticos y de los escritores costumbristas españoles.
En los primeros grabados en los que se hace referencia explícita al atuendo popular andaluz, dentro de la moda de colecciones sobre atuendos regionales o nacionales que se extendió a lo largo de la primera mitad del siglo, encontramos tres tipos de atuendo femenino diferente: Labradora, Maja y Petimetra, pero mientras que el traje de labradora no difiere grandemente del de otras regiones de España (pañuelo de talle, delantal, saya o basquiña, blusa y corpiño ajustado) en el de maja encontramos ya antecedentes de lo que más tarde se configurará como traje de flamenca: los volantes -de encaje, sobre falda de seda de diferente color- el talle ajustado y sobre todo, la mantilla (de madroños, de tiras o de encaje) cuyo antecedente son las tapadas andaluzas del XVII. Tanto la mantilla como el mantón se popularizaron a partir de la segunda mitad del siglo XIX, incorporándose al vestido de calle en calidad de complementos, pero mientras la mantilla de encaje tenía un uso más aristocrático, el mantón de China -mal llamado de Manila- en tamaño mediano o grande llega a ser una prenda de uso frecuente debido a su doble finalidad de adorno y protección en climas cálidos.
El cuarto elemento que aparece en los cuadros y relatos costumbristas es el adorno floral en el tocado. Ya se lleve peina o peineta, se cubra o descubra la cabeza, las flores han formado parte del adorno habitual de las mujeres en Andalucía. Pueden ir en lo alto de la cabeza, sobre los moños tupidos o en el pecho, cubriendo en parte el escote. Por último, el mantoncillo o pañuelo de espuma (llamado así por su ligereza) es un pañuelo bordado y rematado en flecos que cubría los hombros, anudándose alrededor de la cintura. Se trataba de una prenda de uso muy corriente entre las mujeres de clase popular.
A todo ello se une otro aspecto interesante de reseñar en el momento de evolución vestimentaria que nos ocupa: una de las funciones tradicionalmente atribuída al traje es la representación cara a los demás del estatus social de su portador. Pues bien, durante la segunda mitad del XVIII, unas clases sociales, no aristocráticas ni burguesas, tenidas por humildes, buscan marcar diferencias y señalarse. Tal es el caso de los majos y majas en la segunda mitad del XVIII. Continúa Caro haciendo referencia al gusto por el buen vestir, por "dar el golpe", señalado insistentemente por los viajeros románticos ingleses, de las clases populares andaluzas, que no buscan imitar la moda aristocrática. Muy por el contrario, la reacción de las clases acomodadas de imitar en su atuendo la "gitanería" y la "majeza" corresponde no sólo a un deseo de diferenciación nacionalista frente a la moda extranjerizante aportada por la invasión napoleónica, sino a un deseo de identificación ciertamente romántico y esnobista pero también "moderno", con una cultura popular donde es tan importante el gesto como el traje, es decir, con una imagen prestigiada desde fuera de "lo andaluz". La difusión de las ideas románticas en Andalucía en la segunda mitad del XIX provocó un proceso de estilización en la cultura popular andaluza debido a la "gitanofilia" que se desató entre la juventud acomodada, con la consiguiente valorización de los cantes y bailes gitanos que en ese momento se incorporan y funden con otros autóctonos especialmente en la parte occidental andaluza, concretamente en las provincias de Cádiz, Sevilla y Huelva. Lo gitano y lo popular se funden en una amalgama propia que va a convertirse en lo flamenco.
En 1847 tiene lugar la primera Feria de Sevilla, que pronto perdió su carácter agropecuario para convertirse en un acontecimiento social. En los cuadros sobre la Feria de Sevilla de Andrés Cortés (1852), Manuel Rodríguez de Guzmán (1853) y otros costumbristas, aparecen parejas de aristócratas engalanados con sendos atuendos de majos. Así es comprensible que, veinte años después, encontremos un dibujo de Valeriano Bécquer bajo el título Tipos andaluces de la feria de Sevilla en el que se nos presentan una pareja de Gitanos y otra de Majos. El traje que luce la Gitana es prácticamente idéntico al traje que actualmente lucen hoy las mujeres en la Feria. Incidiendo en la disociación entre la imagen y la realidad, encontramos páginas anteriores del mismo número (El Museo Universal, 25-Abril-1869) un delicioso artículo de su hermano Gustavo Adolfo Bécquer en el que, entre otras cosas, da fé de la influencia de la moda en las clases populares, que ha logrado que casi se abandone el atuendo tradicional. El distanciamiento sentimental del poeta le llevaba a condolerse de la irrupción "del elemento que llaman elegante y que algunos, tratándose de esta clase de fiestas, se atreverían a calificar de cursis". Como buen periodista, Bécquer escribe magistralmente el ambiente pintoresco de aquellas primeras ferias. Como buen romántico, añoraba el espectáculo que antaño componían los magníficos caballos enjaezados "a estilo de contrabandista, la graciosa mantilla de tiras, el vestido de faralares y el incitante zapatito con galgas...". Por suerte, no solamente no se abandonó, sino que fue retomado por las mismas clases que parecían renegar de él.
La asociación de lo flamenco con lo gitano-majo hemos de encontrarla repetidas veces en el imaginario costumbrista a lo largo de la segunda mitad del XIX. Sin embargo, el atuendo cotidiano de las gitanas en esta época dista bastante de parecerse al que nos pintan los costumbristas. Por el contrario, está absoluta y prosaicamente de acuerdo con la dura realidad circundante. Simples sayas y blusas, pañuelillos multicolores y cuidados delantales, junto con los baratos manojos de flores de la estación constituían el sencillo atavío de las antiguas egipcíacas, vendedoras de buñuelos crujientes y echadoras de la buenaventura.
A partir de 1870 proliferaron en Sevilla los primeros cafés flamencos, como el del Burrero y el de Silverio (Franconetti, el grande entre los grandes del cante). Las figuras femeninas del baile flamenco eran en su mayoría gitanas. En sus atuendos sí aparecen los elementos de lo que después se ha considerado traje de flamenca o de Gitana. También fue un periodo floreciente para las academias de baile donde se enseñaban los distintos palos del flamenco y bailes aflamencados. Los alumnos y alumnas de estas escuelas formaban cuadros flamencos semiprofesionales que actuaban en las casetas de la Feria y en fiestas privadas.
Así pues, ya se nos va desvelando la incógnita de los orígenes: una actitud de majeza entre las clases populares urbanas que es imitada por las clases acomodadas, un amor por lo flamenco que funde lo gitano y lo popular, y un atuendo, el de las primeras bailaoras flamencas, que se introduce en la Feria a través de los cuadros flamencos, al que se han incorporado elementos del traje de maja, como los madroños o los remates de encajes.
Las fotografías de 1900 nos muestran sobre todo niñas y jóvenes ataviadas a la flamenca en la Feria. A partir de este momento, el traje se incorpora a la feria como un elemento indispensable, sufriendo períodos de esplendor y de retroceso. Entre los primeros, las décadas de los veinte y principios de los treinta, en las cuales alcanza cotas de belleza y de imaginación sorprendentes: se confeccionan con materiales ligeros, como el organdí y la batista Pompadour, realizándose modelos tan a la moda como para hacer perceptibles las influencias cubistas. Rechazado por los anarquistas al considerarlos como indicadores de estatus, reaparece en la posguerra, tras la interrupción motivada por la Guerra Civil, aligerado de lujos y confeccionado con materiales mucho más asequibles: el percal, el Vichy de Vergara y los entonces baratos encajes de bolillo.
Minifalderos en los sesenta, ramplones y con estampados pop en los setenta, las reivindicaciones autonomistas le confirieron un nuevo protagonismo en los ochenta: se reinterpretaron antiguos modelos, se sacaron los corales y mantones del baúl de la abuela y el boom del 92 le dio el espaldarazo definitivo. Y este año..., estrechos, muy estrechos a la manera de las bailaoras, hasta por debajo de las caderas, sin mangas y... mejor que lo comprueben ustedes mismos. Acaba la Feria de Abril, pero hay más ocasiones.
Rosa Mª Martínez es antropóloga. Autora de Trajes de Tronío (Planeta-Temas de Hoy)
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