La izquierda laborista, a la reconquista de su feudo de Londres
Los londinenses votarán el jueves por primera vez en la historia para elegir alcalde
Los nombres de Enrique Tierno Galván, Pasqual Maragall y Rudolph Giuliani se identifican desde hace años con tres capitales concretas: Madrid, Barcelona y Nueva York. Londres, por el contrario, carece de una voz unitaria que hable y gobierne en nombre de sus siete millones de habitantes. La situación cambiará el jueves, cuando los electores de la capital británica elijan a su primer alcalde en la historia y a los 25 miembros del nuevo gobierno local. Ken Livingstone, expulsado por rebeldía del Partido Laborista, parte como claro favorito, según los sondeos.
El alcalde de Londres nace con limitados poderes, pero con el potencial de convertirse en la personalidad política más influyente del Reino Unido. Su mandato personal, con una base teórica de cinco millones de votantes, supera al de cualquier cargo electo, incluido el del primer ministro, Tony Blair. En 1997, los laboristas llegaron al Gobierno con una inmensa mayoría, pero su cabeza ejecutiva y el resto de los diputados representan directa y personalmente a un electorado en torno a las 30.000 personas. "Esperamos que el alcalde se convierta en una figura preponderante que hable y sea escuchada en nombre de Londres. Esto cambiará la fisonomía de la vida política londinense", se dice desde el Gobierno.Blair emprende una trascendental reforma del gobierno local, enmarcada en el proyecto constitucional de devolución de poderes a Escocia y Gales, para situar a la capital británica en línea con el resto del mundo democrático. Londres tendrá, por primera vez a partir del jueves, un alcalde electo con poderes ejecutivos y sin las pompas y ceremonias del lord major (el lord alcalde) del barrio financiero de la City, un cargo más simbólico que real.
Pero en la visión del primer ministro se ha colado un factor inesperado. Los londinenses insisten, según sucesivos sondeos de opinión, en dar su voto al candidato independiente Livingstone, un político que engloba todos los males que Blair creía purgados del Nuevo Laborismo. Frente a sus anodinos rivales principales -el ex ministro laborista Frank Dobson, el conservador Steven Morris y la liberal-demócrata Susan Kramer-, Livingstone tiene carisma, sabe jugar la baza populista y, tras ganarse la expulsión de un partido que representa desde hace más de tres décadas, atrae los votos de los desilusionados con el autoritarismo de Blair y su nueva versión del laborismo.
Para muchos británicos, Livingstone es, simplemente, Ken, el rojo, el portavoz de la vieja izquierda laborista que hizo frente a Margaret Thatcher. Desde su cargo como último líder del Greater London Council (GLC), precursor remoto del nuevo gobierno local, la Asamblea del Gran Londres, cuyos 25 miembros se eligen esta semana, Livingstone contestó cada iniciativa del credo thatcherista potenciando el empleo directo, el salario mínimo, el desarme unilateral, la construcción de viviendas sociales o las concentraciones culturales gratuitas.
Impuso con la campaña Tarifas justas una reducción del 25% en el precio del transporte público, que poco después fue abolida por los jueces lores tras la demanda de un Ayuntamiento conservador. Ridiculizó incluso la política económica del Gobierno de Margaret Thatcher colocando pancartas en la fachada de la sede del GLC, frente al palacio de Westminster, que informaban día tras día del número de desempleados que tenía la ciudad.
Thatcher declaró la guerra a Livingstone y al resto de los ayuntamientos metropolitanos, como Liverpool o Birmingham, que dominaban invariablemente representantes de la vieja guardia laborista, la izquierda urbana o, en la jerga popular, la izquierda lunática. Su abolición se incluía en el manifiesto electoral conservador de 1983, y tres años más tarde, con la oposición de los londinenses, del sector moderado tory e, incluso, de la Cámara de los Lores, la dama de hierro cumplió su promesa. Londres perdió su gobierno unitario local y la administración de la ciudad pasó a manos de unos 70 organismos públicos, incluidos los actuales 33 ayuntamientos.
Livingstone resucita ahora con el propósito de recuperar su viejo cargo, que esta vez viene respaldado por el mandato del electorado. Blair intentó cortarle el paso, pero se ha resignado ya a perder la partida y se declara dispuesto a trabajar con el político que gane las elecciones, independientemente de la naturaleza de su programa.
Las limitaciones de poder que tendrá la futura figura local ayudarán posiblemente a evitar un grave conflicto con el Nuevo Laborismo. El alcalde de Londres estará supervisado por la Asamblea y por la maquinaria gubernamental central que controla la mayor parte del presupuesto a su disposición, en torno a un billón de pesetas anuales. Deberá, además, actuar en colaboración con los 33 ayuntamientos locales que mantienen la administración de los servicios en sus respectivos barrios. Pero, de tener éxito, este primer paso en la reforma del gobierno local se extenderá al resto de las grandes ciudades británicas, como Manchester, Birmingham y Liverpool.
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