Delito: tenencia ilícita de estampitas
Las libertades de culto, expresión y reunión aún carecen de la necesaria protección en Arabia Saudí
ENVIADA ESPECIALEl jefe de protocolo no daba crédito. El diplomático que tenía enfrente le pedía un visado para un sacerdote con el fin de poder bautizar a su hijo recién nacido. "¿De verdad quiere que transmita esa petición?", preguntó incrédulo. "Sí, vamos a ver qué pasa", respondió el enviado. A pesar de que el príncipe Turki bin Saud al Kabir, subsecretario de Exteriores, asegurara hace unos días en Ginebra que su país respeta las libertades de culto, expresión y reunión, en Arabia Saudí existen aún muchas restricciones para su ejercicio.
- Libertad de culto. El islam es la religión del Estado y las autoridades saudíes aducen la presencia en su territorio de los dos lugares sagrados de Meca y Medina para justificar la prohibición de cualquier otro culto en su país. El Corán, su libro sagrado, les exige el respeto a quienes practican las otras religiones monoteístas de las Escrituras (cristianismo o judaísmo), pero los oficios deben realizarse en el ámbito de lo privado. Está prohibida cualquier manifestación de fe, incluso llevar colgado del cuello un simple crucifijo.
El visado para el sacerdote no llegó y el bebé fue finalmente bautizado en la clandestinidad. La ceremonia se celebró en una embajada occidental con la colaboración de uno de los curas de distintas nacionalidades que atienden las necesidades espirituales de la colonia expatriada. Los estadounidenses, que son cerca de 60.000 en todo el reino, tienen varios capellanes castrenses acreditados con otra función. "El que yo conozco va siempre escoltado por tres tíos mazas como los marines de las películas y cualquiera se mete con él", relata a EL PAÍS una católica que no ha dejado de practicar su religión durante sus casi tres años en Riad.
También los británicos, unos 30.000 residentes, disponen de pastores camuflados como ingenieros, técnicos o cualquier otro trabajo libre de sospecha y cuentan con la protección de su embajada. Una cita para el té anuncia la misa semanal, no necesariamente en domingo, que suele tener carácter ecuménico y cada vez se celebra en un sitio distinto.
Quienes lo tienen más difícil son el ejército de filipinos e indios de confesión cristiana que trabajan en Arabia Saudí. Su número puede rondar el millón y medio de personas y, ante la ausencia de lugares de culto y las dificultades para reunirse, carecen en gran medida de ese consuelo. Hace unos meses, un sacerdote filipino fue detenido y pasó varios días en la cárcel por llevar consigo estampitas de santos.
El obispo de Riad, que, por razones obvias, tiene su sede en Dubai, viaja un par de veces al año a la capital saudí. "Yo creo que hacen la vista gorda. Por supuesto que tienen que conocerle", declara una persona al tanto de sus actividades. En todo caso, nunca baja la guardia. "Viene bajo cobertura, se aloja en una embajada y somos extremadamente discretos respecto a sus actividades, nunca hablamos de ello por teléfono", concluye la fuente.
- Libertad de expresión. No hay censura previa en Arabia Saudí. Sin embargo, ni su radiotelevisión (de propiedad estatal) ni sus periódicos (privados, pero bajo licencia del Estado) se caracterizan por su sentido crítico hacia las políticas oficiales. "Ejercemos la autocensura", reconocen en privado varios periodistas consultados por EL PAÍS. La familia real es el primer tabú.
"Los valores islámicos son las señas de identidad de esta sociedad y nuestra prioridad es su protección", explica Abdulmohsin S. Addawood, subdirector del diario Riyadh. "No es algo que venga ni del Gobierno, ni del rey ni de nadie". Addawood admite que no pueden hablar con libertad sobre la homosexualidad, la segregación de las mujeres, la seguridad del país, el problema de Oriente Próximo o las opiniones de los religiosos.
Aún así, este veterano periodista, que estudió algunos años en Estados Unidos, asegura que "tenemos derecho a publicar cualquier cosa dentro de nuestros valores". Addawood niega que no se pueda hablar de la familia real. "Se trata de un asunto de respeto más que de un tabú", manifiesta durante una conversación sin restricciones con esta enviada especial. "El respeto a la privacidad forma parte de nuestra idiosincrasia".
¿No es difícil ser periodista sin poder ser crítico? "Cualquier periódico, para tener éxito, tiene que serlo, porque es lo que le piden sus lectores", concluye Addawood, sin manifestar ninguna aparente contrariedad por las condiciones en que ejerce su trabajo.
- Libertad de reunión. Recientemente se han suavizado las normas que impedían la reunión en público de grupos de más de seis personas (en realidad, de hombres, ya que las mujeres se suponen relegadas al hogar). La medida, orientada en principio a evitar cualquier embrión de actividad política, tiene otras consecuencias sociales.
"Los jóvenes carecen de foros públicos", reconoce un miembro de las élites dirigentes. "Yo, afortunadamente, estoy casado, pero ¿qué pueden hacer los solteros? Antes salía del país cada mes o mes y medio. Es como estar en prisión", declara con una sonrisa, convencido de la necesidad de cambios "que no causen problemas sociales". "Hay un cierto recelo a que la gente se reúna. A varias saudíes que he invitado a mi casa les ha parado la policía para preguntarles adónde iban y por qué", relata, por su parte, una extranjera que da clases particulares de idiomas.
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