"Cada día creo más en el exilio interior" RAMÓN DE ESPAÑA
Pregunta. Mira que hace años que nos conocemos y me acabo de enterar de tu auténtico nombre gracias a la placa que tienes en la puerta de tu casa: Isabel Steva. ¿Nada que ver con Jacinto Esteva, con Jordi Esteva?Respuesta. Nada de nada. Bueno, con Jacinto me unió una gran amistad. Era un gran tipo. Nada que ver con aquel alcohólico terminal que inmortalizó Joaquín Jordá en El encargo del cazador. Me entristeció mucho esa película. Hubiese agradecido algún fragmento del Jacinto de los buenos momentos. Y soy Steva, sin E. Origen italiano, supongo, aunque los Steva sean catalanes desde el siglo XV.
P. ¿Alta burguesía, como casi todos tus amigos de la gauche divine? ¿O proletariado irredento a lo José María Nunes?
R. Alta burguesía. Papá era ingeniero, un tipo bastante culto y muy afrancesado. Él fue quien me puso el alias de Colita. Se suponía que yo había nacido debajo de una col, una fantasía muy francesa. Y con él me quedé, aunque a veces, a mi edad, me dé un poco de vergüenza. ¿Crees que ya va tocando que me haga llamar doña Cola?
P. Supongo que el viejo se sorprendió cuando te metiste a fotógrafa.
R. No más que yo. Él hubiese querido que estudiara Farmacia, le parecía una opción profesional muy respetable para una chica. Y yo no sabía muy bien lo que quería, aunque sí sabía que lo de ser farmacéutica, francamente... Acabé estudiando secretariado en el CIF, y me las apañé para que me enviaran un año a la Sorbona a estudiar Lengua y Civilización francesa. No aprendí nada, pero me lo pasé de miedo; me recorrí prácticamente toda Francia en autoestop. Me temo que en esa época no pensaba mucho en ganarme la vida ni en ser fotógrafa. De hecho, todo vino como por casualidad. Yo conocía de los veraneos en La Garriga a Oriol Maspons, Oriol me presentó a Xavier Miserachs y éste me ofreció una plaza de ayudante, aunque yo era entonces la ayudante más inútil que podía tener un fotógrafo.
P. Nunca llegué a conocer a Miserachs, pero todo el mundo me ha hablado muy bien de él.
R. Era un señor en una época en la que ser un señor no era algo que estuviera especialmente bien visto. Se portó muy bien conmigo y aprendí muchas cosas de él. Fue él quien me colocó de foto fija en el rodaje de Los Tarantos. Me pagaban bien, hice amistad con Carmen Amaya y descubrí que lo que más le gustaba a la pija que era yo entonces era callejear y andar de juerga con los gitanos. También me encargué de la foto fija en los rodajes de la Escuela de Barcelona, y te aseguro que trabajar en esas películas era mucho más divertido que verlas.
P. Intuía algo parecido. Últimamente, Oriol Maspons sólo abre la boca para decir alguna gansada. ¿Siempre fue así?
R. A Oriol lo quiero mucho, pero aún hoy hay veces que me saca de quicio. Siempre le ha encantado provocar y decir cosas para molestar. Cosas que a veces no sabes si van en serio o en broma. ¿Sabías que a Català-Roca le encantaba gastarle bromas pesadas? Cuando nos reuníamos en el restaurante Mariona, a principios de los sesenta, en los inicios de eso que luego se llamó la gauche divine, Oriol siempre pedía lo mismo: huevos fritos y flan. Català-Roca siempre se zampaba el flan antes de que llegara a sus manos; y en cuanto a los huevos fritos, a veces nos colábamos en la cocina y sustituíamos las yemas por dos trozos de melocotón en almíbar. Oriol solía dejar las yemas para el final y cuando por fin las atacaba y se encontraba con el melocotón daba gusto ver el cabreo que se cogía.
P. ¿Tú no te has cogido ninguno al ver que el catálogo de la exposición madrileña sobre la gauche divine va firmado por Mariano Rajoy?
R. ¿Para qué? Los políticos cada día me interesan menos. ¿Qué el PP bendice la exposición? Pues muy bien. Cuando hice la primera exposición sobre el asunto, en 1975, la policía me la cerró. ¿Que ahora a los del PP les parece muy bien y se apuntan a la causa del progresismo y el cachondeo? Pues vale. Si apenas queda nadie en el mundo de la política por el que sentir simpatía. Aparte de Pasqual Maragall, un tipo eficaz que fue un gran alcalde y al que me encantaría ver en la Generalitat, no hay nadie que me interese. ¡Si todos son de centro! Cada vez se parecen más unos a otros. Me refuerzan en la teoría de que cada día es más importante el exilio interior.
P. Pero tú siempre has sido una mujer de calle, una fotógrafa de lo que sucede en el momento.
R. Sigo saliendo a la calle, evidentemente. La calle me sigue inspirando. Pero más de día que de noche. Ya no estoy para salir de noche. Toda mi generación tiene el hígado hecho unos zorros. Por eso me he comprado esta casa con jardincito en Sants. No se oye una mosca. Aquí te aíslas y si quieres ver a alguien le invitas a comer. A la que construya la charca en ese extremo voy a tener gente haciendo cola en la puerta.
P. ¿Sigues viendo a tus viejos amigos del Mariona?
R. A los que quedan vivos. Tengo casi 60 años. ¿Tú sabes la pereza que da a esa edad conocer gente nueva, volver a explicar quién eres y qué pretendes? Los amigos de toda la vida se convierten en tu familia, sobre todo si perteneces, como yo, al gremio de los solteros.
P. ¿Realmente fue tan gloriosa la época de la gauche divine?
R. Éramos jóvenes y nos queríamos divertir en una realidad que no era nada divertida. Estaba muy bien montar fiestas o ir en manada a Perpiñán para ir al cine o para comprar el Hara Kiri. ¿Te acuerdas del Hara Kiri?
P. Estás hablando con el feliz propietario de un ejemplar de las memorias del profesor Choron. Me las dedicó una mañana en el salón del cómic de Angulema. Esa misma noche la policía le detuvo por mearse en una maceta del hall de su hotel.
R. ¡Qué gran hombre! ¡Qué típico de aquella época! Pero no creas que los años sesenta son los únicos que recuerdo con agrado. Los primeros de la transición, cuando se había muerto Franco y aún no había llegado Pujol a dar la tabarra, fueron estupendos. De esa época datan las dos últimas personas que me lo han hecho pasar bien retratándolas: Ocaña y Paulovsky. Ahora salgo a la calle en busca de rostros como los suyos, de presencias como las de ellos, y no encuentro nada parecido. Creo que los suyos fueron los últimos retratos que hice con auténticas ganas.
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