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Las obras de nunca acabar

La señora anda apoyada en un bastón. La señora tiene el pelo blanco, casi azul. La señora tiene una sonrisa serena y un punto -¿pícara?- más bien divertida, casi pícara. Como quien está ya de vuelta de muchas cosas. La señora tiene ochenta y tantos años, dice. Y en ese tantos encubre un resto de coquetería. La señora se llama Clara. Está con una chica joven, que debe de ser su nieta. Una chica que sonríe igual que ella. La señora va y pregunta:-A ver: ¿de qué hay que quejarse?

Pero está de broma porque la verdad es que sabe que ahora, en la panadería-pastelería de la calle de Tribulete, esquina a Mesón de Paredes, la gente habla de lo mismo: las obras. El barrio de Lavapiés lleva más de año y medio de obras. Y lo que queda. Se ha acometido un plan que ha movilizado a la Administración central, a la autonómica y a la local. Todos juntos con el patrocinio de la Unión Europea. Antes que Lavapiés, también el entorno de la plaza Mayor y el de la plaza de la Paja sufrieron los efectos de los martillos neumáticos, de las excavadoras y las hormigoneras.

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-Llevamos más de año y medio de obras. Más de año y medio, que se dice pronto.

Y es verdad. En muchos sitios del barrio hay carteles en los que pone, por ejemplo, "Obras de construcción de aparcamiento subterráneo y tratamiento de superficie en la plaza de Agustín Lara. Rehabilitación del área de Lavapiés". Y debajo, el anagrama de la Unión Europea, del Ministerio de Fomento, de la Comunidad de Madrid y del Ayuntamiento de Madrid. Un poco más allá hay otro cartel, con leyenda parecida. Que si jardines, que si rehabilitación de edificios, que si arreglo de calles. Unos 17.000 millones de pesetas -una pas-ta- que se destinarán a uno de los barrios más castizos de Madrid.

Nadie se queja de unas obras que todos consideran necesarias. Pero todos se quejan de su duración.

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-Mire usted. Yo me caí estas navidades y se me puso la cara negra del golpe. Y ¿a quién reclamo? Ya ve. No tienen en cuenta que en este barrio estamos todo el frente de juventudes.

Y sonríe Clara, con sus ochenta y tantos años, mientras mira con cuidado el suelo lleno de peligros para sus pies cansados.

Se ha caído Clara y se han caído más ancianos. Blanca -"qué casualidad, hija, yo Clara y tú, Blanca, mira"-, dice que ha tenido que recoger a más de uno que ha tropezado en las vallas, en las pilas de ladrillos, en los desniveles del terreno, en los pegotes de cemento.

Natividad Rivas lleva 16 años en la panadería. Ella quiere que se arregle el barrio.

-Pero así no. Así es una locura. ¿Por qué no abren una calle, la arreglan del todo y continúan con otra? Eso sería lo más lógico. Pero no. Abren una y otra y otra. Todo empantanado. Si llueve, nos llenamos de barro. Si no llueve, el polvo entra en la tienda. Mire usted el suelo.

El suelo no está sucio. Está como si se hubiera tratado con un abrasivo. El terrazo no tiene brillo, se le notan los arañazos de las chinas. Áspero y opaco.

-Puede usted lavarlo y lavarlo, que no conseguirá nada.

En Gas Madrid aseguran que, en ocasiones, se ha intentado y se ha conseguido coordinar los trabajos de los distintos servicios. En Lavapiés se ha hecho. Al rehabilitar las calles se han hecho las conducciones de gas para evitar así abrir nuevamente la calle. Actualmente hay una red de 5.100 kilómetros de servicio de gas que utilizan más de un millón de clientes. En 1999, la compañía solicitó 3.200 licencias para realizar 125 kilómetros de cañería. Al final se hicieron 164 kilómetros, utilizando nuevas tecnologías y antiguas conducciones. En este año llevan ya 33 kilómetros.

Pero hay muchas calles del barrio ya terminadas. Con sus árboles, sus alcorques, sus bolardos, sus nuevos pavimentos de falso adoquín, las aceras de granito. Da gusto. Aunque haya siempre alguien que, doctoral, advierta:

-No trabajan mucho, no.

Y no. No parece que la actividad llene las calles. Hay obreros de mono azul y casco de plástico. Sí. Pequeñas excavadoras que, torpes, se mueven entre el tráfico. Cierto. Pilas de pesadas baldosas que entorpecen el paso. Verdad. Y grandes zanjas abiertas como simas con el peligro en el fondo. Sin duda. Pero hay calles medio terminadas. Calles que enseñan, indecentes, sus tripas de cables y tuberías. Calles con el hormigón sucio, cubierto de un barro casi líquido. Calles en las que no hay obreros. Sólo montones de material sucio, grandes piedras de granito marcando caminos imposibles entre el ocre de la arena de miga.

Hay días y días, cuentan, en los que los obreros no pasan por ellas. Días y días sin que los trabajos se reanuden. Alguien ha quitado la piel al barrio. Y se ha olvidado de ponérsela.

A veces es peor. La calle de Mira el Río se había terminado hacía nada. Había quedado como de cuento. Con sus árboles y sus adoquines. Pero un día los martillos neumáticos volvieron a sobresaltar al vecindario. Otra vez se levantaron los mismos adoquines, se arrancaron los árboles, los montones de tierra llenaron las aceras. Las vallas taparon los portales, el barro resbaló calle abajo. Mira el Río había entrado a formar parte de esos 1.300 kilómetros de zanja que Madritel ha abierto hasta hoy en las calles.

El Ayuntamiento concedió durante 1999 cerca de 9.000 licencias para abrir Madrid. Más de 1.800 son licencias de lo que se conocen como canalizaciones, es decir, zanjas con más de 25 metros. El resto se concedieron para abrir calas, obras que no superan los 25 metros. El pasado año se dieron 8.500 licencias para reparar distintas averías -luz, agua, gas, telefonía-. De ellas, el Canal de IsabelII se llevó la palma: 7.650.

Ricardo cree que en el barrio hay obra para rato. Y que las hay porque se trata precisamente de este barrio. Y no de otro. Que, por ejemplo, en la calle de Velázquez donde han empezado también obras, acabarán enseguida.

-Se lo digo yo. Allí se van a dar toda la prisa del mundo. No es como aquí. Verá usted cómo en Velázquez los comerciantes hacen que las cosas acaben rápidamente.

Los comerciantes son, dicen todos, los que más pierden. Los camiones lo tienen muy mal para llegar hasta el viejo mercado de Embajadores.,

-A mí, ayer, los de Leche Pascual me dijeron que no podían traerme las cosas, que no podían pasar por las obras. Los viejos no se atreven a salir y hay que subirles el pan.

Y añade Natividad como si hablara de un asedio, de una guerra:

-No sé hasta cuándo vamos a resistir. No sé.

Está cortada la calle de Embajadores. Se va a construir un aparcamiento que sumará nuevas plazas a las 100.000 que ya existen en los dos centenares de estacionamientos que hay en la ciudad.

-¿Y qué obras dice usted que están haciendo aquí?

-No crea, no hemos hecho más que empezar. Estamos haciendo un aparcamiento para que la gente pueda dejar el coche.

-Ya hace falta, ya.

El obrero, importante como un general, abre y cierra una valla para dejar entrar a alguna furgoneta, algún camión de reparto.

Pasa a su lado Mari Ángeles. Tiene dos niños. Viene de comprar y arrastra a una rubia que no levanta dos palmos del suelo.

-A mí me parece bien que arreglen el barrio. Pero es verdad que esto está durando demasiado. Aunque si todo queda bien... Es que este barrio no lo han tocado nunca. Y ya era hora.

La niña, rubia y guapa, ajena a todo, tira de la madre. El implacable ruido de un martillo neumático cubre el adiós de la mujer.

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