El cubo y el cobertizo
"En Málaga no existe la cultura de llamar a un profesional para que te asesore", dice un arquitecto
El aire de libertad creativa que respiraban las casas que en su día arquitectos como Le Corbusier o Erskine se construyeron para sí mismos ha alentado año tras año a licenciados en arquitectura que sobre la mesa de dibujo soñaban con que algún día ellos también podrían diseñar su propio hábitat. Pero lo cierto es que en España, no digamos ya en Andalucía, contratar los servicios de un buen arquitecto que imagine las condiciones ideales para crear un espacio privado es práctica reservada a una pequeña parte de la sociedad. Las costumbres culturales hacen que en muchos lugares aún se prefiera un adosado clónico al del vecino -un endosado, en lenguaje popular- antes que un espacio completamente original basado en lenguajes arquitectónicos contemporáneos. La liberalización de honorarios en la profesión tampoco ha ayudado demasiado. "La liberalización sólo se ha notado en que algunos arquitectos han bajado sus ingresos, que suponían una parte mínima en el proceso de construcción ; eso sí, los promotores y constructores ganan más dinero que nunca y al cliente le cuesta más caro que antes comprarse una casa", apunta Sebastián González, secretario técnico del Colegio de Arquitectos de Málaga.
Lo lógico sería que la situación actual del mercado contribuyese a aumentar las relaciones directas entre cliente y arquitecto, y se hicieran más casas unifamiliares sin intermediación del promotor. El caso es que los proyectos de viviendas unifamiliares que pasan por el Colegio de Arquitectos al año mantienen "un ritmo estable", dice González sin ofrecer cifras. El retrato robot de estos proyectos es preciso: segundas viviendas construidas en zonas residenciales de la costa limítrofes a la capital, o en pueblos. Lo que no quiere decir, añade González, que los profesionales puedan convencer fácilmente de sus ideas arquitectónicas al cliente.
"Los albañiles tienen más facilidad para hacerse las casas que quieren que nosotros", bromea el malagueño José María Romero, Premio Europa 3 de Arquitectura en 1994, quien ya está acostumbrado a que a su casa en una zona residencial de Málaga la llamen con desdén "el cubo". Simple, abstracta y tectónica, está dividida en dos volúmenes: el destinado a vivienda, un cubo blanco sustentado sobre pilares, aprovecha las magníficas vistas de la bahía de Málaga. Sesenta escalones más abajo, para desesperación de su esposa, el arquitecto ha diseñado su estudio con materiales "más variados y de más textura" que en su vivienda: acero pintado con minio, piedra, cristal, suelo de rasa catalana y bovedillas vistas. Con un coste de 15 millones de pesetas, Romero considera su casa "espacio privado más que lugar de experimentación. Aprendes que vivir como quieres no es tanto cuestión de dinero como de adaptación", dice este joven profesor de proyectos en la ETSA de Granada.
Romero añade que Málaga es un lugar difícil para que un arquitecto construya las casas como le gustaría. "Aquí la gente tiene muy claro lo que quiere, no existe la cultura de llamar a un profesional para que te asesore; y al final sucede que los arquitectos no somos útiles a la sociedad porque no resolvemos sus problemas", apunta.
Romero coincide con Manuel Gallego, Premio Nacional de Arquitectura de 1997, en que la normativa que regula la construcción de viviendas protegidas en España se encuentra obsoleta. "Sirvió en su día para frenar la especulación y dignificar mínimos habitables, pero la sociedad y los modelos familiares han cambiado mucho y las casas aún no se han adaptado a esa variedad", asegura el profesor de urbanística que se construyó su primera casa ya hace 20 años en una especie de ciudad-jardín situada en las afueras de A Coruña.
Con una cocina enorme entendida como laboratorio familiar, televisiones que se ocultan en los armarios, Gallego recuerda que creó una casa "radical, fuera de modas, que resultase confortable, pensada para hacerse económica y para que los hijos se fueran pronto, lo que no ha sucedido", ironiza. Añade que los arquitectos conectan mal con el público: "Nuestro lenguaje resulta a veces extremadamente cursi".
"Hay que hacer entender al usuario que hay otras experiencias de vivir una casa", dice el granadino Eduardo Martín, profesor en la Escuela de Arquitectura de su ciudad. Un antiguo cobertizo en la Vega de Granada le sirvió para hacerse un espacio de 70 metros cuadrados para él y su familia integrado en aquel hermoso paisaje natural. "Los de alrededor me toman por raro. Es natural, resulta difícil que la gente elija sus propios caminos y deje a los demás elegirlos", añade el arquitecto, a quien lo que le importa de su casa es "la sencillez y la vinculación con el paisaje, el color, la luz y el aire".
Sin ventanas y espacios neutros, esta casa le costó ocho millones de pesetas y año y medio de trabajo. Martín, que considera que las casas son "el alma de la arquitectura", asume que la batalla por la libertad de hábitat se presenta larga: "El cliente tiene tan arraigado el concepto de piso, que cuando tiene dinero se lleva esa misma distribución a un chalet igualito al del vecino".
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